Dos años más tarde, después del galardón obtenido por un filólogo, el doctor Oroz, el Premio Nacional de Literatura 1980, recaerá en las manos de un maestro de la literatura, poeta y ensayista destacado, Roque Esteban Scarpa (1914 – 1995).

El escritor y profesor puntarenense tenía entonces sesenta y seis años, así es que pudo disfrutar los beneficios, honoríficos y pecuniarios, durante un cuarto de siglo. Hay que reconocer que su designación, merecida por su indiscutible trayectoria y el peso cualitativo de su obra, resultó consensual, atenuando en parte las críticas de la intelectualidad, ya fuese institucional e independiente. Se trataba de un creador literario de vasta obra y sólido currículo.

Recordemos que, en 1978, el mismo del bullado “caso Oroz”, la Sech fue despojada de la subvención anual que recibía del Estado, otorgada bajo el gobierno de Jorge Alessandri Rodríguez, que permitía el mantenimiento de los gastos básicos de la Casa del Escritor.

Cuando le fue otorgado el Premio Nacional a Scarpa, nos reunimos, para darlo a conocer a los socios, bajo la luz de humildes velas. Hacía meses que no pagábamos las cuentas de Chilectra.

De nuestra revista institucional, Simpson 7, recogemos esta nota:

Durante la década del setenta y comienzos de los años ochenta, en los primeros diez años de la dictadura militar, la SECH fue dirigida por Luis Sánchez Latorre, cuyo ‘prestigio y ponderación’, según López, ‘contribuyeron a mantener a salvo la institución’ (p. 49). Pese a ello, el año 1978 la Sech perdió el derecho a participar con dos representantes en el jurado del Premio Nacional de Literatura. La historia de la Sech durante la dictadura de Augusto Pinochet, según Ramón Díaz Eterovic, ‘no es otra que la historia de los escritores chilenos obligados a crear y expresarse de espalda al miedo, desafiando a censores anónimos y militares de rostros pintados que veían con recelo la literatura'.

(Simpson 7, vol II, 1992, p. 12)

Volvamos a Don Roque, como le decíamos quienes tuvimos el privilegio de conocerle. Recuerdo su cumpleaños de 1984, en su casona de avenida Los Leones, una grata velada a la que concurrimos algunos escritores; Scarpa de terno y corbata, según inveterada costumbre, bailando en medio de una rueda de invitados, con un gorro de papel dorado y puntas de monarca literario, con su sonrisa entre tímida y cautelosa y los ojos brillantes y complacidos, como niño candoroso y feliz… Sí, es una simple anécdota, pero la literatura está hecha, en gran medida, de ellas, a despecho de críticos a la violeta y de tontos graves de todas las edades; hechos sociales que nos hacen más humanos y menos literatos.

Roque Esteban Scarpa nació en Punta Arenas, el 26 de marzo 1914 y falleció el 11 de enero de 1995 poco antes de cumplir los 81 años. Estudió en el colegio San José de los Padres Salesianos y luego en el Liceo de Hombres de Punta Arenas. Fundó la revista liceana Germinal y dirigió el grupo literario Revelación. Comenzó a escribir desde muy pequeño, tal como él mismo contara. Terminó el colegio a los quince años. La familia se trasladó a Santiago y Roque entró a estudiar Química y Farmacia, carrera de la que no egresó, pero cuyos conocimientos adquiridos le fueron útiles en su obra ensayística, como él mismo afirmara.

Su interés por la enseñanza lo llevó a estudiar pedagogía en Castellano, en la Universidad Católica, para culminar su formación académica cumpliendo un doctorado en Literatura en la Universidad de Chile.

‌Fue profesor escolar y universitario por más de medio siglo y su aporte en la elaboración de textos escolares resultó significativa. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua, desde 1952 hasta su muerte. Fue director de la Biblioteca Nacional de Chile (1967-1971) y de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM) entre 1973 y 1976, desde donde hizo un gran aporte a las bibliotecas públicas chilenas. Compartió allí labores institucionales con el poeta Juvencio Valle.

También ejerció como crítico literario en los diarios El Mercurio y La Aurora. En España fue condecorado con La Gran Cruz de Alfonso X, el sabio. Son notables sus estudios sobre Gabriela Mistral, destacando Una mujer nada de tonta (Fondo Andrés Bello, 1976), que recomendamos a nuestros lectores.

‌La obra poética de este destacado autor chileno corresponde a dieciséis títulos. Entre los más importantes señalamos: Cancionero de Hammud (1942), Las figuras del tiempo (1942), El árbol deshojado de sonrisas (1977), La ínsula radiante (1978), El laberinto sin muros (1981), Ciencia de aire (1981), Variaciones sobre un antiguo corazón (1981) y Madurez de la luz (1987).

El poeta y profesor, Juan Antonio Massone, quien fue su discípulo y amigo, concluyó acerca de su premio:

El país expresa de tanto en tanto su reconocimiento hacia la tarea de sus creadores. El país ha asistido a premiar no una obra de más o menos fortuna crítica, sino a una vida que se descubrió a temprana edad para hacer de ella un acrecentamiento de los valores espirituales. Bien por Chile y bien por Scarpa… Todo le ha venido con esa enorme responsabilidad de no ser un premio para el ayer, sino una respuesta forjadora de nuevos días.

En revista Ercilla, Scarpa se referirá a su premiación con su acostumbrada modestia:

El Premio para mí es un honor, pero también una servidumbre porque presupone la continuidad de una obra. No es una canonjía para que el autor repose en paz. La responsabilidad se hace mayor, incluso de carácter cultural: uno tiene que poner al servicio del país aquello que pueda incentivar a los demás.

Hay un aspecto de Roque Esteban Scarpa que, a mi juicio, constituye una virtud que debiese ser más apreciada en el mundo de las letras, en nuestra pequeña república, más parecida a una aldea, donde suelen campear envidias y ridículas odiosidades; sí, su carácter de epígono, de divulgador de la obra de otros, lo que constituye una función didáctica y de proyección creadora en la difícil fraternidad del arte.