Los vampiros siempre han estado ahí, acechando entre las sombras de la literatura, el cine y el folclore. Para algunos, son símbolos de terror; para otros, de seducción y misterio. En mi caso, su historia empezó con dos versiones completamente opuestas: Entrevista con el vampiro, con su melancolía y tragedia, y El Conde Pátula, un pato vampiro vegetariano que desafiaba su propia naturaleza.

Lo que comenzó como simple entretenimiento pronto se convirtió en una obsesión. Quería entender por qué estas criaturas han fascinado a la humanidad durante siglos. Así llegué a Drácula de Bram Stoker, a Vampyr de Carolina Andújar y a noches de búsqueda entre leyendas que dieron origen al mito. Porque si algo es cierto sobre los vampiros, es que nunca han sido solo historias.

El concepto de un ser que regresa de la tumba para alimentarse de los vivos existe en prácticamente todas las culturas antiguas. En la antigua Mesopotamia, los utukku y los ekimmu eran espíritus malignos de los muertos que no habían recibido los rituales funerarios adecuados y, por lo tanto, vagaban por la tierra atormentando a los vivos. En la mitología griega, los vrykolakas eran cadáveres reanimados, mientras que los romanos temían a los lamiae, demonios femeninos que drenaban la sangre de los niños.

Durante la Edad Media, en Europa del Este, la creencia en los strigoi (en Rumania) y los upyr (en Rusia) se extendió rápidamente. Se decía que estos seres eran cadáveres reanimados que se levantaban de sus tumbas para aterrorizar a sus familias. Tanto fue el miedo a los vampiros que se han encontrado esqueletos medievales con estacas en el pecho, piedras en la boca y miembros atados, medidas preventivas para que no volvieran a la vida.

Vlad Tepes: el hombre detrás de Drácula

Uno de los personajes históricos más influyentes en la construcción del mito del vampiro fue Vlad III de Valaquia, más conocido como Vlad Tepes o Vlad el Empalador. Gobernante de Valaquia en el siglo XV, su brutalidad en la guerra y su costumbre de empalar a sus enemigos le otorgaron una fama sanguinaria. Se dice que en una ocasión organizó un banquete rodeado de cuerpos empalados y que, en otro momento, empaló a más de 20,000 soldados otomanos como advertencia para sus enemigos.

Aunque no hay evidencia de que bebiera sangre, su nombre inspiró a Bram Stoker para su célebre novela Drácula (1897). Sin embargo, el personaje de Drácula también tiene raíces en la mitología eslava, en la que los vampiros eran considerados demonios que poseían los cuerpos de los muertos.

Elizabeth Báthory: la Condesa Sangrienta

Otra figura histórica relacionada con el mito vampírico es Elizabeth Báthory, una noble húngara del siglo XVI acusada de torturar y asesinar a cientos de jóvenes doncellas. Según los rumores, se bañaba en su sangre con la esperanza de conservar su juventud. Aunque es probable que muchas de estas historias fueran exageraciones, lo cierto es que su crueldad y sadismo la convirtieron en una de las figuras más siniestras de la historia. Su leyenda se fusionó con el mito del vampiro y la idea de la sangre como fuente de juventud eterna.

La ciencia y los vampiros: explicaciones médicas

Las creencias en los vampiros también pueden haber sido alimentadas por enfermedades poco comprendidas en la antigüedad. Algunas de las más relevantes incluyen:

  • La porfiria: Un trastorno genético que causa sensibilidad extrema a la luz solar, haciendo que la piel se queme con facilidad. En casos graves, puede deformar el rostro y dar una apariencia monstruosa.

  • La rabia: Enfermedad viral que provoca agresividad, espasmos musculares y aversión a la luz y al agua, síntomas similares a los atribuidos a los vampiros.

  • La catalepsia: Un estado en el que la persona queda rígida e inmóvil, con signos vitales muy débiles, lo que pudo haber llevado a que algunas personas fueran enterradas vivas por error y luego "resucitaran".

El vampiro en la literatura y el cine

El mito vampírico evolucionó con el tiempo, pasando de relatos orales a la literatura. Una de las primeras menciones escritas de un vampiro aparece en The Vampyre (1819) de John Polidori, quien creó la imagen del vampiro aristocrático y seductor. Luego, en 1872, llegó Carmilla, de Sheridan Le Fanu, que introdujo el tema del vampiro femenino con una fuerte carga erótica.

Pero fue en 1897 cuando Bram Stoker inmortalizó al vampiro con Drácula, creando el modelo definitivo del vampiro moderno: un ser aristocrático, seductor y aterrador, que vive en un castillo y se alimenta de la sangre de los vivos.

En el cine, el vampiro pasó por distintas transformaciones:

  • Nosferatu (1922) nos dio una versión monstruosa y espectral.

  • Drácula (1931), con Bela Lugosi, consolidó la imagen del vampiro elegante y sofisticado.

  • En los años 90, Entrevista con el vampiro y Drácula de Bram Stoker le dieron una nueva dimensión al vampiro, mostrando su lado más trágico y romántico.

  • En los 2000, Crepúsculo y True Blood renovaron el mito para nuevas generaciones.

El vampiro: un reflejo de nuestros miedos

A lo largo de la historia, el vampiro ha sido una metáfora de los miedos de cada época:

  • En el siglo XVIII, representaba el temor a la peste y la muerte.

  • En el siglo XIX, encarnaba los miedos victorianos sobre la sexualidad y la decadencia moral.

  • En el siglo XXI, los vampiros han pasado de ser monstruos terroríficos a símbolos de la inmortalidad y el deseo.

Pero aunque cambie su apariencia, la esencia del vampiro sigue siendo la misma: un ser inmortal que se alimenta de la vida de los demás. Un reflejo de nuestro miedo a la muerte y de nuestro deseo de desafiarla.

Porque mientras sigamos temiendo la oscuridad, los vampiros seguirán existiendo, acechando en las sombras de nuestra imaginación.