Desde mi adolescencia, siempre sentí una profunda pasión por los libros de viajes, una literatura que me permitía ser el protagonista de las historias. Estos libros me atraían, tal vez porque en aquel entonces no era posible viajar como voy en día con vuelos a precios asequibles a todas partes del mundo. La literatura de viajes en España es una fuente inagotable de contenidos y conocimiento social, lo que nos lleva a centrarnos en un aspecto fundamental: conocer cómo éramos, nuestra historia y la descripción de paisajes, sin dejar de lado los mensajes más importantes que se desprenden de ella.

En el capítulo 3 de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, el ventero le pregunta a don Quijote si tiene dinero, a lo que él responde negativamente, argumentando que nunca leyó en los libros de caballerías que los protagonistas llevaran dinero consigo. El ventero le señala que es un detalle que los autores pasaron por alto y le aconseja que, además de dinero, lleve camisas, ungüento para curar heridas y otros suministros necesarios.

La advertencia pragmática del ventero a Alonso Quijano devuelve al aventurero y al viajero a la realidad más dura, puesto que viajar requiere tener dinero, a diferencia de la lectura de libros, que son gratis si se consigue en una biblioteca pública.

El denominado «Siglo de los Viajes», durante el Grand Tour del siglo XVIII, convirtió el acto de viajar en un elemento esencial para el conocimiento del mundo y la sociedad, siendo los británicos, franceses y alemanes los pioneros.

Los relatos de viajeros extranjeros sobre España son abundantes, especialmente después de la derrota del ejército de Napoleón y la huida de José I o Pepe Botella en1814, en cuya escapada le fueron incautadas por el duque de Wellington obras de arte como El Aguador de Velázquez que se halla actualmente en Londres en el museo Apsley House.

Los viajeros extranjeros veían a España como un país exótico, de moros como los del norte de África, y no había que ir a Damasco en el Oriente Medio, Damasco estaba aquí, debido en gran medida al legado arquitectónico dejado por los árabes omeyas y nazaríes en España después de 1492. La Alhambra de Granada, la Mezquita de Córdoba, el Alcázar de Sevilla y Málaga, la Aljafería de Zaragoza, y otro palacios, torres y monumentos en Valencia o Al-Ándalus, juderías de Toledo, romanos en Mérida etc., daban al sur de España un aire que recordaba al norte de África u Oriente Medio, ofreciendo la posibilidad al viajero de encontrar aventuras como bandoleros, toreros, bellas mujeres y personajes de la vida marginal, tal como les sucedió a personajes como el diplomático estadounidense Washington Irving y Dimitri Dolgorukov en el siglo XIX. La Biblioteca Regional acoge durante todo el mes una muestra de los viajes de Hans Christian Andersen por España.

No obstante, incluso antes de la Invasión francesa, hubo un viajero alemán, el médico Jerónimo Münzer, que visitó Granada en 1495, tres años después de la conquista.

Eruditos ingleses y franceses, como Alejandro Laborde, llevaron a cabo viajes a la Península Ibérica. Laborde realizó un viaje en 1806 y posteriormente, en 1820, publicó su Voyage Pittores, que se convirtió en el primer catálogo monumental de España.

También hubo viajeros de la burguesía española, como el valenciano Antonio Pons entre 1772 y 1792 en que se dan descripciones artísticas de monumentos españoles, o como Pascual Madoz, autor del Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, una obra monumental publicada entre 1845 y 1850, en dieciséis volúmenes. A partir del siglo XIX y, especialmente desde 1840, se publicaron numerosas guías que sirvieron como referencia para nuevas iniciativas. El escritor danés Hans Cristian Andersen realizó y escribió otro Viaje por España en 1862 el mismo año que Davillier y Doré, y publicó un libro que se halla indexado en la Biblioteca Centro Virtual Cervantes.

Entre los hispanistas franceses destaca el barón Charles Davillier, caballerizo mayor de Napoleón III, erudito, anticuario e hispanófilo hasta el extremo de que, en la hora de su muerte, en 1883, se le despidió como «el francés más entusiasta admirador de España».

Un Viaje por España de Davillier y Doré

En 1861, el pintor y dibujante francés Gustave Doré persuadió al barón Charles Davillier para embarcarse en un extenso viaje por España, sabiendo que era un erudito y coleccionista. El propósito de esta travesía era materializar la idea de «Viajar es la pasión de ver con los pies y con la pluma». Impulsado por Davillier, Doré tenía en mente crear una edición ilustrada de Don Quijote en Francia. Durante su recorrido por España, capturó innumerables bocetos que se encuentran plasmados en esta edición. Doré tenía, además, buenos contactos en muchas capitales españolas y, lo que es más importante, dominaba el español oral y escrito.

El viaje fue un encargo de la prestigiosa revista Le Tour du Monde (Sazatornil, 2011, p. 361), que irá publicando en sus páginas los diferentes itinerarios, con textos y grabados, entre los años 1862 y 1873, hasta que finalmente queda todo recogido en una única publicación que con el título L'Espagne se publica en 1874 con 800 páginas y 309 ilustraciones (Davillier, 1874; Juan Antonio Fernández Rivero).

Aunque el viaje al que nos referimos tuvo lugar en 1862, el barón había visitado España en múltiples ocasiones antes y después de esta fecha. En particular, estuvo presente en la Feria de Sevilla en 1872, en compañía de Raimundo de Madrazo y Fortuny. No obstante, en su relato hace referencia al viaje de 1862. Algunos de sus biógrafos sostienen que en el texto se narran tantos acontecimientos que posiblemente abarque experiencias de otros viajes. Sin embargo, la verdadera esencia del viaje de 1862 reside en la asociación entre Davillier, anticuario, erudito y amante de España, y Gustave Doré, pintor e ilustrador de renombre en Europa. Doré plasmó en expresivos dibujos lo que Davillier relató. De manera periódica, ambos enviaron sus escritos y dibujos a la revista parisina Le Tour du Monde, dedicada a relatos de viajes. Estos se publicaron por entregas a partir de 1862, y recién en 1874 se publicó el relato completo.

El itinerario que siguieron se basó principalmente en el de Laborde. Comenzaron su travesía ingresando por La Junquera, desde donde descendieron por la costa levantina y continuaron hacia el sur por la región andaluza. Exploraron las principales ciudades, luego prosiguieron hacia el norte atravesando Extremadura, ambas Castillas, Santiago, La Rioja, Navarra y el País Vasco, para finalmente cruzar nuevamente la frontera. Pasó por Valencia y nos habló de toros. De acuerdo con su prologuista, el viaje fue lento hasta Málaga, pero a partir de ahí se volvió más apresurado, a excepción de su estadía en Sevilla. El artículo V titulado «Toros en Valencia», es un derroche de conocimientos históricos y de antropología y nos advierte el hispanista Davillier: «Entre todas las cosas de España, si hay una nacional por encima de todas las otras, es sin duda una corrida de toros». Doré dibujó una escena del Tribunal de las Aguas, en los que se describen los bailes y las corridas de toros. El Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia es la más antigua institución de justicia existente en Europa. Aunque ya existiera desde tiempos de los romanos alguna institución jurídica que resolviera los problemas del agua en tierras de Valencia, la organización que hemos heredado data de los tiempos de Al-Ándalus y, muy posiblemente, de la época del Califato de Córdoba, perfeccionada desde los primeros momentos de la conquista del Reino de Valencia por el rey don Jaime I, el Conquistador, en 1238. La principal tarea de este tribunal es que da cuenta de la importancia del uso ecuánime del agua entre los labradores, un bien escaso que hay que saber gestionar, y de la idea de comunidad que conlleva, ya que son los propios regantes los que se organizan de forma completamente independiente.

El texto del libro, además de descripciones geográficas y urbanas, incluye todo tipo de comentarios y anécdotas relativas a folclore, artesanía, arquitectura, gastronomía, costumbres, historia, arte o política. Sin duda, constituye una de las observaciones más completas sobre la España de finales del siglo XIX, y ahí reside precisamente una de las cualidades más significativas del viaje, recalcar la diversidad regional española. Demuestra constantemente sus lecturas del Quijote y otras novelas y Cervantes, citadas en el capítulo XXIV, titulado «Por tierras de Don Quijote» en su recorrido en diligencia por la extensa región plana y pobre de La Mancha, por Valdepeñas, Manzanares, Argamasilla de Alba, con dibujos de Doré donde aparecen los molinos de viento y los labradores en sus faenas propias del cultivo de la vid, denominando a los vinos de esta zona como «vino católico», posiblemente por ser vino de consagrar la misa.

Davillier y a Doré se entusiasmaron por la belleza de la mujer española, y sobre todo las andaluzas, y Buero Vallejo en el estudio crítico de la Ediciones Castilla, Madrid, 1949, cuenta cómo Doré:

Vibrándole los nervios todavía por el encanto dulce y ardiente de las andaluzas, he aquí que se encuentra, triunfando en la Ópera de París, la más deliciosa española (nacida en Madrid el 10 de febrero de 1843 de padres italianos), que pudiera soñarse [la famosa soprano Adelina Patti].

Se ven con frecuencia y se visitan mutuamente. Doré hace llorar su violín para ella y la enseña algunas canciones españolas que ha recogido en su último viaje.

Breves perfiles biográficos

El barón Jean Charles Davillier nació el 27 de mayo de 1823 en Ruan. Nieto del banquero Jean Charles Joachim Davillier, disponía de una gran fortuna personal que le permitió reunir una colección de manuscritos, objetos de arte y obras de bibliófilo que legó al Museo del Louvre y otros museos. De linaje noble y una conexión familiar con el Banco de Francia, lo que le proporcionó una inmensa fortuna. Su pasión por las antigüedades y cerámica lo llevó a realizar varios viajes por Europa en busca de arte y piezas para su colección, así como investigaciones en el mundo cerámico. Fue esta pasión la que lo llevó a España, particularmente a Manises, en tres ocasiones, siendo acompañado por Gustave Doré en dos de ellas. En 1874, publicó L'Espagne, una crónica de sus viajes por España en la línea romántica de la época, compartida con otros autores como Theophile Gautier, Merimée, Víctor Hugo y Laborde. Falleció en París el 1º de marzo de 1883, a los 60 años, el mismo año que Doré.

Paul Gustave Doré, nacido el 6 de enero de 1833 en Estrasburgo (Francia), demostró desde temprana edad dotes para el dibujo, con una fantasía inusitada. A pesar de no ser un estudiante destacado y carecer de vocación por el estudio científico, su talento artístico lo llevó a la fama. Se le atribuyen numerosos trabajos ilustrativos, como su colección de dibujos sobre los trabajos de Hércules en el Journal pour rire. Su capacidad de trabajo y talento lo convirtieron en un destacado ilustrador de obras clásicas, creando ilustraciones para Los cuentos droláticos de Balzac (1855), La Divina Comedia de Dante (1861), Don Quijote (1863), La Biblia (1865), El Paraíso Perdido de Milton (1866), Las fábulas de La Fontaine (1867), obras de Rabelais (1873) y más. También colaboró en la ilustración de libros de viajes, como L'Espagne de Davillier. Doré acudía a la fotografía para este tipo de trabajos de monumentos, ya que los primeros daguerrotipos en España eran de 1839.

Por las características de su obra de ilustración se ha considerado a Doré un visionario recreador del periodo medieval. En sus grabados sobre madera, muestra una Edad Media sobrecogedora y delirante, poblada de sombríos bosques, de ruinas, de masas caóticas; visiones oníricas en campo de la ilustración, pero más acusado en Doré que en otros dibujantes. Su visión de una naturaleza provista de vastos espacios, y con reminiscencias de John Martin, revela una atracción por lo sublime que entronca claramente con las teorías burkenianas.

Además de su fantasía, destaca por su vertiente de cronista social en sus grabados para Londres o en las escenas de sus viajes. Así, por ejemplo, en Un peregrinaje (1872), con texto de Blanchard Jerrold, Doré presenta a través de imágenes casi realistas los suburbios del Londres de la época industrial. Una de estas lúgubres visiones, La cárcel de Newgate: el patio de ejercicios, fascinaría años más tarde a Vincent Van Gogh, que la pinta en 1890. Falleció París el 23 de enero de 1883, con 50 años.

Conclusiones

Tanto el barón Davillier con sus comentarios, como las magníficas ilustraciones en grabados únicos de Doré hicieron un trabajo historiográfico de incalculable valor, retratando a mendigos, niños descalzos, gitanos, vagabundos, bandoleros y toreros, una sociedad isabelina paupérrima y decadente, castigada por las llamadas guerras carlistas, la descolonización de América, la falta de industrias y la necesidad de comunicaciones (la primera línea férrea de largo recorrido de la península fue Madrid-Alicante en 1857, gracias a las inversiones de capital francés y el ingenio comercial del marqués de Salamanca. Aunque la primera línea férrea de España se construyó en Cuba entre La Habana a Bejucal en 1837 de 27,5 kilómetros). Cuando un país se ancla en su pasado y no progresa con los tiempos dominantes, no invierte en puertos, vías de comunicación, ni en universidades, es decir, se queda desfasado y en una pobreza desesperante y vergonzante que da lugar a revoluciones como «La Gloriosa» de 1868, cuando Isabel II hubo de exiliarse a París.