En la paz, los hijos entierran a los padres;
la guerra altera el orden de la naturaleza y
hace que los padres entierren a sus hijos.

(Heródoto)

Tanto algunos filósofos griegos como visiones tradicionales del mundo de varias culturas orientales y occidentales, incluso actualmente; sostienen la noción del eterno retorno. Esta concepción sustenta la idea de que la historia se repite, siguiendo el decurso circular, espiral o del anillo de los anillos. Los acontecimientos que devienen en el tiempo son parte de un proceso inacabado de giros y más vueltas, renovaciones y ciclos que acontecen en niveles diversos con formas variadas de concreción y alcance.

Con el propósito de ilustrar la relación de la historiografía con la filosofía de la historia, cabe mencionar las ideas de algunos escritores clásicos. Se trata del pensamiento que incurre en especulaciones filosóficas acerca de la estructura de la disciplina histórica, señalando pautas metodológicas para escribirla, de modo que sea posible aplicarle métodos de investigación. Exponer las ideas de Heródoto, Tucídides y Polibio conviene para este propósito.

Heródoto vivió en el siglo V a. C. y es el padre de la historia. El historiador y filósofo inglés, Robin George Collingwood1, remarca en el siglo XX, que el historiador griego fue fundador de la historia porque visualizó el pasado como una construcción humana, diferente a las narraciones míticas de Homero y Hesíodo, por ejemplo, sobre los orígenes épicos de los pueblos y las identidades. También el escritor de Halicarnaso se planteó preguntas sobre el pasado cuyas respuestas no conocía, pero que podía planificar pautas factibles para contestarlas. Asumía que sus exposiciones estén respaldadas por los testimonios de sus informantes, según la oralidad. Heródoto reveló a sus contemporáneos el pasado que compartían, señalando lo que hicieron los griegos antiguos antes de su tiempo; así, enseñaba a las generaciones venideras los contenidos morales que permitan humanizarlas.

A pesar de la opinión de Collingwood sobre el carácter científico de los escritos de Heródoto, siguiendo las concepciones de su tiempo, escribió textos que muestran la conservación de elementos míticos y religiosos como si fuesen acontecimientos reales. Son conocidos por ejemplo pasajes referidos al reinado y caída del rey lidio Creso2; a la construcción de la pirámide de Gizeh por Keops3; al relato de Arión de Lesbos4 y a los consejos y predicciones que brindaban las pitonisas del Oráculo de Delfos5.

Sin embargo, para el indagador de Halicarnaso, la historia (ίστορία6) es, en primer lugar, una investigación, un quehacer que obliga a informarse, preguntar y articular las respuestas en un texto escrito: así son Los nueve libros de la historia de Heródoto. Independientemente de que haya realizado el método de viajar, preguntar y articular narrativamente un relato fidedigno, subyacen en sus libros suposiciones filosóficas sobre la historia. Además, asume que se la conoce mediante proposiciones verdaderas sobre los hechos y que tiene valor no solo como conocimiento concreto, sino para finalidades morales ulteriores.

Se ha criticado que Heródoto fue excesivamente crédulo, detallista y superficial; que, a diferencia de su contemporáneo, Tucídides, no ofrecía relaciones causales articuladas por la razón y que los nueve libros que conforman sus historias son descripciones exuberantes de hechos sociales y de costumbres exóticas. En fin, hay opiniones que señalan que no tuvo rigor ni seriedad y que no aplicó pautas críticas de selección ni de contraste a sus fuentes. No desplegó una perspectiva etnocéntrica que, elogiando a los griegos, excluyera a otros pueblos, ofreciendo información relevante, por ejemplo, sobre la población, la vivienda, la alimentación, el clima y la vestimenta.

Heródoto, siendo parte de la élite de pensadores griegos antiguos, no asumía que los hechos históricos conformaran un conjunto articulado orientado hacia una meta única que les dé valor y sentido. Superó, en general, la suposición espontánea de la focalización del quehacer histórico en aspectos divinos, heroicos o sobrehumanos; además, admitió que, siendo los hombres los principales actores del acontecer, es factible pretender obtener respuestas verosímiles; en tanto que su visión filosófica de la historia no le dejó asumirla como universal, articulada en una totalidad con sentido7.

Karl Löwith8 piensa que entre los griegos arcaicos prevaleció la idea espontánea del eterno retorno, influida, entre otras razones, por los ciclos siderales y meteorológicos. La repetición cada cierto tiempo de las estaciones, el infinito fluir de los días y las noches, la renovación multiforme de la vida y la agricultura, entre otras evidencias y observaciones culturales, no fomentaron la noción de progreso con meta ulterior. La historia universal no fue considerada ni vista como una totalidad con avances, siguiendo una dirección determinada. Al contrario, las contingencias sociales y políticas en los más disímiles contextos de las polis que se repetían azarosamente, generaron ideas de procesos, relaciones causales y orden de series políticas y culturales que debían repetirse siguiendo cierta secuencia, formando distintos movimientos cíclicos.

Aunque Heródoto no enunció taxativamente que la historia se repite, su obra sugiere que los eventos históricos se manifiestan en patrones cíclicos y que existen pautas de equilibrio que generan la duplicación y la repetición de eventos en el tiempo. Existen principios generales y leyes de equilibrio que impelen a que la historia tenga una dinámica de reproducción, incluso en situaciones de castigo por la desmesura de los hombres9 (hybris). La justicia divina, por ejemplo, en el discurso de Artabano10, corrobora tal suposición. La palabra griega ύβρις significa exceso, orgullo e insolencia; impetuosidad, fogosidad, desesperación y desenfreno; también: ultraje, insulto, violencia y violación11. Los ciclos de la historia incluyen, por ejemplo, la alternancia del desequilibrio y la consecuente restauración, corrigiéndose los excesos en procura del orden justo que se pierde cíclicamente.

Desde el albor de la humanidad, surgieron problemas sobre la historia como disciplina: de qué manera se conoce el pasado, en qué consiste su valor, cuáles son sus aristas y cómo es recomendable enfrentarlas. Heródoto y Tucídides contribuyeron a responderlos.

Tucídides vivió en el siglo V a. C. y murió al inicio del siglo IV, fue un historiador menor que Heródoto y aunque hay hipótesis que lo consideran su discípulo, su colaborador e incluso su adversario intelectual; lo cierto es que sus ideas destacan por relevancia propia, enriqueciendo la tradición clásica y diferenciándose del padre de la historia. Conociendo la obra de Heródoto, desarrolló un enfoque riguroso y crítico con base en la veracidad; sin intervención divina y centrado en el poder político y militar. Metodológicamente, desplegó el trabajo del historiador hacia el público selecto y reducido, a diferencia de Heródoto que escribió obras de divulgación para el público amplio sin exigencias intelectuales. Su interés fue explicar los hechos analizando las causas que producen acontecimientos repetidos.

Aunque Tucídides no dijo que la historia se repita, estableció la idea de que los eventos no siguen una línea recta, sino patrones cíclicos o repetitivos. No hay evolución siguiendo la trayectoria de lo inferior a lo superior, sino repetición de olas, círculos o ciclos. Por ejemplo, la idea de que las sociedades pobres generan gente fuerte; en tanto que el producto de las sociedades ricas es gente blanda, se repite. Según Collingwood, que su pensamiento se haya focalizado en la visión etnocéntrica, impidió una consideración de carácter holístico de la historia. No pensó el acontecer como parte de un todo articulado, conexo y sistémico con un inicio compartido, avanzando por el mismo camino del progreso.

Desde los albores de la historia como disciplina, tuvo valor instrumental: la Antigüedad la vio pragmáticamente asumiendo su repetición. En alguna medida permitía predecir o anticipar las series y los acontecimientos. Además, el sujeto como ciudadano encontraba en la historia las enseñanzas para realizar en el tiempo y en el lugar de su existencia, las certezas morales que apreciaba y que le auguraban desenlaces bienaventurados.

En opinión de Denis Roussel12 el historiador griego que vivió en el siglo II a. C., Polibio, fue el primer intelectual de la Antigüedad que pergeñó una visión cuasi universal de la historia. En su contexto, intentó explicar plausiblemente en su obra titulada: Historias, el inevitable ascenso de Roma, consolidando su poder. Aunque criticaba la brutalidad y los excesos de la fuerza militar romana, creyó que la causa verdadera para que Roma comenzara a existir fue la Providencia. La misión de la consolidación y expansión romana fue conquistar a los pueblos, beneficiándolos, dada su superioridad moral y la justicia de sus leyes. Existió para extender una civilización de paz, para proteger a los débiles y castigar a los malvados. Sin embargo, pese a la suposición de la ciudad eterna con bases económicas, políticas y militares inconmovibles, pese a la extensión de su forma de vida en gran parte del mundo; no fue la consumación del final de la historia.

Siguiendo a pensadores clásicos como Aristóteles, Polibio afirmó la reproducción del ciclo político llamado anaciclosis (ανακύκλωση13) que define los procesos de evolución y de decadencia. De la monarquía virtuosa, se pasa a la tiranía como abuso de poder; después, a la aristocracia como gobierno elitista; a la oligarquía, con beneficio solamente para los propios gobernantes; a la democracia, justa y virtuosa; posteriormente, a la demagogia de masa manipulada; retornando al principio: la monarquía. Los ciclos se dan por las tendencias y luchas de poder; por la corrupción y búsqueda del bien común, reproduciéndose el ciclo con la sucesión de patrones similares. El conocimiento de los ciclos permite evitar repetir los errores en procura de la estabilidad.

Notas

1 Véase: Idea de la historia. Trad. Edmundo O´Gorman y Jorge Hernández. Fondo de Cultura Económica. México, 1979, pp. 36-8.
2 El historiador narra sucesos reales relacionándolos con el Oráculo de Delfos, mitos, sueños proféticos y castigos divinos. Los nueve libros de la historia. Tomo I, Clío. Trad. Carlos Schrader García, Editorial Gredos, Barcelona, 2020. Cfr. los capítulos 28°-33°; 53°, 73° y 85°.
3 Heródoto presenta al faraón Keops como un tirano responsable de mitos y hechos extremos claramente exagerados, como cerrar los templos y generalizar la esclavitud. Véase Los nueve libros de la historia. Tomo II, Euterpe. Op. Cit. Capítulo 124°.
4 En el Tomo I de Los nueve libros de la historia, Clío. Op. Cit., Heródoto cuenta como un hecho irrefutable que el músico Arión fue salvado por un delfín en alta mar y trasladado a un puerto. Capítulo 24°.
5 Heródoto creía que Apolo era infalible. Si existía algún error en la interpretación de las pitonisas, el vaticinio que no se cumplía y que era pronunciado en verso, era su responsabilidad. Véase el vaticinio sobre el final de un imperio. Los nueve libros de la historia. Tomo I, Clío. Op. Cit. Capítulo 53°.
6 El Tomo I del Diccionario griego-español ilustrado traduce la palabra griega por información e indagación; también: resultado de conocimiento y relación verbal o escrita de lo indagado. Rufo Mendizabal et alii, Editorial Razón y fe. Quinta edición. Madrid, 1995, p. 263.
7 Cfr. Robin George Collingwood, Idea de la historia. Op. Cit., p. 27.
8 El sentido de la historia: Implicaciones teológicas de la filosofía de la historia. Trad. Justo Fernández. Aguilar. Cultura e historia. Madrid, 1973, pp. 181 ss.
9 Véase: Tomo I de Los nueve libros de la historia. Op. Cit. Según el historiador griego, la justicia divina o el destino restauran el equilibrio cuando es vulnerado por la hybris o desmesura humana. Cfr. la “Introducción” y los primeros capítulos del libro Clío.
10 Heródoto aceptaba la intervención de los dioses en la historia con participación humana. En el Tomo VII de Los nueve libros de la historia presenta el discurso de Artabano que señala que los dioses precautelan el equilibrio y la justicia en la guerra, por ejemplo, hundiendo con una tempestad a la flota enemiga persa que es más fuerte y poderosa. Cfr. Urania. Op. Cit. Capítulo 10°.
11 Cfr. Tomo I del Diccionario griego-español ilustrado. Op. Cit., p. 543.
12 Los historiadores griegos. Trad. Néstor Míguez. Siglo XXI. Buenos Aires, 1973, pp. 170 ss.
13 El Tomo I del Diccionario griego-español ilustrado traduce la palabra como movimiento circular y revolución. Op. Cit., p. 44.