Sobre la intemporalidad del alma, o sobre la inmortalidad del alma, se ha enfocado desde la religión como una posibilidad, y desde la ciencia como una imposibilidad. La posibilidad que plantea la religión se sustenta en la creencia. Mientras que la imposibilidad que plantea la ciencia se sustenta en demostración empírica, es decir, en que no se puede demostrar. La sustentación de la religión acerca del alma es insuficiente. La negación racional de la ciencia también es insuficiente, por tanto, ni la religión ni la ciencia pueden abordar el tema de la inmortalidad del alma.

Todo ser humano es consciente de su temporalidad, vive según la temporalidad de las cosas, sabe que tarde o temprano le vendrá la muerte. Esta temporalidad se fortalece aún más por el materialismo de la vida moderna. Para el hombre moderno, estar vivo significa tener el funcionamiento integral del cuerpo, la salud significa el óptimo funcionamiento del cuerpo. De esta apreciación deriva el temor a morir, porque cuando cesa las funciones vitales del cuerpo viene la muerte, y con la muerte la integración a la madre tierra. Sin embargo, solo tomamos en cuenta el suceso final, la muerte, y no las muertes sucesivas del organismo a lo largo de la vida. Por principio de destrucción, la materia tiende a destruirse y la energía tiende a conservarse. La materia es temporal y la energía es intemporal. El cuerpo es materia temporal y el alma es energía intemporal.

Bases ontológicas de la inmortalidad del alma

El punto de partida para determinar la inmortalidad del alma es la base ontológica. En la base ontológica reside la esencia universal que constituye la unidad de la energía y la materia. La energía y la materia son inseparables, esta inseparabilidad determina que la materia y la energía siempre existen y existirán en todos los niveles de organización del universo. La energía y la materia tienen sus propias particularidades. La materia tiende a destruirse, por eso es temporal, mientras que la energía tiende a conservarse y por eso es intemporal. En tal sentido, el cuerpo humano tiende a destruirse y está sujeto a la temporalidad mientras que el alma tiende a conservarse y está sujeta a la intemporalidad.

La intemporalidad del alma al mismo tiempo nos manifiesta la inmortalidad de la vida humana. La vida se sustenta en la energía y esta energía es el alma humana. El cuerpo es solo un soporte temporal del alma. La unidad del cuerpo y el alma nos convierte en seres vivos temporales. Mientras el ser humano vive en la Tierra, continuamente tiene que renovar el cuerpo por su continua destrucción. Cuando la renovación supera a la destrucción el cuerpo está en desarrollo, y cuando la renovación es inferior a la destrucción el cuerpo está envejeciendo. Cuando el cuerpo en su proceso de destrucción rompe el equilibrio con el alma, surge la separación o liberación. A este proceso de liberación del alma con respecto del cuerpo lo llamamos muerte. El fenómeno de la muerte es un proceso natural que se da continuamente en la naturaleza.

Bases epistemológicas de la inmortalidad del alma

Todas las leyes de la naturaleza expresan la proporcionalidad entre la energía y la materia, es decir, la reproducción de la esencia universal. La proporcionalidad entre la energía y la materia se conserva en el proceso de desarrollo de la vida humana hasta alcanzar la madurez biológica. Cuando se alcanza el límite de desarrollo biológico la mente humana sigue desarrollándose, creando un desequilibrio entre la mente y el cuerpo. El proceso del desequilibrio a favor del desarrollo del espíritu o de la mente llega a un límite donde la energía siente la necesidad de abandonar al cuerpo. Este evento es conocido como la muerte, pero es en sí la liberación del alma por la asimetría, por el desequilibrio, por la desproporcionalidad, o por la ruptura de la esencia universal. Sin embargo, la energía por ser indestructible e intemporal se integra a otra dimensión material según la evolución que ha alcanzado en su desarrollo terrenal. Epistemológicamente el cuerpo muere y el alma se conserva por ser energía.

Bases antropológicas de la inmortalidad del alma

La concepción de la vida en el ser humano es la reproducción de la esencia universal donde no solamente es la integración del ADN del varón y de la mujer si no también es la unidad de la energía y la materia, la materia receptiva está en el ovocito y los espermatozoides en movimiento son portadores de la energía. Desde la fecundación hasta el final de la existencia es un proceso de transformaciones de la energía a materia y de la materia a energía. Esta sucesión de transformaciones determina el desarrollo de la conciencia y del cuerpo. El desarrollo del cuerpo es cuantitativo y el desarrollo del alma es cualitativa. Cuando cesa el desarrollo cuantitativo del cuerpo el desarrollo cualitativo del arma continúa determinando el desequilibrio. El desequilibrio llega a su fin con la liberación del alma, y a este evento lo llamamos muerte. Donde el alma se conserva en la intemporalidad y el cuerpo se destruye en la temporalidad.

Bases axiológicas de la inmortalidad del alma

Desde un punto de vista antropológico el desarrollo del alma es cualitativo. Este desarrollo cualitativo significa que la evolución de la conciencia pasa por diferentes etapas. Donde cada nueva etapa es superior a la anterior. Así, podemos identificar la identidad del infante, la identidad del niño, la identidad del adolescente, la identidad del joven, la identidad del adulto, y la identidad del anciano.

Según la esencia universal la energía se integra a la materia y se transforma, lo mismo ocurre con el ser humano en su proceso de desarrollo, por ejemplo: cuando el neonato se integra a la familia se transforma, cuando el niño se integra a la escuela se transforma. Cuando el joven se integra a la sociedad se transforma. Cuando el ser humano se integra a la humanidad y la naturaleza se transforma.

Los niveles de integración están determinados por los valores. Por ello los valores guardan una relación directa y proporcional con el sistema de integración. Así podemos establecer tres niveles de valores: valores individuales, valores sociales, y valores universales. Para que el ser humano se integre al universo necesita valores universales. Para que el ser humano se integre a la sociedad y a la humanidad necesita valores sociales. Para que el ser humano se integra así mismo y tenga identidad individual necesita valores individuales. El proceso de asimetría entre el alma y el cuerpo se puede determinar por la evolución de la identidad. La evolución de la identidad se puede identificar por los valores constituidos en la conciencia. La formación de valores universales determina la integración de la mente humana a la totalidad. Este evento manifiesta inmortalidad del alma.

En conclusión, la vida humana se sustenta en la energía, la energía es el alma humana. Esta alma igual que la energía está sujeta a la conservación y a la intemporalidad. Por tanto, ontológicamente la muerte no existe, epistemológicamente la muerte no existe, antropológicamente la muerte no existe, axiológicamente la muerte no existe. Solo existe la inmortalidad del alma.