Concha Espina fue una escritora española oriunda de Santander, contemporánea de escritores, ensayistas e intelectuales que formaban parte de la llamada Generación del 98, grupo afectado por la crisis moral que se expandió en España luego de la derrota en la Guerra Hispano-estadounidense. Esta generación comenzó escribiendo con un tono de rebeldía juvenil y de izquierdas; tenía un gran rechazo a la imagen que se pretendía difundir oficialmente de España, ya que no reflejaba el verdadero estado moral. A estos jóvenes idealistas les preocupaba poder comprender la esencia del ser español. En los debates de sus tertulias, estaban enriquecidos con profundas reflexiones sobre la cultura y la historia españolas, y por supuesto, la preocupación de cuál sería su influencia en las siguientes generaciones.

Entre los nombres destacados que formaban parte de la Generación del 98, se encontraban Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Pío Baroja, Ramón del Valle-Inclán, Azorín; entre las mujeres estaban Concha Espina, Carmen de Burgos y María de Maeztu. Claro que los nombres no se agotan en estos; incluso, muchos han sido los influenciados, sin formar parte, estrictamente, de este grupo de escritores. Si bien los caracterizaba un matiz de rebeldía juvenil, lejos estaban de ser literatura para adolescentes o jóvenes. En sus libros escribían sobre los pueblos abandonados, sobre todo de Castilla; y de personajes comunes, de esos que abundan en los pueblos. Reflejaban los vaivenes de la vida normal de cualquier pequeña comarca.

La Generación del 98 rompió con los moldes clásicos literarios, dando nueva narrativa a sus obras. Utilizó un lenguaje coloquial, otorgándole un enfoque subjetivo, centrado en los sentimientos y experiencias de vida de los personajes. También estaba desarrollada una vena pesimista hacia la realidad social y personal. Escribían sin adornar los sinsabores de la vida.

Concha Espina tuvo una prolífica carrera literaria. Acarició 3 veces el Premio Nobel de Literatura, en los años 26, 27 y 28. Fue premiada por la Real Academia Española en dos oportunidades. Alfonso XIII la nombró dama de la Orden de las Damas Nobles de la Reina María Luisa, además de recibir otros importantes premios de literatura.

El sacrificio de Dulce Nombre

La bella novela de Concha Espina, Dulce Nombre (1921), es una síntesis de las características que marcaron la Generación del 98. Escrita con una lírica exquisita, muy digna de la élite a la que pertenecía, la novela narra la historia de Dulce Nombre, una joven de 16 años que vive con su padre, Martín Rostrío. Ella lo era todo para él; la ama con la ternura que un padre amoroso puede amar a su hija; su padre lo era todo para ella, era su faro y protección. Pero un día, el diablo mete la cola. Martín recibe una inesperada oferta, desconcertante. Una oferta inusual que cambiaría su situación para siempre. A cambio, una contraprestación que nunca hubiese imaginado ni en la peor de las pesadillas: vender a su hija a un indiano millonario, Ignacio Melgar, un hombre de más de 40 años.

Martín era un hombre de fuertes principios, ¿cómo podía pensar aquel hombre que cometería semejante acto de vileza?

A pesar del rechazo inicial, Ignacio Melgar lo fue convenciendo sobre el bienestar asegurado que le supondría, además de que nunca perdería el contacto con su hija. Ante esta condición, Rostrío fue cediendo a su resistencia inicial. Quedaron en verse al día siguiente. En esa noche el padre pregunta a su hija si deseaba casarse con el indiano, oferta de la que Dulce Nombre desistió de plano, ya que estaba muy enamorada de un joven, Manuel Jesús. No pudo convencerla de que su futuro no sería próspero con el muchacho,en cambio, con el indiano, todo Luzmela lo tendría a sus pies.

Tal como estaba previsto, al otro día se encontraron Martín e Ignacio. No obstante la advertencia del padre de no poder convencer a la hija sobre el matrimonio, sellaron el acuerdo. La condición del padre era que nunca la separase a la hija de su lado y que la trate bien, pero, sobre todo, que tenga paciencia del enamoramiento que siente por Manuel Jesús. Hasta los preparativos del casamiento, el padre intentaría convencer a la niña sobre la oportunidad de este casamiento. Estaba esperanzado que lo lograría; consideraba que el amor juvenil de su hija se desvanecería con el tiempo. El indiano acepta sin tapujos estas condiciones. Tendrá con la joven la paciencia que necesite, y la tratará como la mejor de las joyas que haya tocado. Por fin, la última condición que impone el padre es que nadie se entere de este pacto, nunca.

El acuerdo entre Melgar y Martín iba más allá de convencer a la joven de casarse. De buenas a primeras, Manuel Jesús anuncia un viaje; tiene la oportunidad de ir hacia La Habana, Cuba, con el fin de encargarse de un negocio que le iba a permitir una vida más cómoda. Dulce Nombre, sorprendida, queda con una honda desazón. ¿Qué pudo haberle sucedido a Manuel Jesús para tomar esta decisión? Cada día, rondaba esta pregunta sin respuesta. Era una tortura. Desesperada, recurre a su padrino, Nicolás Hornedo, un caballero hidalgo de unos 30 años. Le pide que intercediera para detener el casamiento.

Entre padrino y ahijada, siempre hubo una relación de mutua confianza y amistad. El Padrino era un hombre sensato y centrado que parecía marcado por una constante tristeza. Un buen hombre que siempre apoyó incondicionalmente a su ahijada. Le parecía una locura que el padre permitiera que se case con el indiano, tan mayor para ella, y separarla del joven que amaba.

Pero en medio de la conversación, Nicolás se enfrenta, de repente, con los ojos de Dulce Nombre. Ya no era una chiquilla, era una hermosa mujer. Se estremeció con sus propios pensamientos. Su corazón agitado le hace faltar a su deber moral. Con un drástico cambio de opinión, le aconseja aceptar las cosas como son; que, en definitiva, ella tendrá una vida de lujos que nunca podría imaginar, y con Manuel Jesús nunca tendría una buena vida.

A Dulce Nombre se le desmoronó el mundo. No entendía el porqué del cambio de opinión de Nicolás; lo que en un principio le parecía una locura, ahora era su mejor opción; lo mejor para ella era casarse, cuidar de su marido y ser feliz. Se sentía una auténtica desdichada. Manuel Jesús se marchó hacia las Américas, y Dulce Nombre terminó siendo la esposa de Ignacio Melgar, el indiano.

Resistir en soledad

Luego del casamiento, la vida de la joven transcurrió más entre cuatro paredes que disfrutando los beneficios que le daba ser una de las mujeres más hermosas y ricas de Luzmela; también, la más desdichada.

Nunca pudo olvidar a Manuel Jesús; contrariamente, con el paso del tiempo lo anhelaba más que nunca. Todos los días pensaba en lo desafortunada que había sido su vida. Sin una madre que la criase, un padre que permitió su casamiento con un hombre mayor, un marido que pacientemente espera que su amor por otro hombre desfallezca, un amor que la dejó para irse a otro país y había perdido el apoyo incondicional del padrino. ¡Cuánta soledad sentía! Soledad no era el resultado de una elección personal, sino un reflejo de un padre y de un hombre que la habían despojado de voz, dejándola atrapada en un matrimonio sin amor.

Su esposo nunca la presionó para que cumpliera su rol de verdadera esposa. Siempre la llenó de cumplidos, regalos y mantuvo buenos tratos con ella. Él esperaba que, con el tiempo, Dulce Nombre le mostrara algo de ternura a cambio de su cuidado. Ese era su único deseo, un poco de ternura; pero Dulce Nombre se mantenía impasible, su corazón latía solo por Manuel Jesús.

Cada tanto las mujeres se encontraban en las calles de Luzmela; entre ellas la madre de Manuel Jesús, Mercedes. En uno de esos días, Dulce Nombre se entera de que cada semana el joven le escribía a su madre para contarle sobre sus penurias. A pesar del tiempo, no podía olvidarla. Pero también se entera de un hecho que la desmoronaría por completo. Su matrimonio fue el producto de un intercambio millonario entre el indiano y su padre; pacto bajo la cláusula del secreto.

Fue una certera estocada en la espalda. Su padre no solo ha traicionado su amor paternal, sino que también le negó la oportunidad de vivir su juventud plenamente.

Aturdida, se dirige con urgencia a la casa de su padrino, a pesar del cambio de ánimos que últimamente había visto en él. Nicolás le confiesa la verdad y, además, otro secreto: Manuel Jesús había sido obligado a marcharse bajo amenazas. Que a pesar de haber intentado evitar esa locura, pudo, y solo prefirió callar para no causarle más daño.

Ignacio Melgar comenzaba a tener dolencias cardíacas, hecho que lo fue desmejorando con el tiempo. Tenían una hija, Maria Dulce. Dulce Nombre nunca había enfrentado al indiano ni a su padre, pero sentía ese dolor y rabia que la carcomía por dentro. Sintió que toda su vida fue una desventura, pero el hombre que la había comprado estaba ya bastante enfermo frente a ella. Todos la habían abandonado. Su padre la vendió, su esposo la compró, su padrino calló y Manuel Jesús nunca mencionó el verdadero motivo de su partida. Pero su amor nunca se había apagado; crecía cada vez más, y sabía que, del otro lado del Atlántico, era correspondido de la misma manera.

Corrió el tiempo y María Dulce era ya una adolescente, muy distinta a ella, extrovertida e intrépida. Dulce Nombre sintió cómo se le escapó el tiempo; habían pasado unos cuantos años de las dolencias de salud de Melgar, y este aún seguía vivo. Decidió que era el día de increparlo.

El indiano se confesó arrepentido de haberla engañado y quitado su juventud. Solo quería darle su vida, pero a cambio, nunca recibió, ni siquiera, una migaja de amor. Consiguió con su enfermedad un poco de su atención ante la inminencia de lo inevitable. Vivió atormentado; solo su hija le dio razones para vivir.

A pesar de su belleza, Dulce Nombre sabía que su valor estaba ligado a su papel como esposa de un hombre rico. Aun así, sintió pena por Ignacio y su inminente desenlace. Se propuso acompañarlo, darle lo que nunca le había dado, un poco de atención; en definitiva, comportarse como una verdadera esposa.

Melgar muere y María Dulce, tan cercana a su padre, estaba sumida en el desconsuelo. Al mismo tiempo, Manuel Jesús está regresando de La Habana; se entera de que Dulce Nombre está de luto. Ambos sienten que no deberían verse por la circunstancia, pero ninguno de los dos puede soportar el impulso. En el mismo tren que viene, se transporta el ataúd donde descansarán eternamente los restos del indiano Ignacio Melgar.

Con tantas paradojas, la vida de los amantes está condenada a un destino trágico e inevitable.

A pesar de su luto, Dulce Nombre no quería perder más tiempo del que ya había perdido; le pide a una vieja amiga que le diera un recado a su amado: esa noche lo esperaría en el Faro Rojo.

Mientras tanto, Manuel Jesús pensaba que no podía aprovecharse de la situación; pero deseaba con toda su alma verla. Se dirige hacia la casa de Melgar solo para verla. Escondido, escuchó un ruido entre los pastizales. “¿Dulce Nombre?”, pregunta. Sale la niña: “No, soy Maria Dulce”. Sale el hombre al encuentro de la joven. “¡Eres Dulce Nombre!”. “No, señor. Soy María Dulce, la hija de Dulce Nombre. Escuché que usted había sido novio de mi madre en su juventud, y que viene de recorrer otras tierras”, insiste la joven. “Eres Dulce Nombre, estás tan hermosa como cuando me marché a Cuba. Dulce Nombre… Dulce Nombre…”, repetía como si estuviera en una ensoñación.

María Dulce siempre había deseado conocer a un hombre guapo y mayor que viajase por otras tierras, se embelece con él. “Dulce Nombre”, continuaba repitiendo Manuel Jesús. La besa con la intensidad del tiempo perdido. No era su amada, era la imagen que había dejado de su amada. Era la hija de su amada.

Este giro inesperado y trágico de la vida parte el corazón de Dulce Nombre al enterarse. Ya no le quedaba más nadie. Ni su esposo fallecido; ni su padre que la vendió; ni su hija que le arrebató su amor; ni su amado, que, como en un embrujo, la traiciona con su hija. Pero recuerda que sí le quedaba alguien, su padrino, Nicolás Hornedo, el hidalgo caballero que siempre la había amado en silencio.

Crítica social a la condición de la mujer

La autora le da un final ingenuo y a la novela. Pero Dulce Nombre es una crítica social que aborda la tragedia de una vida robada; además, invita a reflexionar sobre el papel de las mujeres en aquella época. A pesar del arrepentimiento del indiano, la autora pone de manifiesto la complicidad de una sociedad que normaliza el engaño y el sacrificio de las mujeres, perpetuando su sufrimiento. La obra de Concha Espina sigue siendo relevante; es un desafío lanzado a las generaciones actuales para cuestionar la percepción del valor de la mujer en un mundo donde todavía se conservan muchos resquicios que hay que derribar.