Durante la Filbo de este año, uno de los stands más visitados era el del escritor colombiano Mario Mendoza (Bogotá, 1964). Sí, él tenía un lugar propio donde se podían adquirir sus libros, algunos de ellos en edición de pasta dura. Esta pluma bogotana goza de un amplio reconocimiento a nivel nacional. He conocido personas que han entrado a la literatura por libros de Mario Mendoza. Es un nombre que vende ejemplares, más que otros escritores con un mayor reconocimiento internacional, como Pilar Quintana. Leer es resistir (Planeta, 2022) estuvo entre los más vendidos de la feria.

Mendoza no está entre los favoritos de la crítica especializada o académica. En 2016, le dijo a Vice: «Lo que a mí me ha disgustado es que yo no he visto el primer ejercicio de crítica en Colombia sobre mi obra en el que una persona se haya leído mis libros a conciencia». Menciono esto porque la fama que tiene Mendoza en Colombia no le ha permitido salir a otros países. Sus obras —que hablan de Bogotá e incluyen temas como el ocultismo, distopías, sectas, crímenes— pueden conseguirse en México, pero al mencionar al autor no existe un reconocimiento inmediato.

Lo mismo pasa con un nombre famoso en México, Rosario Tijeras. El personaje nació en la novela de Jorge Franco (Medellín, 1962) y dio para series y película. Al igual que Mendoza, Franco tampoco está entre los favoritos de la crítica colombiana. Un artículo académico de Paula Andrea Marín Colorado consideró, en pocas palabras, que ambos gozaron de un fenómeno de one hit wonder: Rosario Tijeras y Satanás lanzaron al estrellato estos dos nombres, luego vinieron éxitos menores. No se explica así que las ventas de Mendoza den para ser considerado un favorito de los jóvenes y adolescentes. Este aspecto, el de tener lectores juveniles, ha sido usado como una marca peyorativa: es menos literatura porque es para jóvenes. Aquí y con mucha convicción digo que todo aquel capaz de atraer la atención de un joven a la lectura merece aplausos. Punto.

Un joven que llega a Mario Mendoza cuenta con la ventaja de tener una enorme variedad de libros para seguir explorando —más de 40 entre novelas, novelas gráficas y cuentos. ¿No habrá algún elemento interesante para descubrir en sus libros? No todos escribimos con los mismos intereses, pero el de que nos lean sí es común. Soy un convencido de que los escritores debemos hacer los libros que nos gustaría ver en las librerías. La buena recepción del libro —ventas—, demuestra que otras personas sentían la necesidad de ese texto. Nada de lo anterior encumbra una obra por su calidad literaria. A lo sumo, deja una marca escrita, un registro que servirá para quien se interese por el tema tratado. Y luego, el tiempo y la distancia determinarán qué tan lejos o cerca está del canon literario de los académicos.

Creo que al final mi punto está en no criticar libros sin fundamento. Negarse a leerlos es natural, nadie debería leer algo que no le interesa. Por eso es tan compleja la labor de los maestros de colegio. Sin embargo, creo que los clásicos —que por algo lo son y merecen su fama y prestigio— no son siempre la mejor entrada a la literatura. Yo sigo luchando con Proust y con la ficción de David Foster Wallace. Me gusta Faulkner, pero sé que no todos seguirían su recomendación, esa de que, si no entendiste a la tercera lectura, intentes una cuarta vez.