Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero. Ya toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado, que es mi Amado para mí, y yo soy para mi Amado.

(Teresa de Ávila)

El Amado está dentro de ti y también de mí, como el árbol está dentro de la semilla.

(Kabir)

Los pensamientos sobre el amado me llegaron al amanecer. Y me preguntaba: ¿qué representa este amigo del alma, al cual Teresa de Ávila, Ramakrishna, Kabir, Francisco de Asís, Rumi, Hafiz, Rabia de Basora, Mirabai, y tantos otros, inmortalizaron en poesía, obra, canción y búsqueda?

No es un sujeto de la mente, que puede ser analizado con lenguaje, ni filosofía, ciencia, lógica, o incluso misticismo. No es un Dios todopoderoso, remoto, paternalista y justiciero. Es una «persona» querida, invocada, recordada, anhelada, con un amor y romance profundo. La presencia del amado es sentida y descrita interna y físicamente por todos los grandes amantes. Y ellos cantan una canción tan poderosa de anhelo y unión, que se proyecta a través del espacio y el tiempo, y abre corazones en todas partes cuando se dan cuenta de esa relación.

Todos los amantes coinciden que el «amado» no puede ser capturado por pensamientos, esfuerzos, meditaciones, o prácticas religiosas sino solo cuando uno se olvida de uno mismo y ama sin medida.

En un estado de ánimo reflexivo, domingo por la mañana, me pregunté con mi mente insignificante, y mi incapacidad para saber realmente cualquier cosa, ¿qué y quién es el amado? Y por extraño que parezca, sentí una sensación en mi pecho, una especie de calidez, como lo que se siente cuando uno se enamora de alguien, o cuando los sentimientos son conmovidos por la belleza o la tristeza. Algo así. Un saudade, como dirían en Brasil.

Mi mente, por supuesto, no tuvo nada que decir o entender, no había palabras asociadas con ese sentimiento. Aunque de alguna manera, el día se volvió más azul, y las nubes blancas e hinchadas en el cielo, se volvieron más mágicas, y de repente anhelaba perdonar, y tener a mi alcance, la presencia de aquellos a quienes amo, para poder abrazarlos sin palabras.

Sin saber cómo, sentí que el amado es de hecho «la persona». Siempre estoy luchando en reflexiones mentales con esta idea, del aspecto personal-impersonal del ser, y me siento incómodo cuando trato de imaginar a la existencia como un abstracto impersonal. Mi mente, en su coqueteo con el pensamiento profundo, siempre concluye, que el ser, la existencia, es realmente muy personal, y que la evolución de la consciencia se trata precisamente de eso.

Continuando mi reflexión bajo el cielo azul acentuado, derivado de este sentimiento desconocido, leyendo los versos de Teresa de Ávila y Kabir, como tapas para el alma, continué imaginando a ese amado sobre quien se ha cantado con tanta pasión.

Y llegué a una conclusión, desprovista de cualquier proceso de pensamiento o de lógica, y sin referencia a alguna escuela de filosofía: el amado es la existencia personificada.

El océano de la existencia se derrama desde su unicidad, para conocerse a sí mismo en una exhalación eterna. Dado que el amor o la unicidad es la naturaleza de la existencia, este aliento es el amado, que, como «existencia personal» despierta rítmica y continuamente a través del amor, en el hecho de que todos somos uno.

Y cantó en las ollas y sartenes de Teresa, gesticuló en las estatuas del templo donde rezaba Ramakrishna, era buscado por los Reyes Magos, y los yoguis. Y por cada fulano y fulana, cada vez que tenemos esa extraña sensación en el pecho, ese calor que hace que los cielos se vuelvan más azules y las nubes parezcan vivas. Es tímido de palabras como estas, y vive solo en momentos de entrega, humildad, sacrificio y asombro. Solamente lo captura el verdadero amor.

Este amado sublime, a veces se derrama en una primavera exuberante. Y como dijo Kabir, las frutas entonces no solo están al alcance en los árboles, sino que se desbordan en el suelo. Entonces la generosidad del amado es ilimitada. Es solo nuestra limitación, nuestra pequeñez, lo que nos impide acarrear más de ese fruto del despertar. Kabir nos dice que: «tal temporada está ahí para llenar los sacos de amor».

Con una ignorancia tan profunda, que incluso me río de mí mismo por decirlo, digo que sospecho, que estamos viviendo hoy en esa temporada. Que la primavera del amado está floreciendo, y que ahora más que nunca, podemos sentir y compartir esa sensación de calor en nuestros pechos. Cuando simplemente tomemos el café o el té con cariño en nuestras mañanas, miremos al sol y al cielo agradecidos, recordemos los momentos de amor profundo en nuestras vidas, y sintamos el dolor del otro como si fuera el nuestro.

Y también cuando sintamos la alegría del otro, y veamos en los ojos de los seres vivos, esa chispa, ese impulso de amar que es la vida —las flores, las hojas, las criaturas, los astros que nos adornan la noche, los elementos que se ensamblan para dar paso a la diversidad y a la canción. Cuando nos maravillemos ante la hermosura de un atardecer o el poderío de un volcán en erupción, y el perdonar de nuestras acciones ignorantes y destructivas, y las de todos, que son, producto de nuestra búsqueda confusa e inconsciente del amado, afuera de nosotros mismos, en vez de en nuestro fuero interior.

Cuando dejamos de confundirnos con el egoísmo, con nuestro amor por este ego construido, como crisálida, y transformemos los impulsos de búsqueda de la vida, en una consciencia, capaz de rastrear y encontrar el amado en todo, y sobre todo en nosotros mismos, para entregarnos de lleno a su amor.

El verdadero amor es invencible e irresistible, y continúa acumulando poder y extendiéndose, hasta que finalmente transforma a todos los que toca.

(Meher Baba)