Si las cosas no se consiguen es porque nunca se las persigue hasta el fin. Pero quizá baste con permanecer lógico hasta el fin.2

Ambiente: todos los textos sin cita, entrecomillados o en cursiva pertenecen a José Carlos «Kutxi» Romero Lorente, poeta, compositor y líder de la banda Marea. Pertenecen a su álbum En mi hambre mando yo (2011), excepto los sí citados, El Azogue (2019). Sonaron incesantemente en mis noches de marzo, mientras componía este texto, ayudando a que las musas hicieran su aparición.

Desde pequeños, los que nos quieren desean nuestra felicidad, pero no creo que nadie sea capaz de definirla cuando en nuestra vida siempre habrá momentos de desanimo, disgusto, decepción, desagrado e, incluso, tragedia. ¿No es, por tanto, la búsqueda de la felicidad un imposible o un acto de soberbia?

Al fin de al cabo, la felicidad equivale a cuestionar el sentido y el fin de la existencia. ¡Ahí es nada! Si ya es difícil encontrar el verdadero sentido de la vida, somos tan osados de buscar la llamada felicidad en algo que no sabemos «de qué va». Seguramente, por tanto, la felicidad sea un estado de ánimo, un anhelo sutil. Si es así, ¿no estará sobrevalorada como programa de vida?, ¿no será más sensato buscar los ingredientes que pueden inclinar la balanza hacía esa felicidad entendida como «ánimo pleno» y entregarnos a ellos?

Quizás eso que se llama «felicidad» no sea otra cosa que la satisfacción general en el resultado de lo vivido, de lo pasado y presente con una mirada al futuro. Quizá esa felicidad sea sólo un balance. Por tanto, entre los ingredientes con los que debemos contar para que esa cuenta sea positiva, considero como más importante el que muchas veces se coloca como secundario o superficial y que defiendo como el más importante y alcanzable: la alegría.

Intro-misión

Agua, que reconcome desgasta y taladra.
No mojará mi posada sin luz
que aquí me atrevo a enjaularla y decirle de todo
y se me enamora.
Vuelve, cuando me encuentro salvando los muebles
para apilarlos y darles de arder
para que ría y se haga de día
sin amanecer.

No es este un texto de un erudito psicólogo con lugares comunes y recetas asépticas. Lo he creado simplemente siguiendo mi indocta y alegre pasión, mezclada con eso que malamente llaman «experiencias», que no son más que trozos de entrañas desperdigados por el camino recorrido, que se ha alimentado de tristeza y de alegría, y que es en realidad la composición de un cuadro con colores variados.

Claro que los colores sean alegres depende en gran medida de la voluntad, de las tripas, del protagonista. Así es, y el dolor irremediable se transmutará, una vez metabolizado, en alegría y en tejido de felicidad. Porque la alegría, al ser un sentimiento originado por una función adaptativa, con dosis de voluntad, depende de uno.

Pero, la alegría no es gratuita, como todo lo valioso, hay que esforzarse para seducirla. Si partimos de que la sobrevalorada felicidad es el resultado de la compensación de tristeza y alegría, si hay alegrías que vienen solas, tristezas y dolor que también lo hacen, ¿por qué no empeñarse en que sean alegres el resto de los momentos? Así el resultado de nuestra vida será siempre positivo, es decir, feliz.

Por tanto, propongo que la alegría se una actitud ante la vida. Está en nuestra mano.

Ando igual que un toro sin resuello que enseña la frente, que lleva en cada cicatriz luciérnagas resplandecientes y levanto polvareda en las tabernas si la luz no deja ver.

Uno siente alegría cuando algo reporta satisfacción, poniendo como ejemplo haber cumplido con un deber, haber tratado de dar lo mejor de sí mismo… Ya, pero ¿qué pasa si a pesar de la intención no se ha logrado lo deseado? Pues nada, no pasa nada.

El deber, más allá de que sea una intención moral y ética, no tiene valor, o mejor, tiene valor meramente coercitivo. Es decir, al grano, todo deber que no sea individual, conscientemente elegido, no tiene por qué proveer alegría. Esta no debe facilitarla el logro, sino la intención y es, por ello, individual.

Tu intención, orientada hacia el deber elegido para alcanzar el objetivo que deseas, es fuente de alegría. Más allá del desencanto final por no lograrlo, hasta ese momento lo que persiste, el aroma embriagador que destilamos es alegría. ¿O no está alegre el que persigue un objetivo?, ¿el que planifica y organiza un viaje deseado?, ¿el que adiestra sus tropas de sentimientos hacía el amor que espera conquistar?

Cuando sepas qué camino te surtirá alegría, estarás en la vía correcta, sabiendo que, además, encontrarás a otros como tú y os reconoceréis en el mismo camino. Esa será la siguiente parada, si la elección es noble, deseada, alegre… y compartida.

«Quédate hasta el día que lluevan pianos»

Las cloacas no sollozan si no las toca el calor
ensombrecidas.
La penumbra está risueña y se empapa del color
que yo le pida.
Y cuando digan
que en este remanso el dolor no se durmió,
será mentira, será mentira.

Eufrósine adornaba su pelo con flores, sosteniendo en una de sus manos una máscara alegre ya que su función era repartir alegría. Eufrósine era la segunda de tres hermanas, conocidas como las tres Cárites o Gracias (Talía, Eufrósine y Aglaya). Eufrósine era la más bella de las tres porque, aunque las tres lo eran, a ella le hacía destacar más su virtud principal: la alegría.

Su presencia era capaz de alegrar el corazón de las personas y hacer que se sintieran felices y plenas. ¿No es esta, por tanto, la manera completa de compartir, de estar en ese mismo camino que mencionaba antes? Si el que está alegre, provee alegría a los demás, ¿no asegura una alegría multiplicada? De esta forma, al extender la alegría por donde mora, por donde pasa, a quien mira, a quien sonríe… Eufrósine es la alegría reparando almas.

Además, al ser hija de Zeus, al pertenecer a las divinidades, comparte y contagia esa alegría sin necesidad de ejercer su voluntad, aunque no mire, aunque no mude su impertérrito gesto, aunque no conteste al ser que osa interpelarla… Aunque su tarea terrenal sea ardua y vulgar, su cualidad innata es repartir alegría a quienes la rodean, poner soles y luz en cada una de sus miserables cabezas.

Y quizás Eufrósine te invite a que la desencantes para que duerma quien pueda dormir encaramado a sus sueños. Y, así ayudarla para que ella misma pueda des-soñar, para tragar la vida tras pegarle dentelladas en continua alegría con sonrojo vergonzante y delirante, que hará que cada eslabón de barro y oro de los que se compone la aquerenciada vida pueda adquirir un poder que ilumine el camino en el mismo sendero en pos de ella. Porque la alegría es locuaz anhelo respirando armonía.

Por eso, nada hay que dejar en la reserva cuando esa alegría está presente. Nada hay que dejarse porque la alegría es una forma de vida, no un anhelo, no una tarea a postergar de continuo. No es esperar el momento adecuado, el momento es cualquiera porque nunca sabrás cuando aparecerá Eufrósine a iluminarte. Por ella, merece la pena equivocarse y, por eso, debes meter la pata en cada charco en el que creas ver tu sueño. Eufrósine es la alegría y la alegría es locuaz anhelo respirando armonía.

«No se cegarán los claros nunca más»

Los sinsabores son las flores que perdí
mientras la orquesta no dejaba de tocar
y yo tiraba por la borda el pedigrí
que me hizo hombre que en las nubes quiere hozar.

Dice el dicho «es de bien nacidos ser agradecidos» pero, más allá de su componente social, es decir, de buena educación, ser agradecido es una de las mejores cosas que podemos hacer para tener un buen estado de salud. Así de rotundo, el que es amable, sabe agradecer, muestra señas de simpatía a los demás, mejora su estado de ánimo y el de los otros, el de las personas a las que orienta esa amabilidad.

Por eso, la amabilidad y el agradecimiento son fuentes primarias de alegría y no sólo para el que las recibe sino, sobre todo, para el que las emite. Esas personas que casi siempre están enfadadas, mostrando desagrado, con dificultad para empatizar con las acciones de los demás, no son personas alegres y, por tanto, la tristeza que exhiben les proveerá mala salud y, tal y como está demostrado, su esperanza de vida será menor.

La pregunta es muy sencilla, ¿de qué tipo de personas preferimos estar rodeados? Es evidente. Mejor ser junco que caña. Si un torrente quiere llevarte por delante, al ser junco, te doblaras y resistirás, si eres caña, te quebrarás. Por eso, repito, la gratitud y las buenas formas a quien más benefician es al emisor que, al relacionarse con alegría y en positivo con el entorno, hará que la alegría que irradia tenga un efecto multiplicador.

Porque la alegría se puede cultivar, se puede entrenar. Cuanto más la manifestemos, más «horas de vuelo» tendremos y, además, como tiene un efecto espejo, su resultado regresa multiplicado, creando adicción y dependencia.

No hace falta ser agradecido y amable ante sucesos importantes o momentos de «felicidad» evidente. La alegría se encuentra en las pequeñas cosas, un paseo con una conversación banal, una actividad con un amigo, una taza de café caliente en una mañana de tormenta, una cerveza fría en compañía en un día de calor…

La alegría es sutil, no tiene que hacerse evidente en una acción exagerada. Hay personas que, solo con su mirada o su presencia, la generan. Además, todo aquel que muestra a horcajadas una brizna de nobleza con su mirada, estará esparciendo perfume de alegría.

«Tú ladra, que yo roncaré»

No le hagas caso al barquero,
que en volandas no te llevará si le faltan los besos,
que agazapado está como verruga ardiendo,
que no ha de morir y que espera el momento
para rebrotar.

Las pasiones positivas, es decir, las reacciones intensas que tienen que ver con el entusiasmo, el deseo, la emoción, la admiración, etcétera, son la mayor manifestación de alegría. Y no tienen que ser obscenas y evidentes, pueden estar latentes, es más, hay personas que con su sola presencia son proveedoras de ese tipo de sentimientos, es decir, son radiadores de alegría.

La psicología tradicional las llama «personas vitamina», son individuos que pueden hacer que los demás brillen y se sientan mejor. Al hablar de algo más sutil, de esos seres que llevan una luz, un sol encima de sus cabezas, que iluminan a los demás con su sola presencia, las llamaré «personas campanilla».

Cuando estamos cerca de una «persona campanilla» estaremos, en realidad, en una isla a la que «se llega volando desde la segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer». Es la isla de Nunca Jamás y allí podemos manifestar nuestros sentimientos y voluntad porque no hay reglas. Si lo primero que el proceso de socialización hace es diezmarnos la ilusión y la imaginación, allí son patentes de manera constante. Cierto es que también hay temibles piratas, cocodrilos, malvados villanos, pero ¿qué podemos temer si nos acompaña Campanilla? Es decir, la alegría, la ilusión, la imaginación… «La sonrisa despeinada de ir en contra de los vientos».

A veces, las «personas campanilla» deslumbran tan en exceso que pueden hacernos desconfiar; da igual, date a ellas, aunque quemen. Para amagarte la existencia con un puñado de tristeza ya aparecerán las «personas cencerro». Esos seres con una nube encima, con malos gestos, palabras y modos, de impulsos negativos. Es decir, en las antípodas de la alegría.

Las «personas cencerro», que son utilizados para controlar y dirigir a los bueyes, tienen una actitud negativa y pesimista, que puede ser contagiosa y afectar a los demás negativamente. Huyamos de ellos porque además juegan con ventaja, lo negativo se graba más fácilmente y con más fuerza en el cerebro.

Aunque, más allá de este juego de etiquetas, es importante recordar que cada persona es única y compleja, y no se puede reducir a una simple categoría. Por tanto, debemos tratar a los demás con respeto, empatía y comprensión, independientemente de su comportamiento o actitud. Pero, sobre todo, tratemos a todos con alegría, se contagiarán.

Y, es que, la alegría forma parte de un círculo virtuoso de retroalimentación. Cuanto más alegres estemos, mayor bienestar emocional tendremos y esto a la vez nos producirá más alegría, y así hasta el infinito y más allá, como en la isla de Nunca Jamás.

«Volverá el temblor»

Voy a desligar las tibias
de este diábolo sombrío,
que hay veces que no se acuerda
de que sigo siendo un niño, y sé
que no habrá sedales
cuando te hiera mi ausencia.
Ojalá me quieras libre, ojalá me quieras.

De todas las pasiones tratadas hasta ahora, mención aparte he considerado hacer a la mayor de ellas, el amor, que es la causa más profunda y rotunda de alegría, ya que conlleva la sublimación de todas las pasiones positivas en uno y las orienta a otro ser, al ser amado.

Pero el amor es el fin, el puerto de destino. Mientras se alcanza, hay otros sentimientos alegres, otras pasiones que el ser disfruta y padece —he dicho bien, padece—. La inquietud que produce el amor, mezcla de ilusión, curiosidad, admiración y deseo de compartir, de saber del otro, no sólo de conocer ya que eso es el objetivo final de admiración recíproca.

Y, ¿no se da justamente el amor, o lo que puede que sea, sólo en un contexto de alegría?, ¿no es el modo de alegría que se manifiesta más en puridad? Esa mezcla de desasosiego, inquietud, ilusión, admiración y curiosidad, todos juntos y en un contexto de alegre armonía es lo que llamo «el temblor».

Cuando este contexto de alegrías enseña el camino sólo hay un único deseo. Este es aquella ilusión que desbarata los sueños de los que nunca durmieron pues ya, de hecho, estaban soñando por otro latido. Es el azogue que une el ocaso al alba con una vigilia constante, no física, pero sí del alma que, alegremente, nunca descansa. En ese momento, es cuando esa alma decide, casi de manera compulsiva e irrefrenable, volver a descoser las cicatrices por las que se sintió alegría para tomar un nuevo derrotero. Cuídalo porque, en definitiva, amar es cuidar.

La alegría supone también esfuerzo para ser canalizada. Es saber que cuando se sienta de verdad se debe activar el botón del deseo. Incluso, a veces, conviene cortar las cuerdas del trapecio adrede para tener una excusa, subir a atarlas y poder contemplar a la luna otra vez con la falsa esperanza de enamorarla. Esa es la alegría que dimana y que ensancha el alma.

Y con todo, escapar de los amoríos para entregarse a la pasión venidera, desconocida y anónima hasta que se recomponga con los rasgos de un rictus extrañamente conocido porque así fuimos hermanos carnales antes de lograr coincidir en el camino de la alegría. Porque lo importante es el camino, ese camino que puede que desemboque en un mar de felicidad, pero, ya está dicho, sin esperar encontrar nada porque la verdadera felicidad es la alegría.

Tan harto de ternura y de tanta picadura, amor,
ungido, me abracé al rugido que me enamoró.
Después me encomendé a la bruma que puebla el último atolón,
que enviuda y amanece muda ᴄᴏn nuestro temblor.
¡Volverá el temblor!3

«Pedimento»

Despójate de pájaros lastimeros,
que están poblando el navío que fabriqué
con lápices altaneros repletos de heridas.
En él no hay barandal para colgar los pañuelos
y no entran ni credos ni noches cerradas.
Ebria estarás de luceros, yendo a la deriva.

Una vez hube finalizado mi artículo sobre la ternura (El vientre del firmamento: la ternura. Meer. Abril, 2022), comencé a reflexionar para escribir bien sobre el dolor, bien sobre la alegría y, claro está, ganó esta última. «He florecido con tanto ruido, que el trueno me habita la piel».4

Tómese una situación que genere dolor, mejor si es extremo, mejor si es de los que no se pueden domeñar, ¿no se puede? Sí, todo dolor muestra su momento de debilidad, de difuminación o letargo. Es ahí, donde nuestra voluntad debe afanarse para encontrar la alegría que puede estar escondida en él, ya que cuando algo genera dolor es porque antes existió lo contrario. Sólo hay rescoldos de cenizas donde hubo fuego, sólo hay restos donde antes hubo vida, sólo hay, en definitiva, dolor donde antes hubo alegría.

Y sí, ya lo dije antes, es un trabajo, requiere esfuerzo. Nada que no merezca la pena no lo requiere. Si buscamos entre las ruinas, dejándonos jirones de piel, trozos de tripas, encontraremos los restos de la vida que fue. De alegría. Y sobre esos trozos desperdigados que sirven para construir, a modo de rompecabezas, el soporte de lo que será por venir.

Por todo esto, la alegría tiene más sentido que la felicidad, ya que esta es una idealización del conjunto de una vida aun no completada, pero la vida no se vive de una vez, se vive por partes sucesivas.

Ya he enumerado multitud de sensaciones alegres. La ternura es alegre, la inquietud es alegre, la esperanza es alegre, el deseo es alegre, la amistad es alegre, la lealtad es alegre… Por eso, debemos darnos a ellas, repito, aunque quemen.

Disfrutar la alegría es la mayor expresión de triunfo. Nunca me ha gustado el verbo «triunfar» porque, de usarlo, debemos admitir también la existencia del verbo «fracasar», verbo absoluto y detestable porque, en realidad, no hay fracaso absoluto. Tampoco existen los triunfos definitivos, deben ser regados continuamente con esfuerzo y alegría. Es más, sólo entiendo como expresión de triunfo el que se da en el contexto de las pasiones, además, en realidad triunfar es ganar la partida a lo previsible.

Cada noviembre volveré a morder como un pájaro caduco cualquier suelo, y de pronto aletear hacia el invierno, y en su aliento padecer para remontar de nuevo.

Notas

1 El título de este artículo procede del nombre del álbum de Chucho publicado en 1999.
2 Albert Camus. Calígula.
3 Marea. «El Temblor». El Azogue. 2019.
4 Marea. «Jindama». El Azogue. 2019.