La palabra antropofagia expresa una acción que suscita, en el pensamiento actual, un sentido de repulsión y violencia, formando parte del imaginario de un pasado colectivo. Aparecerían estas escenas de forma recurrente en los episodios acaecidos en las crónicas de indias. Alzando la vista en retrospectiva, pronunciamos aquellos hechos con fascinación y desprecio, a veces como atravesando un resquicio totalmente desconocido, pero todo esto sin llegar a percibir de cerca algunos de sus significados más amplios.
Entre los pueblos mesoamericanos, la antropofagia vinculada a sacrificios rituales no perfilaba entre saciar el hambre, sino en la creencia de una dinámica que conduce a la “reciprocidad cósmica". La vida era un tejido en el que humanos, dioses, animales y fuerzas naturales intercambiaban energía. Tomar una parte del enemigo vencido —como ocurría ocasionalmente entre mexicas o ciertos pueblos caribeños— no era una glotonería brutal, sino un modo de absorber fuerza, valentía, esencia vital. Para otros grupos, como algunos señoríos del Centro de México, el acto no recaía tanto en la ingestión, sino en el simbolismo: era el último sello de un ciclo espiritual donde la vida era ofrecida, devuelta y transformada.
Si giramos hacia el cono sur, ciertos pueblos tupí-guaraní también practicaron formas rituales de antropofagia que respondían a un principio semejante: la convicción de que el valor del enemigo podía ser integrado para equilibrar tensiones sociales o consolidar alianzas guerreras. En muchos de estos casos, el gesto formaba parte de una cosmología donde el cuerpo humano era una entidad de tránsito, un mensajero entre mundos.
Comparar estas prácticas con otras culturas revela un patrón que se repite con matices distintos. En Fiyi, ciertos grupos melanesios vinculaban la antropofagia a la restauración del orden espiritual. En la antigua Grecia, los mitos contaban historias donde los dioses devoraban o eran devorados para renacer más poderosos: no actos literales, sino imágenes que contenían la idea universal de transformación. Incluso en Europa medieval se registraron casos de “canibalismo medicinal”, donde se consumían polvos de huesos o remedios preparados con restos humanos, convencidos de que podían curar enfermedades. La diferencia no siempre estuvo en el acto, sino en quién tenía el derecho de nombrarlo barbarie o medicina.
Acercándonos a uno de los escritos que registra el doble rasero de la percepción occidental en cuanto a estas antiguas costumbres encontramos, en 1580, uno de los ensayos del frances Michael Montaigne, titulado Des Cannibales, en el que el escritor toma relatos sobre la antropofagia americana y los arma como contraespejo para mostrar que los europeos también cometen atroces formas de barbarie (guerra, crueldad, política, traiciones), con lo que relativiza la condena absoluta del "indio canibal". Si bien su intención no es apologética ingenua, nos conduce hacia una reflexión humanista y crítica en la cual se introduce la idea de relativismo cultural.
En la actualidad, esta temática reaparece ocupando un lugar entre el debate moderno. Diversos historiadores y antropólogos —entre ellos William Arens, autor de The Man-Eating Myth y, más recientemente, estudiosos poscoloniales— han alineado un cuestionamiento que gira en torno a la pregunta "¿hasta qué punto la antropofagia prehispánica fue una práctica extendida, y hasta dónde fue un relato construido para justificar la conquista y colocarla como un frente de emancipación?"
Los cronistas españoles, desde Bernal Díaz del Castillo hasta fray Diego de Landa, describieron actos de antropofagia con detalle, pero lo hicieron desde una mirada que deseaba legitimar la ocupación como un "rescate" a pueblos que consideraban bárbaros. En algunos casos, estudios arqueológicos sí sugieren la existencia de prácticas rituales, pero en otros, la evidencia es mucho más débil, en contraste con las narraciones coloniales.
Al igual que la manipulación mediática actual influye en la percepción de las masas hacia la esfera geopolítica, la posibilidad de que ciertos relatos fueran exagerados o interpretados fuera de contexto en aquella época se vuelve hoy un campo de disputa histórica.
Escritores y pensadores latinoamericanos como Eduardo Galeano, Tzvetan Todorov y más recientemente intelectuales indígenas contemporáneos han señalado que la acusación de “canibalismo” funcionó como herramienta política, una manera de construir un otro primitivo para que la violencia europea pareciera justificada, necesaria, incluso piadosa. La antropofagia se convirtió en mito útil, una palabra con filo que abría la puerta al dominio.
Hoy las discusiones se desplazan entre dos polos: por un lado, quienes reconocen que ciertos pueblos sí practicaron formas rituales de antropofagia; por otro, quienes cuestionan la forma en que esos actos fueron narrados, multiplicados y usados para borrar la complejidad cultural de sociedades enteras. En este sentido, el debate transcurre en menor grado hacia el hecho de que “si ocurrió” y más sobre cómo se interpretó, quién contó la historia y con qué propósito. De tal forma es como “la antropofagia del relato” asumió una cultura que devoró simbólicamente a otra para imponer su verdad, marcando por algunos siglos la forma en que Latinoamérica ha sido juzgada, y en muchos sentidos, reinventada.
Notas
Arens, W. (1979). The man-eating myth: Anthropology and anthropophagy. Oxford University Press.
Montaigne, M. (2003). "De los caníbales". En Ensayos (M. de Riquer, Ed.; J. Bayod Brau, Trad., pp. 203–219). Editorial Crítica. (Obra original publicada en 1580).
Todorov, T. (1987). La conquista de América: El problema del otro (R. S. García, Trad.). Siglo XXI Editores.
(Obra original publicada en 1982).















