Uno de los consejos que se dan para recordarse de los sueños es permanecer un poco más en la cama y dejar que los pensamientos vuelen sin mayores interferencias, creando asociaciones espontáneas y siendo así es probable que el descanso y la falta de preocupaciones ayude a recordar lo soñado, al no tener que concentrarnos en algo específico, que inhiba otros «impulsos y reminiscencias». Esta es una de las recetas que he encontrado para recordar los sueños.

Una de las características importantes del cerebro es la cantidad de actividades que lleva a cabo en un momento determinado y por estos motivos, la atención, concentración y focalización son instrumentos importantes que se fundan en la inhibición sistemática de otros procesos y entre ellos los oníricos y las derivaciones resultantes de estos. Olvidar o ignorar es un modo de filtrar y elegir la realidad en que nos encontramos.

De aquí surge un aspecto interesante, la inhibición puede hacernos rígidos o neuróticos y la falta de inhibición psicóticos. Como pueden apreciar, todo tiene su costo. Lo que no he dicho es que la creatividad abre una puerta al caos asociativo y en este sentido tiene mucho en común con la psicosis. Una investigación sueca, que comprendía miles de personas, concluye que el riesgo de psicosis entre las personas creativas es altísimo y que, además, la creatividad y la psicosis son las dos caras de una misma moneda o, en este caso particular, ambas usan los mismos procesos cognitivos basados en la disociación. Y así volvemos a los sueños, que son un modo de alejarse de la realidad construyendo otra.

La creatividad es la capacidad de remplazar el mundo por otro más congenial o habitable mediante historias y sugerencias imponiendo un sentido nuevo. Este es el papel del arte, crear ante la realidad posibles alternativas que permitan una nueva interpretación y a menudo paralela. Siempre me he preguntado si recordamos los sueños o si ese «recordar» no es más que una sobreposición de lo «soñado» con una narrativa creada posteriormente al sueño que nos permite aceptar ciertas sensaciones o al menos darle una forma controlable a través del lenguaje, como todas las historias que nos contamos.

La verdad no la sabremos nunca, entre otros motivos, porque el sueño es tan personal como inverificable. Este no deja huellas del contenido, ni indicios, solo sensaciones que tenemos que explicarnos. Algunos neurólogos definen el sueño como una actividad caótica privada de sentido, cuya función es limpiar las neuronas de metabolitos o residuos varios para que estas puedan funcionar de la mejor forma y siendo así estos, los sueños no tienen significados ni mucho menos posibles interpretaciones.

Por otro lado, nuestra actitud ante los sueños nos describe algo esencial de la naturaleza humana. Nosotros transformamos sensaciones en historias en un interminable proceso de confabulaciones que termina por atraparnos y determinar «nuestra propia realidad» como en las psicosis, que podemos definir como realidades no compartidas. En mis tiempos de estudiantes tuve la posibilidad de «seguir» un cierto número de «psicóticos» y puedo afirmar que su realidad era tan real como la mía en lo que concierne a sentimientos como angustia y miedo, pero sus explicaciones eran completamente arbitrarias y se originaban siempre de la necesidad de justificar y describir sus estados de ánimo con «paranoias y alucinaciones», haciéndose víctimas de sus propias asociaciones. Por estos motivos, mi profesor de neuropsicología repetía una y otra vez: «nunca os alejéis de las observaciones consensuales y compartidas, antes de tejer teorías observad, medid y controlad, pues la interpretación de un fenómeno siempre cambiará como cambian los paradigmas».