Según la encuesta de la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol (IFFHS), nuestra competencia de primera división solo está sobre la venezolana y la peruana a nivel del continente. Aunque después de la derrota de la sub-23 con Venezuela, creo que estaríamos solo sobre la peruana. Un detalle no menor, es que, en Venezuela, el deporte principal es el Béisbol.

La competencia chilena es de las peores del continente. ¿Qué se hace? ¿Eliminamos los actuales clubes y creamos nuevos o mandamos todo al carajo y nos dedicamos a ver las ligas europeas en la tv? ¿O limpiamos la casa y creamos un proyecto que permita profesionalizar la actividad y así elevar el nivel competitivo? Con seguridad, nadie está dispuesto a permitir que desaparezca el club de sus amores, por mal que juegue. Todos preferirán que se busque la forma de mejorar lo que hay. No podríamos vivir sin el clásico entre Colo Colo y la U de Chile, o la misma U, contra U. Católica, yo sin mi querido Wanderers enfrentando a Everton, La Calera contra San Luis, el Audax italiano con la Unión Española, entre otros. La competencia nacional, necesita de esos clubes, de esas rivalidades, de esas historias. Por pretender mejorar la calidad de nuestro deporte rey, no podemos prescindir de ellos y su pasado. Por lo tanto, lo que se necesita es su profesionalización.

Esta triste realidad se parece mucho a nuestra maltratada y desprestigiada democracia, resultado de la acción de malos políticos y sus partidos. Realidad, que en ambas actividades provoca que surjan anarcos y barras bravas que quisieran acabar con todo. Frente al mal que los afecta, debiéramos aplicar la misma medicina. La medicina no es otra que profesionalizarlas. En todos los trabajos por simple que parezca, se exige demostrar estudios, conocimientos y experiencia. Con mayor razón en la política. Es necesario crear un organismo que seleccione a quienes puedan dedicarse a la política, y no dejar simplemente que sean los partidos y sus camarillas, quienes definan los candidatos que la ciudadanía deberá votar. En el fútbol sucede algo parecido. Debería existir un sello verde, de garantía que indique quienes han pasado la prueba de blancura. Solo así podremos aspirar a fortalecer el futbol y nuestra democracia.

¿Pero qué tiene que ver toda esta cháchara con el Arte, la Cultura y la Ciencia?

Me explico de inmediato. Recuerdan cuando veíamos a Borghi hacer la rabona, a Ibrahimovic hacer un gol de chilenita desde la mitad de la cancha, a Don Elías, pararla de pecho en área y salir jugando, a Mbappé a toda velocidad llegar solo al área y marcar, a Messi ponerla en un ángulo inalcanzable, a Ronaldinho mirar hacia un lado y tocarla al otro. Así surge o jogo bonito, entonces el público feliz lo festeja y acude en masa a los estadios. Es ese momento cuando la actividad alcanza categoría de Arte.

¿Y en política, cuando se le puede otorgar esa misma categoría?

Aquí también deben darse una serie de factores, por ejemplo, cuando en la política se fomenta el pluralismo, cuando prevalece el diálogo entre las diversas posturas políticas, cuando se fortalece el respeto por el otro, cuando se lucha en conjunto por la libertad de expresión, por el respeto de los derechos humanos, cuando se busca en conjunto que la justicia sea justa para todos, cuando el ciudadano tiene derecho a expresarse en las urnas y se respeta la decisión de la mayoría. Cuando se cumplen todos estos requisitos podemos decir que vivimos en una verdadera democracia. Es en ese instante en que la política se eleva al nivel del deporte ciencia, el ajedrez, y podríamos decir que gobernar es un arte.

Pero la realidad nos indica que no todos ven y actúan equilibradamente, con criterio, con sentido común. Este último, es el menos común de los sentidos. La realidad nos dice que nacemos con la camiseta del club y el color político. Definiciones que asumimos como mandamientos para el resto de nuestros días. Esto viene definido en nuestro ADN. Si asumimos que moriremos con esas camisetas, pase lo que pase, entonces: ¿qué deberíamos hacer para que nuestra sesgada visión, nos permita abrirnos mentalmente en la búsqueda consensuada de soluciones que nos permita revertir la realidad que afecta a estas dos actividades?

Quizás, parte de la solución sería imitar la sabiduría milenaria de los japoneses, como cuando reparan algo quebrado y le otorgan nueva vida y más duradera. Kintsukuroi se llama aquello. Los japoneses creen que cuando algo ha sufrido un daño y este objeto tiene historia, lo reparan, y se vuelve más hermoso, reparan sus grietas con oro o plata. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estas se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en prueba de la imperfección y fragilidad, pero también de la resiliencia; la capacidad de recuperarse y hacerse más fuerte.

Algo de esta sabiduría podríamos intentar aplicar a nuestra política. Podríamos usar un término de moda y llamarlo, política circular. Esto significaría trabajar con políticos con trayectoria, de esta manera aprovechar sus experiencias. Dejar de lado las diferencias pasadas, los prejuicios y privilegiar el objetivo final. Así sería posible que las cicatrices heredadas del pasado se transformen en un acto de resiliencia. Hoy cuando estamos gobernados por políticos jóvenes, sin mayor experiencia, es fundamental unir fuerzas y experiencias, que nos evite tropezar con la misma piedra y tener que asumir el costo. Lo de asumir el costo es un decir, porque el costo de esa incapacidad, la pagan siempre los mismos de siempre, o sea, los más desvalidos de la sociedad, los que viven eternamente esperando algún día ver sus necesidades esenciales resueltas. El llamado pueblo.

Tengo claro que no dejaré de ser wanderino, aunque mi equipo este en segunda división, pero si puedo reflexionar, y como postuló Humberto Maturana: es un derecho el poder cambiar de opinión y equivocarse. Lo más lógico es actuar sin pensar que soy dueño de la verdad.

No puedo dejar pasar un recuerdo que avala el contenido de este artículo, lo viví en Mozambique. Pero antes, debo acotar que gran parte del arte moderno occidental, la pintura, y la música, principalmente se inspiran y copian del arte africano. Hago esta acotación ya que en mi país poco y nada se sabe de África.

Dicho esto, corría el año 1988, yo vivía en Maputo, capital de Mozambique. El país estaba sumido en una guerra civil impuesta por el régimen de apartheid de Sudáfrica. Quienes vivíamos en la capital, no podíamos salir de ella, debido a que los combates sucedían en las proximidades. Nuestro mayor disfrute era ir los fines de semana a la playa de Costa do Sol. Kilómetros de arena con cálidas y cristalinas aguas, a pocos minutos de nuestras casas. Yo siempre buscaba estacionar en el sector de la playa donde se reunían las llamadas, estructuras. Así eran llamados los funcionarios de gobierno. En otros sectores de la inmensa playa, se instalaban los soviéticos, los cubanos, los nórdicos, los italianos. Los portugueses que se quedaron, mayoritariamente lo hacían en el desvalido club naval.

Un verdadero retrato de saudade de tiempos mejores que a toda costa intentaban mantener vigente. Mi interés por las llamadas estructuras, obedecía simplemente a que todos los domingos jugábamos un partido de fútbol de 45 minutos por lado. Era un verdadero espectáculo dominical. A orilla de la playa, estacionados en la avenida Costa do Sol, como cada fin de semana estaban dos Mercedes Benz negros y um par de policías de civil que observaban todo, pero principalmente, estaban atentos a los movimientos que realizaba en la cancha, el viceministro de comercio, Prakash Ratilal, y en el equipo contrario, nada menos que Jacinto Veloso, ministro de la Seguridad. La guerra no era un impedimento para unir esas amadas actividades, tan necesarias para el desarrollo de nuestras vidas.