El habitar el mundo intermedio da consciencia al ser humano de su capacidad de conectar con los mundos de arriba y de abajo.

En este espacio tiempo de hiperconectividad en el que las redes cada vez tienen más relevancia, es interesante pensar en las conexiones entre mundos que existen desde hace milenios y que se conocen por los saberes ancestrales de culturas milenarias.

Los pueblos originarios coinciden en vivir en conexión con tres mundos con los que los seres humanos nos relacionamos como parte esencial para tener una existencia consciente y una vida plena. Se trata de habitar la Tierra sabiendo que hay mundos que se encuentran en una misma realidad que podemos conectar en nuestra vida cotidiana como una forma de vivir con más plenitud en tanto expandimos la consciencia.

Todo es más sencillo de lo que parece y mucho más bello de lo que imaginamos. Está el mundo de arriba (hanan pacha en quechua), que también llamamos el cielo, el mundo de abajo (uku pacha) que es el interior de la tierra y el intermedio que como su nombre lo dice está en la mitad o el medio, siendo el lugar donde habita el ser humano.

En el mundo de arriba está el cosmos, donde habitan el sol, la luna, los astros y las constelaciones del universo que podemos ver en las noches cuando se iluminan las estrellas que, aunque en las ciudades poco se ven, trazan el recorrido de ciclos existenciales cuya duración o temporalidad no alcanzamos a imaginar desde la pequeña mente humana. De hecho, la observación de los astros permite descifrar el ritmo de la vida tanto del planeta como del ser humano que lo habita.

Desde la cosmovisión andina o sabiduría milenaria andino-amazónica el cóndor es el ave majestuosa que tiene la visión elevada y sensible, los mensajes del cielo y las cumbres más altas, representando el arquetipo de la sabiduría y la consciencia superior.

En Mesoamérica (Centroamérica) el Quetzal es el ave que conecta con el mundo superior y el espiritual, guiando al ser humano por principios elevados, mientras que en el norte el águila es la divinidad del aire y de la inteligencia racional que, según la profecía andina un día se unirá con el cóndor para volar juntos simbolizando el encuentro de la mente con el corazón, de la razón con el sentir y de la reconciliación que elevará la consciencia de la humanidad trazando un camino de hermandad.

En el mundo de arriba están las nubes, los truenos, el granizo y la lluvia que riega la tierra, así como brilla el sol con su radiante energía, mientras la luna con sus fases incide en el ritmo de la vida. Todos ellos dan la información que, si sabemos leerla, acompaña la existencia consciente que va más allá de la mente centrada en la materialidad efímera de la vida física que se queda en la tierra cuando elevamos el vuelo final.

Un intermediario del cielo en la tierra es el arco iris que se forma cuando hay sol y agua, nubes y rayos luminosos que se unen para mostrarnos el prisma de los siete colores que conectan lo terrenal con lo divino, y que se reflejan en los chakras, en el aura humana y en las frecuencias sagradas o Solfeggio que son secuencias de tonos medidas en hercios. El poder del color está representado en los Guacamayos, aves cuyas plumas usan los chamanes en sus coronas ceremoniales para elevar la consciencia y manifestar la cercanía con el mundo de arriba que acompaña para sanar en el intermedio que habita el ser humano.

Porque los seres humanos vivimos entre el cielo y la tierra, en el mundo intermedio que es el del Aquí y Ahora (kay pacha) representado por el puma o el jaguar que simbolizan la majestuosa presencia en la tierra, el sigilo, la calma y atención que implica habitar este espacio tiempo terrenal. También representan la sabiduría ancestral, el conocimiento de los antiguos que ha sido transmitido oralmente entre generaciones que habitan la tierra sabiendo que todo tiene un orden natural con ciclos vitales que marcan el latir de la vida humana y de todo cuando nos rodea.

Desde este enfoque la noción del espacio tiempo es profunda y distinta a la del bucle del tiempo lineal que nos atrapa en el pasado que no podemos cambiar y el futuro que no ha llegado. Se trata de una perspectiva cíclica que llama a vivir en la consciencia el ahora desde cuya vibración se sana y honra lo vivido (pasado), de la misma manera que se proyectan los futuros posibles con la certeza de lo efímera de la vida humana que contrasta con la trascendencia del Ser parte del Todo.

No obstante, cuando habitamos encasillados en la linealidad del tiempo y en el tablero de la materialidad, nos enredamos en laberintos de dudas y temores que nos alejan del Ahora como el único espacio tiempo presente. Así perdemos la consciencia de la vivencia en el Aquí del espacio tiempo en la tierra que habitamos, en el instante del presente. De esta forma nos desconectamos de nuestra esencia cósmica telúrica y de la maravillosa pertenencia al todo que guía la vida en el mundo intermedio cuando se le escucha o reconoce.

La concepción de habitar el mundo intermedio da la consciencia al ser humano de su capacidad de conectar con los mundos de arriba y de abajo, con humildad y gratitud por la pequeña gran experiencia de la existencia, así como la responsabilidad de mantener el equilibrio de la vida de Todo y con Todo.

Se trata de una enorme expansión de la consciencia de quienes Somos, puesto que nos constituimos en puentes entre los mundos que, si tenemos el entendimiento suficiente, permite trascender los límites de la vida encasillada en un tablero limitado que solo nos permite saltar de casilla en casilla buscando un bienestar material que está lejos de la verdad del Ser en consciencia.

Recordar esto es clave para vivir en consciencia y recuperar el poder de nuestra esencia, a la vez que despertamos a lo esencial de la vida plena. Es que el olvido nos convirtió en seres in-humanos que transitamos la experiencia humana como efímeros suspiros que dejan pocas huellas o incluso las que quedan muchas veces son como el lodo de la materialidad vacía centrada en el cumplimiento de metas cual carrera sin fondo en el que olvidamos la espiritualidad entendida como una forma de vivir y existir en plenitud.

Para más sincronía y presencia con la existencia también es clave recordar que como fractales que somos, los seres humanos tenemos los tres mundos en el cuerpo. Arriba está la mente con los pensamientos que aunque son invisibles pueden generar rayos, truenos y centellas, nubes oscuras o brillantes chispas que iluminan el entendimiento; en el medio está el pecho, donde habita el corazón, y el tronco que cual árbol, mantiene la estructura donde late el sentir que conecta con la mente (arriba), mientras abajo están las piernas y plantas de los pies que tocan la tierra.

En el corazón está el centro, que es el puente entre los mundos que permiten la realización consciente de la vida. Es el espacio tiempo del aquí y ahora que conecta con las venas y arterías que mueven la sangre que da la vida, que alimenta las células, los órganos, estructuras y tejidos que llevan el ADN de los ancestros y la información que nos guía desde la primera luz del día hasta el ocaso de la noche.

Por eso muchas culturas antiguas nos invitan a saludar el sol cuando empieza el día, para iluminarnos y respirar el aire fresco a la mañana como una forma simple, sana y concreta de conectar con el mundo de arriba, donde danzan el cóndor y el águila. De la misma manera que estar descalzos nos enraíza, limpia y energiza mientras respiramos la conexión telúrica cual arboles que se nutren de la vida que late dentro de la madre tierra.

Así llegamos al mundo de abajo donde moran los ancestros que han trascendido la vida igual que las semillas que renuevan la vida, allí se arraigan las raíces de los árboles y plantas, existen las capas de rocas y fuentes de agua, rutas subterráneas y habitan los invisibles a los ojos humanos que nutren la tierra. Allí está en corazón de la tierra con el fuego que arde creando el ritmo de la vida y al que nos conectamos como tambores que resuenan al unísono para saludar el sentir profundo de la existencia en el planeta.

En el mundo de abajo se mueve la serpiente capaz de reptar por la tierra y de cambiar de piel para dejar el pasado con desapego y la transformación. Es símbolo de la conexión con la muerte, aunque poco comprendida por las culturas que temen al final de la vida quizás por desconocimiento de la trascendencia de la misma cuando hay consciencia de la finitud de los ciclos y la importancia de reconocer el final para vivir con gozo, disfrute e intensidad el Aquí y Ahora.

A este mundo lo podemos sentir con los pies descalzos, sin las suelas de los zapatos que nos alejan del contacto simple y vital con la energía que nos nutre y que también podemos sentir a través de las manos que tocan la tierra. Volver a la tierra es reconectar con la fuente de energía que nos nutre, de donde vienen los alimentos sanos que están cultivados con aguas limpias, que reciben el sol del cielo y crecen resguardados por minerales, vegetación y fauna que le dan la fuerza vital.

Por eso el final de las cosechas se celebran con danzas que agradecen la abundancia, festejan la vida y permiten las danzas al ritmo del palpitar del corazón de la tierra que resuena con los tambores y los rayos del Sol que ilumina la gratitud por vivir Aquí y Ahora, disfrutando de todo cuanto tenemos en la experiencia humana en este maravilloso planeta.

Tener la consciencia de habitar en el aquí y ahora, en el mundo intermedio, nos permite conectar entre mundos que van más allá del arriba y abajo para expandirse al afuera que llamamos el exterior o entorno que habitamos y el adentro que nos habita en lo más profundo del corazón. Todo lo que sucede dentro se expresa afuera y viceversa, como lo dice la ley de la correspondencia del Kybalion.

Conectar con otros mundos es esencialmente hacerlo con nosotros, con los imaginarios, deseos, emociones, sensaciones y acciones que guían la vida cuando tenemos la Presencia del Ser que Somos. Todo esto confluye en planteamientos del buen vivir, ese modo de vida que nos habla de volver a la plenitud de la existencia, conectando con los mundos que nos habitan y los que habitamos, volviendo a nuestro centro para hacer y estar aquí y ahora con todo lo que somos.

Aunque en este espacio tiempo muchas veces nos desconectamos del Ser para conectarnos a redes virtuales, a las que hemos de agradecerle la posibilidad de que estés leyendo estas palabras, es bueno que nos comuniquemos con la esencia de quienes Somos y del porque estamos en esta experiencia humana. Por eso hemos de conectar con el corazón que es la guía de la acción desde el sentir, todo lo demás lo podemos postergar pero lo esencial está en el latir que marca el ritmo de la vida.

Por eso te invito a pausar la mente por un instante para respirar, deteniendo el piloto automático de la acción inconsciente para conectar con el corazón donde está todo lo que eres, lo que Somos cuando seguimos el ritmo del cielo y la tierra latiendo ritmicamente el Ser. Así podremos construir la vida plena que clama la filosofía del buen vivir en el que cada uno de nosotros somos parte de todo, con lo que ello implica en la posibilidad de transformar la realidad y de ser el cambio Aquí y Ahora.