Vicente Blasco Ibáñez (V.B.I.) tuvo dos etapas en Argentina y Chile, la primera vez como conferenciante y la segunda como colono y comprador de tierras. En la época argentina sus propios hijos Mario y Julio César lo calificaron de empresario «irreflexivo»; sin embargo, fue un ejemplo de empresario valiente y emprendedor que nunca se rindió y que, al final, inesperadamente, encontró la deseada fortuna económica y de reconocimiento a su valía como novelista en los Estados Unidos de América.

París 1908

En uno de sus viajes a París para visitar a la señora Elena Ortúzar, bien relacionada con la colonia de sudamericanos, coincidió con B. Mitre, director del periótico La Nación de Buenos Aires, con el que Blasco colaboraba desde hacía varios años, y con el director del Banco Español de Río de la Plata, quienes le invitaron a visitar Argentina y hacer una gira de conferencias pagadas, evidentemente. Argentina era por entonces uno de los diez países con mayor renta per cápita del mundo. Recibió emigrantes de todos los países y continentes. Muchos de ellos amasaron verdaderas fortunas.

La llegada a Buenos Aires

El 5 de junio de 1908, El Liberal, de Madrid, anunció que V.B.I. iba a dejar la torre de marfil donde le había hecho encerrarse el disgusto producido por una política pervertida y corrompida. Mucho más tarde, en su número de febrero de 1909, Cultura Española publicaba una corta reseña en que se decía que el novelista Blasco Ibáñez haría próximamente un viaje a Buenos Aires para pronunciar una serie de conferencias en el teatro Odeón sobre diversos asuntos de literatura, sociología, historia y otros temas. Este viaje había sido organizado en las condiciones siguientes: Blasco Ibáñez, que comenzaba a ser uno de los novelistas españoles más leídos en la América Latina y que colaboraba en las principales publicaciones de esa república como en El Nacional de Buenos Aires.

Había recibido la oferta de un gran empresario teatral de la capital argentina de participar en una serie de conferencias cuyo objeto, junto a un autor francés, consistía en poner la literatura más sobresaliente de Europa en contacto con los países hispanoamericanos, como era el caso de Cervantes y El Quijote. Ya se habían hecho oír, allá, en años anteriores el célebre historiador y sociólogo Ferrero y el criminólogo Enrico Ferri y el abogado Rafael Altamira. Esta vez el empresario hispanoamericano había puesto sus miras en dos importantes y famoso literatos: el francés Anatole France y el español Blasco Ibáñez.

El 6 de junio de 1909, V.B.I llegó por primera vez a Buenos Aires, en el barco Capitán Viana, donde le recibieron en el puerto unas treinta mil personas convocadas por la prensa. Contaba en esos momentos con 42 años y estaba en la madurez de su vida y de su talento creativo. Su fama se extendía por medio mundo. Sus novelas La barraca, Cañas y barro, La catedral y La bodega eran, entonces las más conocidas.

Conferenciante en Argentina

En las conferencias en Argentina trata los más variados temas: Napoleón, Wagner, pintores del Renacimiento, la Revolución Francesa, Cervantes, Lope de Vega, pintura de Velázquez, Goya y El Greco, filosofía, cocina, etc. De Buenos Aires dice, como un buen francófono, que es un París que habla castellano y, en el Club Español de dicha ciudad, nos habla del idioma como gran lazo de unión y de Cervantes como un rey a quien nadie destronaría por mucho empeño que pusiera (De hecho, hoy aparece su efigie en las monedas de 50 céntimos de euro, españolas). «De España no nos separa sino el Atlántico —dice— y los mares no son nada ni son de nadie».

Cuando V.B.I llegó a Buenos Aires, el distinguido cuentista francés Anatole France se encontraba allá desde hacía unos días. Estos dos escritores, a quienes aproximaban varios rasgos comunes de su espíritu y un mismo ideal político, entablaron en la Argentina una amistad que no se ha desmentido, y a pesar de sus diferencias de edad, sostuvieron desde entonces relaciones en que reinaba la cordialidad más franca. Blasco Ibáñez era, por otra parte, sincero admirador de las ficciones delicadas del académico socialista, y cuando reside en París, suele almorzar con él, en compañía de los editores de las traducciones francesas de sus novelas, los hermanos Calmann-Lévy.

La primera conferencia la dio Blasco en el teatro Odeón de Buenos Aires, se tituló América vista desde España. En otras conferencias habló de Balzac, Víctor Hugo y Zola. En un segundo ciclo habló de Miguel de Cervantes, de Lope de Vega, de la novela del siglo XIX, y de pintores como Velázquez, Goya y El Greco.

En esos momentos en Buenos Aires la colonia de españoles y valencianos era la que contaba con mayor número de compatriotas, desde finales del siglo XIX, ya se habían establecido en la ciudad y otras regiones. El recibimiento en Buenos Aires fue apoteósico.

La oratoria de Blasco, habituada a las lides políticas, era avasalladora, sus discursos encendidos, sus respuestas geniales. Los literatos argentinos admiraron la profundidad de los conocimientos de Blasco, un hombre que sentía pasión por Francia, por su Revolución, por sus escritores, en especial por Émile Zola, del que llegó a decir que era su padre literario. De Argentina pasó a Chile por los Andes.

Colono y hacendado

De escritor pasó al sueño de los antiguos conquistadores, tal vez imbuido por el estudio de las hazañas de ellos. Se dedicó a comprar tierras que pensaba poner en cultivo trayendo de Valencia labradores que las arrendaran durante diez años y después podrían comprarlas con los beneficios que obtuvieran. El gobierno argentino concedió tierras a Blasco, situadas en la provincia de Río Negro, en la Patagonia, donde las condiciones climáticas no tienen nada que ver con las de Valencia, así nació la primera colonia que llamó Cervantes. Una segunda colonia en la zona próxima a Uruguay es el nuevo proyecto que le apasiona en la provincia de Corrientes y a la que llama Nueva Valencia.

A principio de 1911 regresó a España y visitó Valencia para proceder al reclutamiento de nuevos colonos. La idea tuvo una favorable acogida. El emigrado debía pagarse el viaje, pero desde el momento en que pisaba suelo argentino, todo correría a cargo la empresa montada por Blasco. Decidió realizar allí y en la región del Río Negro una gran obra de colonización. Después de un viaje a Valencia para conseguir los agricultores que quisieran sumarse al proyecto, durante los tres años siguientes, de 1911 a 1913, se dedicó por entero a poner en marcha las colonias.

Río Negro, Patagonia: colonia Cervantes

La colonia de Cervantes se hallaba al sur de Buenos Aires a unos 800 kilómetros en ferrocarril, en una zona desértica y fría. Comparaba la colonia de Cervantes con las montañas de Chiva y Busol, con un poco de frío en invierno y un calor tolerable en verano, nada más lejos de la realidad. Pero el proyecto terminará en un estrepitoso fracaso. «Me dejé arrastrar por la quimera», confesó. Adquirió 25 parcelas de 100 hectáreas cada una.

Vendió la colonia de Cervantes a una sociedad de colonización. La vendió con pérdida, a causa de la crisis antes mencionada. Tras pagar sus deudas a los bancos, quedaron en sus manos acciones de otras empresas coloniales, pero no retiró de la operación final ningún dinero líquido. «¡Ya veréis —decía a sus íntimos—como saldré sin un céntimo de este país donde tantos imbéciles han ganado millones!». En efecto, cuánto dinero trajo a Europa se había volatilizado, y no conservaba, como resultado de su inmenso esfuerzo, más que algunas acciones y obligaciones, «pedazos de papel» de un valor más que incierto, dadas las fluctuaciones de nóminas de la Argentina.

Nueva Valencia en la provincia de Corrientes, cerca de Uruguay

Años después los viajeros recorrieron las colonias Cervantes (Río Negro en la Patagonia) y Nueva Valencia (al norte de Argentina) con una distancia entre ellas de cuatro días en ferrocarril. Era una empresa titánica, a gran distancia una de otra, cuyo control lo ejercía a base de capataces. Llegaron a Nueva Valencia, valencianos la mayoría de Silla para plantar arroz y trigo y convirtieron estas regiones en los graneros tan necesarios para el desarrollo de Argentina, sin olvidarnos de los campos de naranjos. Hizo importantes inversiones para obras hidráulicas de acondicionamiento.

Blasco tuvo que luchar contra una tierra dura que nunca había sido cultivada, y tuvo que luchar contra unos bancos argentinos que, con la crisis de 1913, aumentan las presiones sobre Blasco para que devolviera los préstamos. El dinero que los valencianos llevaron, más el dinero que aportó Blasco quedó enterrado en las tierras vírgenes de Río Negro y en los campos de Corrientes.

En Valencia sus enemigos, múltiples y variados, aprovechan las circunstancias para atacarlo. Ha dejado abandonados a miles de valencianos. Lo que quizá no se ha destacado suficiente de aquella aventura es el legado que dejaron los valencianos en aquellos campos. La aventura de Blasco no fue el sueño de un hombre al que el sol y la luminosidad le cegaron el entendimiento. No fue el sueño de un hombre que creyó que podía luchar contra los molinos del mal. Fue la aventura de un soñador de un «irreflexivo» que creía en la libertad y la capacidad enorme del espíritu del pueblo valenciano.

Bancarrota argentina. La ruina en 1913

En 1913 la crisis argentina ocasionó varias quiebras y todos los bancos dejaron de conceder nuevos créditos, exigiendo al mismo tiempo la devolución de los créditos concedidos anteriormente, de lo que nació en él una gran decepción y ruina económica. En cualquier otra circunstancia, Blasco Ibáñez habría luchado con una energía centuplicada, excitada por el obstáculo, conforme a una ley de su temperamento. Pero a la sazón se sentía sin voluntad para reanudar la batalla. En cinco años no había tocado su pluma, como no fuese para alinear cifras o redactar fastidiosos balances.

La liquidación de su colonia Nueva Valencia fue más laboriosa. Un banquero, Ruiz Díaz, de la provincia de Contreras, personaje, aparentemente solvente, pero de dudoso pasado le abrió un crédito de un millón de pesos con la garantía de las tierras de Blasco que aún no había pagado, si las cosechas salían bien podía pagar las tierras y devolver el crédito, algo normal en el mundo de los negocios. Pagó maquinaria y una anualidad y se quedó con el resto.

En medio de esta delicada situación ocurrieron dos hechos decisivos. El primero fue que los amigos políticos de Blasco perdieron el poder. La oposición, y su prensa, que habían cesado de levantar sospechas sobre los favores recibidos por Blasco, tenían ahora el campo despejado para pedirle cuentas. El segundo estuvo causado por la recesión económica. El Banco de Buenos Aires, que había prestado fondos al Banco de Corrientes, los reclamó, encontrándose con que se habían esfumado, una parte en gastos de la colonia, otra en manos del director del banco. Se produjo un escándalo mayúsculo. Se declaró la quiebra del banco, el director Ruiz Díaz fue llevado a la cárcel por malversación de fondos y se exigió a Blasco la devolución del dinero, amenazándole con meterlo en prisión. Tuvo que devolver las tierras y buscar fondos con urgencia para saldar las deudas. Estaba en la ruina. Prueba de que el «irreflexivo» no había detraído el dinero para su beneficio personal que dio orden de que se vendiera la casa de Valencia, que había heredado de su padre, y el mismísimo chalé de la Malvarrosa, que tanto apreciaba, pero su mujer lo impidió. Como pudo, consiguió poner las cosas en regla y dio por a concluida la aventura de la colonización, abandonando Argentina de forma poco gloriosa.

Poco antes de regresar V.B.I. a París, se publicó la novela Los argonautas en la editorial Prometeo de Valencia. Varias veces, en el transcurso de su travesía, había afrontado con dolor la idea de tener que volver a la Argentina a causa de esos procesos interminables a que antes he aludido. Sin embargo, hasta su desembarco en Boulogne (Francia) no comprendió plenamente que este mal de la guerra iba a cambiar la faz de la tierra y a trastornar el curso de su propia existencia.

Regresó a Europa en julio de 1914, y se instaló en París. Tres meses después, estalla la Primera Guerra Mundial, comienza la etapa de la novela de éxito Los cuatro jinetes del Apocalipsis y la posterior gira por los Estados Unidos donde se hace millonario por los derechos cinematográficos y publicaciones de artículos en un grupo de periódicos.

Conclusiones

Vicente Blasco Ibáñez, un escritor de la generación del 98, es el más importante de todos los escritores de su generación; sin embargo, los especialistas no lo incluyen. Sus ideas republicanas se reflejan en sus obras que son verdaderos dramas naturalistas de la época. Mi interés por recuperar a este mago de la palabra y de los negocios editoriales, ha sido el simple disfrute de la lectura, y el aprendizaje de la construcción de una trama novelística.

Notas

Fernández Palmeral, R. (2021) El genio de Vicente Blasco Ibáñez. Amazon.
Fundación Centro de Estudios Vicente Blasco Ibáñez de Valencia.
León Roca, J. L. (2002). Vicente Blasco Ibáñez. Ayuntamiento de Valencia.
Pitollet, C. (1921). Vicente Blasco Ibáñez. Sus novelas y la novela de su vida. Prometeo de Valencia.