El amor es esencialmente auto comunicativo; los que no lo tienen, se contagian de los que lo tienen. Aquellos que reciben amor de los demás no pueden recibirlo sin dar una respuesta, la cual, en sí misma, es la naturaleza del amor. El amor verdadero es invencible e irresistible. Va acumulando poder y extendiéndose hasta que finalmente transforma a todos los que toca. La humanidad alcanzará un nuevo modo de ser y de vivir, a través de la interacción libre y sin trabas del amor puro, de corazón a corazón.
(Meher Baba)
Eras mi madre del balcón del mundo. Me llevaste con tus sueños al otro lado del universo. Aprendí de ti sobre el perdón, el amor que da sin recibir, el soportar, el cantar con el agua hasta el cuello y tener los brazos siempre abiertos a lo distinto. Y por ahí andas siempre, escondida y presente, más allá de mi mente, dándome consejos secretos. Por quien eres, aquel que una vez te vio, desde su locura cuerda de amor y claridad, jorobado en sus sonrisas se irguió, y tomando tu mano te dijo: "Él está feliz, Él está feliz de que estés aquí". Allí, donde Él empezó a sembrar su jardín.
El jardinero del Amor. El que siempre sembró flores en tu corazón, desde que estabas allá en Collores, donde naciste y creciste.
Antes de buscarme, en una plaza de un pueblo sin fama, te encontraste con tu amor de antaño. Él se fue antes de yo poder tener conversaciones de balcón con él, pero sentí su paso por mi ser. Ah, y también trajiste aquella, que cuando la llamó hermana no habló en metáfora, sino en carne y hueso. Que seguramente es un ángel de la guarda de tu mismo batallón que enviaron para acompañarte.
Después viniste tú, que también ya te fuiste. Y nos encontramos de alma, una noche a la orilla del mar, en el Caribe. Pero nos sabíamos desde niños, cuando peleábamos por un caballito de juguete, en un jardín infantil. Ignorábamos entonces lo mucho que pasaría cuando fuéramos aún más niños y tuviéramos emociones y revelaciones, y descubriéramos que, más allá de todo, había un más allá de todo.
Y nos abrazamos en nube, cuando momentáneamente dejamos los disfraces y nos vimos en luz, y nos llovió adentro el mar. Y ya nunca pudimos volver a pelear por caballitos, y nos perdonamos todo el pasado y el futuro de este soñar. De ese encuentro naciste tú, niña de dos niños, y juntos crecimos por un rato los tres, y nos hicimos tan amigos que a todos nos abrazó el Amigo.
Luego, el Amigo Marionetero te asomó a ti por la ventana de un vehículo. Y terminamos riéndonos bajo las estrellas, al bajar un helecho gigantesco en un campo de Caguas, y nos llevó a mudarnos juntos para recorrer el mundo y seguir su rastro, y nos aprendimos sin saberlo, a través de una vida de amores tan profundos que jamás podremos comprender. Cosas de mar y de arena.
Y contigo vino aquella, que sobrealimentaba mis peces, y se hizo mi hija y juntos nos fuimos a ver los leones en el Serengueti. Y a vivir, cuando llegaron los otros. Primero aquel que se apareció en mis sueños, para contarme del sufrimiento del Antiguo. Y se quiso quedar con nosotros, para crecer y achicar el mundo. Y después aquel que vino, para poder estar juntos, en la despedida del esclavo del Amor, aquel que nos enviaba invitaciones a sus abrazos, y nos contaba todos los cuentos para que siempre estuviésemos juntos y descubriésemos el amanecer, sin saberlo.
Y crecimos todos.
Juntos, como los hongos en el tronco de un árbol. Las esporas se esparcieron, y se multiplicaron los amores con aún más niños. Y ahora éramos gente de tantos sitios. Y nos juntamos los de antes, con los de después, entrelazados todos en una tribu de cariño. Y éramos todos niños, sin saberlo. En un jardín infantil donde aprendíamos a vivir, unidos por los lazos, de aquellos cuentos que se contaban desde siempre, para descubrir el amanecer, sin saberlo.
Y además cada uno de nosotros descubrió a tantos otros caminantes que traían más cuentos y abrazos, de esos que se vuelven alborada. Con tantos pasos dados, en este caminar bailando, ya no hay espacio en la memoria para albergar cada personaje de la caravana de amores y sonrisas que esculpieron nuestras vidas. En mi propia mente, surgen como muestra solamente algunos de mis propios encuentros.
Con aquel, que cuando yo regresé de donde no sabía que iba a ir, tras abrazos y un café de todo el día, hablamos. Y terminamos yendo juntos a ese sitio donde ninguno sabía que iba a ir.
O aquel otro, con quien caminaba las calles de Ginebra y compartimos historias de India y Puerto Rico. Y hablábamos de Ramana Maharshi y de Meher Baba, y nos sonreíamos en Caribe e Indostán, aunque ninguno sabía, adónde estábamos en realidad. Y terminábamos con un abrazo y una copa de vino francés.
Cuando niño, bajo un poste de la luz, hablábamos aquellos cuatro amigos imberbes, de lo desconocido que era lo aún no vivido, ni escuchado, temido, imaginado, o anticipado. Lo no sabíamos y nunca lo sabríamos, con el hablar. Pero éramos amigos y lo sentíamos. Y antes de dispersarnos, quedábamos asombrados de este estar pasando por aquí, por este sueño del soñar.
A otro amigo lo conocí en unas oficinas en Caracas, pero era gocho de San Cristóbal. Y terminamos dándonos un abrazo de hermanos, grabado en un retrato tomado por su esposa chilena-libanesa, en un sofá de su casa en Nairobi. Y con otro del sur recorrí ese país gigante del Brasil y soñamos alianzas, nos contamos andanzas y nos encontramos después en tantos sitios, desde Roma hasta Beijing.
Con un mexicano oí los Beatles por primera vez en Coyoacán, en un teatro. Éramos amigos, pero no me acuerdo de dónde nos conocimos. Siempre andábamos juntos, perdidos, hablando de encontrar algo y ninguno sabía qué. No sé ahora ni adónde estás, aunque sospecho que siempre sigues ahí, como yo, buscando lo que no sabemos.
Y contigo escalé la muralla china, tú que venías de los campos del Líbano y yo del mar Caribe. Y siempre recuerdo tu sonrisa y tu visión de universo.
Y tú querido, que ya hace rato te fuiste, te voceaba en los aeropuertos para sentarnos juntos a hacernos cuentos, y en Santiago, en la casa de tu padre, que vivió todos los momentos, supe de los sueños de Chile, de las leyendas de los Andes del Sur, y de tu corazón.
Tantas gotas, tantos puntos de amor, tantos encuentros, tantas palabras compartidas, en silencio. Tantos abrazos cantados en el alma, tanta arena acumulada en los zapatos, tanto caminar. Tanto amor buscado, derramado, olvidado, soñado, perdonado, perdido y encontrado. Tanta vida, tantos pasos, tanto egoísmo, tanto cariño, tanta espera de tiempos, que nunca han pasado, tanto sentimiento de corazón amordazado, tanta mente, demente de concepto, pensamiento y conclusión.
Y aquellas colinas de resurrección, silencio y jardín, donde empieza y termina todo, aquellas miradas de siempre-adentro, de ojos transparentes y manos de cariño, que nos hicieron sentir de nuevo niños.
Qué hermosura de vida, con tanta riña, tanto perdón, para uno darse cuenta, a veces de repente, que nada nunca ha pasado, y tener ese encuentro con uno mismo, adentro sin saberlo, con cada uno allá afuera, y en secreto. Sabiendo, sin entender, que todos bailamos, dormimos, cantamos, nos proyectamos y nacemos, en el mismo sitio de siempre, que siempre es.
El asombro, lo prohibido, los secretos que todos tenemos, que sabemos que nadie sabe, pero que todos saben sin saber. Los personajes con los que caminamos y los personajes que nos creemos. Este rodaje, estos grafitis de sueños y verdades que no son, de recuerdos de pasado sin esencia, de sueños de futuro que no se sabe si serán, y de presentes que no se quedan.
Y ese atisbo del alma, que aparece de repente y permanece sin pensar. Tanto andar, sonreír, llorar y rabiar. Vivir, vivir, vivir. ¡Es tiempo ya de sentir el amor!
Las sales de todas las lágrimas derramadas se disolverán en el mar. Las estrellas dejarán de emitir luz para convertirse en sinfonías. Nuestros abrazos lloverán en torrentes y procrearán muchos niños más en el espacio y el tiempo. Los jardines bailarán con nosotros, y subiremos juntos escaleras de caracol, donde repicarán las campanas de catedrales, anunciando el final de los tiempos y el comienzo del Amor.
Ese día, cuando nos digamos adiós.
Y la tribu pasará. Ya no podré abrazarlos, en esos momentos de siempre, de cariños, risas, tristeza, alegría, riñas y serenidad. Tantos instantes intercambiados con tantos, desfilando ahora en la pantalla de la consciencia, como películas de ayer. La vida es tan profunda, hermanos y hermanas, que uno no puede describir los paisajes que brotan en las venas, capilares y células, cuando nos buscamos y nos encontramos.
Todo es tumulto o amanecer. De alegría y dulzura, o de heridas profundas y cortantes. Y sin embargo, no se puede culpar a nadie de nada. Es todo un antiguo arroyo que fluye hacia el mar, a veces por aguas mansas y otras en rápidos y cataratas. Haciendo música con altos y bajos, que se fusionan en melodía. Hoy en mi alma, lo recuerdo todo, ustedes son canciones muy antiguas compartidas, hay tanta vida entre nosotros. Estamos todos incrustados en el alma, somos parte integral de una misma historia.
A veces surgen ciclos de miedo, roces inspirados por voces temerosas, que contrario a esa dulce voz que nos arrulla desde siempre, la que planteó la dulce pregunta, de quien va a tirar la primera piedra, la piedra de la generalización, el miedo, el reproche, la venganza, la ignorancia.
Viven dentro de todos. Esas voces, esos sentimientos, algunos dormidos, otros activos, en forma de pensamiento, las voces del odio y el perdón, de la agresión y el abrazo, del autoengrandecimiento y la humildad, de la inspiración y del miedo. Yo las veo dentro de mí y desplegadas en los libros de historia, en noticieros, versos y en todas las plazas virtuales que nos conectan. Viven adentro de todos nosotros.
Tememos, odiamos y amamos, acusamos y perdonamos, vivimos y morimos, inevitablemente. Con tantas opiniones de saber (cuando en realidad no sabemos nada) qué hacemos con nuestras afirmaciones del ego.
Mientras tanto, la vida burbujea cada mañana y baila alrededor nuestro. Y nos alumbra la luz que cae, desde los confines del universo, y que surge de nuestros corazones. Mientras giramos, suspendidos incomprensiblemente en este espacio y existimos.
Hoy yo quiero acurrucarme, hacerme pequeño como una bola de polvo, en una esquina insignificante de mí mismo. Perdonarme y perdonar a todos los demás, a los iracundos y los callados, los inocentes y los perpetradores, los agresivos y los mansos. Sí, implorar el perdón, allá muy adentro, por este terrible desastre que continuamente nos traemos a nosotros mismos, con nuestra ignorancia, mientras crecemos en este hermoso jardín que compartimos, donde florece esta maravillosa vida.
¡Por favor, encendamos la luz adentro y dejemos de tirar piedras! ¡Es tiempo ya de sentir el Amor!















