En la antigüedad cercana no era frecuente pensar en cataclismos cósmicos más allá del Diluvio y el Apocalipsis bíblicos. Así, tras mantener charlas con un amigo acerca de un desastre universal que acabara con todos los logros del Hombre, el poeta inglés William Wordsworth nos deja en su Prelude -un poemario autobiográfico- el relato de un sueño que tuvo al quedarse dormido en una playa arenosa, leyendo El Quijote frente al mar y meditando acerca de aquel eventual desastre mundial que acabaría con la intelectualidad humana y su memoria.

Se sueña a sí mismo en una especie de Sahara de arena negra. Sin mar y sin escapatoria (el infinito no tiene salida). Pronto se da cuenta de que había alguien a su lado: un beduino montado en un camello, con una lanza, una piedra y un caracol. El caracol es bellísimo y la piedra (identidad en la dureza, distinción en el aspecto) son al mismo tiempo libros: la piedra -el rigor- es la Geometría de Euclides y el caracol -lo ideal-, es toda la poesía del mundo. Su misión: salvar ambos libros. Pero en ese momento, el beduino mira hacia el horizonte detrás del poeta: una luz terrorífica inunda el desierto, es el Diluvio que Dios envía para destruir la Tierra. El beduino se aleja al galope y Wordsworth se da cuenta de que el árabe es también el Quijote y que el camello también es Rocinante.

El poeta es alcanzado por el Diluvio y la marea al mismo tiempo: ambos fueron uno por un instante en la débil frontera entre sueño y vigilia. Hasta aquí el onirema, el relato de lo soñado. Habiendo conocido sueños como éstos, escuchar a la ciencia decir algo que prima facie parece cierto: que la vida es una complicación de la materia que no hace falta, es tan increíble como pensar que los sueños no cumplen ninguna función. Se dice que muy bien los sueños pueden ser rémoras de mecanismos de fijación de recuerdos que ayudan a sobrevivir, pero que ya no se los necesita. Sin embargo, la magia ínsita en el sueño -en algunos de ellos, al menos- vuelve sospechoso al dormir y mucho más al sueño que escondería algo más que «descargas» de la mente, como si fuera un cable a tierra. Ver una jirafa, una ameba, un sauce o un águila y pensar que es lo mismo que estuvieran o no es tan irracional como ver a un beduino con piedras y caracoles que, sin dejar de ser lo que son, sean también libros y a la vez un loco en un camello y en un rocín... ver así tales fenómenos nos hace pensar en un dominio de la mente que está presente aunque la consciencia no lo alcance a imaginar y menos a entender.

«La vida no hace falta»: llegar a esta idea sobre la complejidad de la materia como proceso inconducente es tan anti-intuitiva como la de creer que no hay una cuota de realidad en los sueños. Por empezar, no existe diferencia en «grados» de realidad (si es que tal axiología existiera) entre el mundo real y el onírico. Podemos distinguir entre sueño y vigilia, pero no entre sus realidades: lo que se sueña es absolutamente real, la persona que nos habla, el muerto que vemos, el espanto que nos acongoja... todo es real, sucede, nos altera psicológica y fisiológicamente. Pasa de un modo distinto a como pasan las cosas en la vigilia, es cierto, pero pasan. Y, de hecho, como sólo se vive en el presente (la vida sólo ocurre cuando ocurre, ni un instante antes ni uno después), una experiencia en vigilia es tan ilusoria en su continuidad temporal como lo soñado. Que la vida sea sueño para Calderón de la Barca o que estemos hechos de la misma madera de los sueños para Shakespeare, nos da esa idea de cercanía que los poetas intuyeron entre vigilia y sueño.

Los sueños, con un sólo toque, acaban con las leyes de lo real y conquistan ciudades e imperios. César cruza el Rubicón movilizado por un sueño que tuvo la noche anterior en el cual dormía con su madre y a la que tomó por símbolo de Roma. Juana de Arco luchará contra los invasores de Francia impulsada por la intensidad y naturaleza de sus sueños recurrentes. Adolfo Hitler, durante una batalla en la P.G.M. se queda dormido en una trinchera hasta que se adueña de él una pesadilla: tenía la boca llena de basura. Se despierta sobresaltado y se retira del lugar... cayendo tras él una bomba de mortero. Genghis Kahn diseñaba sus estrategias de batalla según se lo indicaban sus sueños de la noche anterior.

Entre abril y junio de 1905, Einstein tiene una cadena de sueños que lo llevan a su Teoría de la Relatividad. Abraham Lincoln sueña su propio velatorio en la Casa Blanca diez días antes de que lo asesinaran. Alejandro Magno, durante el asedio de Tiro, en el 332 a.C., soñó con un sátiro danzando sobre un escudo. Su oniromante, Aristandro, reconoció el juego: satyros («sátiro»), podía ser tomado como Sa Tyros: Tiro es tuya, por lo que Alejandro no resignó la campaña y conquistó la ciudad. Napoleón soñó las dos noches anteriores de Waterloo con un gato negro que lo atormentaba. Joseph de Lany, obispo de los Balcanes, soñó la noche del 27 de junio de 1914 que leía su correspondencia, y entre las cartas una llevaba los sellos imperiales describiendo el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria. Al día siguiente se produjo el crimen que desató la Primera Guerra Mundial. Poe escribe desde sus pesadillas y el Dante sueña los fundamentos literarios de la Divina Comedia. El texto se pierde en gran parte tras su muerte en 1321, pero en un sueño, la sombra de Dante le informa a su hijo dónde estaban extraviados los originales. John Lennon sueña la música de Imagine. Paul McCartney sueña la melodía de Yesterday y soñando con su madre, abrumado por deudas, ésta le deja un reconfortante Let it be. Y podemos ir terminando está de por sí inagotable lista, con la bellísima sonata El trino del Diablo de Giuseppe Tartini:

Una noche de 1713 soñé que había hecho un pacto con el Diablo a cambio de mi alma. Todo salió como yo deseaba: mi nuevo sirviente anticipaba todos mis deseos. Entre otras cosas, le di mi violín para ver si podía tocar. ¡Cuán grande fue mi asombro al oír una sonata tan maravillosa y tan hermosa, interpretada con tanto arte e inteligencia, como nunca había pensado ni en mis más intrépidos sueños...!

Las ciencias tratan a la realidad con desapego emocional, y eso suele ser visto como algo positivo para los que conservan la infantil idea de encontrar la heroicidad en la dureza, la fuerza y el propósito. Los sueños, en cambio, no son «duros»: son volátiles, tenues, delicadas formaciones que adquieren a menudo dimensiones artísticas y espirituales que no les permiten integrar la categoría de «cosa». Vagan indomables por la vastedad del inconsciente, sean iniciáticos, proféticos o reveladores. ¿Somos el Cielo al soñar, o el Infierno? ¿O es un breve contacto con Dios? Yo mismo soñé anoche que mi pueblo se dislocaba tras una vastedad infinita. Una nube redonda cubría el cielo dejando al horizonte celeste despejado, y sobre el mar y como si fuera en el centro mismo de la nube y del océano, se abría un hueco por donde descendía un grueso haz de luz solar que terminaba en el agua. Una mujer desconocida cruzaba tras de mí y le rogué que mirara el prodigio, pero su expresión fue de estólido temor y se negó sin palabras. La odié. Vuelvo la vista al mar y en el haz de luz ahora caía una lluvia distante, menuda, suave y abundante como un terciopelo de cristal que se descomponía en los colores del iris y que no provenía de la nube sino del cielo mismo.

Sin dureza, ni fuerza, ni propósito. ¿Por qué tiene que haber un propósito en la vida y en los sueños? ¿Es acaso la vida y su materia motivo de alguna transacción por la que podamos esperar algo a cambio? Dijo Joseph Addison: al soñar somos el teatro, el auditorio, los actores y el argumento. Soñar es ser el sueño. ¿Dónde puede haber ganancia que justifique algo que empieza y termina en su propia naturaleza? Se ha dicho, asimismo, que el amor es el resultado de las moléculas de ADN buscando replicarse... Concedámoslo... ¿y por qué el ADN sería menos que el amor que suscita? ¿Por qué no pensar que las estrellas que pueblan las noches absolutas buscan ser también esas moléculas de ADN y el amor que despiertan? Quizás los sueños sólo sean el lado incoherente de nuestra psicología, pero ¿y si son la voz que resuena en un cerebro dormido de aquel sitio al que iremos tras la vida? En La Muerte y su misterio de Camille Flammarion, se citan muchísimos sueños premonitorios y telepáticos, todos relacionados con la muerte... con ese ‘allí’ en donde ya no somos, o donde somos lo que aquí, en la vigilia, no podemos ser. Si Hipnos -hijo de Nix, la Noche y Érebo, la Oscuridad- nos duerme, quedan otros dos hermanos dispuestos a arrastrarnos: Morpheo que nos da «formas» o sueños antes de despertar y Tanatos que nos lleva a la muerte:

Morir, dormir... dormir... ¡Y tal vez soñar! ¡Qué difícil! Pues ¿qué sueños podrán ocurrir cuando sin ataduras mortales encontremos la paz en el silencio del sepulcro?...

(Shakespeare, Hamlet, III:1)

El onirema es siempre una fabulación que relatamos del sueño, muchas veces apenas recordados o cuya memoria se desvanece tras escasos minutos de vigilia sin poder evitarlo, quedando apenas un poso de sensaciones que nos conmueven por un tiempo. E incluso hay quienes sueñan pero jamás lo recuerdan. Es que en verdad, no sabemos qué sucede en la totalidad de ese otro mundo. Y así como hay que tener fe en la fe para poder tener fe, lo que soñamos necesita de un mundo donde los sueños puedan ser soñados. Un mundo que, por ejemplo, para Virgilio era el real: tras haber conversado Eneas, allende los Campos Elíseos, con las sombras de los que en el mundo fueron, (incluida su madre a la que no pudo abrazar por ser una sombra) regresa y se topa con dos puertas (Somni portae, Eneida: 6): la de cuerno: la puerta de los verdaderos sueños: umbrae verae y la de marfil: falsa ad caelum mittunt insomnia Manes, en donde los Manes -modestos dioses del hogar- envían los falsos sueños al cielo. Eneas elige la puerta de marfil: la mentirosa. ¿La razón? Mucho se ha debatido... quizás porque creía más en el mundo ideal que en el real, el cual sería poco más que un manojo de sueños disfrazados de Verdad.

Antecede el sueño de Penélope (Odisea: 19). Odiseo, de regreso en Ítaca se transfigura en mendigo para matar a los pretendientes y dialoga con Penélope. Ella no sabe quién es y le describe un sueño que había tenido: un águila mataba a veinte ocas que comían en su casa. Odiseo afirma que es un sueño verdadero. Penélope le responde:

Oh, extranjero, los sueños surgen inescrutables y confusos y no todo se les cumple a los hombres. Pues son dos las puertas de los alados sueños: una de cuerno, la otra de marfil. De entre ellos, los que vienen a través de la de marfil brillante nos engañan trayendo palabras que no se cumplen; en cambio, los que llegan por la puerta de pulido cuerno cumplen cosas verdaderas para aquel de los mortales que lo vea...

Ni Eneas ni Odiseo nos dan certezas. Nunca sabremos cuál puerta conviene atravesar o cuánta verdad se encierra en los sueños, así como nunca sabremos toda la verdad de la vigilia. En el filme Matrix (1999), Neo elige la píldora roja de las manos de Morpheus que lo llevará a través de un espejo, como el de Alicia, hacia la «verdad» de la puerta de cuerno... Pero el mundo «real» que Morpheus le revela no garantiza nunca que lo que esté viendo sea realmente real: puede provenir aún de estructuras ficcionales superiores: puede haber una Matrix de la Matrix... y así hasta el infinito.

Preguntas

¿Qué hay detrás de las figuras soñadas? ¿A qué huele la piel que los envuelve? ¿Qué clase de carne y huesos sostienen y animan a esos seres que nos miran a los ojos y nos hablan? ¿Serán sueños de dioses soñantes? ¿Será la poesía más o menos pobre de un Cosmos impersonal que busca rimar con nuestra vida? Los sueños olvidados, ¿seguirán existiendo?

El sueño tiene lógica interna y estructura que le pertenecen y los psicólogos las atan al devenir profundo de nuestros aparatos mentales, pero ¿no será posible que nuestro «aparato mental» tenga un nivel donde ya no nos pertenece, sino que pertenece a contextos más amplios, interconectados con una totalidad que nos es ajena? El Unus mundus de Duns Scoto.

¿Qué o quiénes habitan ese mundo que no puede entrar al nuestro, pero que usa nuestra mente para mandarnos señales de su existencia? Wittgenstein decía que muy bien podemos despertar con esa memoria sin que lo recordado haya constituido un sueño. En Sócrates el sueño es sólo expresión de deseos. Para Platón, ni el sueño ni la vigilia nos ponen en contacto con lo real: es necesario un contrasueño o una supervigilia que contemple las Ideas. Para Hipócrates, el sueño refleja el estado de salud del cuerpo. Descartes -en su sillón, en pantuflas y junto al fuego- se pregunta «¿cómo puedo saber que ahora no estoy soñando?» ¿Y si los sueños son experiencias conscientes que se dan durante el dormir inconsciente? San Agustín se preocupaba por la moral del sueño. En Japón, Baku se come las pesadillas. Vishnu en la India, así como Tot y Tutu en Egipto, nos dan sus sueños. Y cerramos con dos preguntas de Miguel de Unamuno:

Cuando un hombre dormido sueña algo, ¿qué es lo que más existe?, él, como conciencia que sueña, ¿o su sueño? y ¿No es acaso todo esto un sueño de Dios o de quien sea, que se desvanecerá en cuanto Él despierte, y por eso le rezamos y elevamos a Él cánticos e himnos, para adormecerle, para acunar su sueño...?

Lo único cierto es que nada cierto podemos decir de los sueños, y que esa barrera lógica de no poseer contextos que nos permitan ver que mientras soñamos estamos soñando, nos acerca a la emoción del efecto estético del arte cuando, sin poder decir nada consciente, somos «transportados» por una melodía, una pintura o una poesía en alas de un ensueño impensable e indecible... y es ahí cuando el sueño se concibe como poesía... una poesía basta y vasta, llena de una magia inútil y llena de una gracia que aprendimos a despreciar desde la sensatez del mundo. Mundo prosaico que desprecia sus sueños a los que llama mitos y a nuestros mitos que llamamos sueños... El Unus mundus de Scoto, de Carl Jung y de la Física Cuántica alberga y cuida a ese desconocido gemelo mío que me sueña soñando sus verdades cada noche sin otra ley ni propósito que la sacralización de nuestra mutua alma.