Hay que soñar el porvenir, desearlo, amarlo, crearlo.
Hay que sacarlo del alma de las actuales generaciones
con todo el oro que allí acumuló el pasado.

(Omar Dengo)

La siguiente reflexión es una interpretación de hechos políticos recientes en la historia costarricense. Su cometido es contribuir a generar conocimientos, pero no pretende expresar una versión concluyente y cerrada de lo acontecido. El conocimiento sobre cualquier realidad es resultado de la confluencia de distintas perspectivas, y la que aquí expreso es una entre muchas posibles. Los razonamientos incluidos en este texto constituyen aseveraciones cuya validez esta sujeta a investigaciones posteriores. Este es el método adecuado en todo proceso de creación de conocimientos. Lo contrario ocurre cuando lo que se produce es una ideología, esto es, una racionalización de hechos en función de intereses parciales y de manipulaciones de la mente y las emociones. En este último caso no interesa el conocimiento, sino el control, no se busca el diálogo constructivo entre distintos enfoques, sino la imposición de uno de ellos. Aclarada la cuestión epistemológica, entremos en materia.

Jornada electoral en dos niveles

Los costarricenses hemos sido testigos de un proceso electoral (primera y segunda vuelta) donde predominó una grotesca mezcla de oportunismos políticos, insultos por doquier y estratagemas mediáticas que sin escrúpulos pretendieron manipular el voto de los electores. Desde ese ángulo de visión se trató de una jornada para el olvido que dañó la educación política de la ciudadanía e hizo evidente la postración intelectual, programática y organizativa de una parte considerable de los actores políticos y sociales. Pero más allá de esa circunstancia tan lamentable, debajo de la superficie se movieron corrientes históricas plenas de dignidad que resistieron y vencieron a los diversos esfuerzos de manipulación, y es por ese oleaje subterráneo de libertad y autonomía que la recién concluida jornada ha quedado inscrita con letras de oro en la memoria colectiva. Y en ese marco el Tribunal Supremo de Elecciones, una vez más, ha sido columna vertebral e irrenunciable de las instituciones republicanas, y se ha mostrado como una de las organizaciones emblemáticas del derecho electoral en América Latina y en el mundo.

Victoria democrática y liberal

En la primera vuelta de la campaña pareció claro el objetivo, compartido por la mayoría de los actores políticos y mediáticos, de impedir el ascenso del Partido Progreso Social Democrático (PPSD), al mismo tiempo que se impulsaba al Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) o al Partido Nueva República (PNR) como los contendientes del Partido Liberación Nacional en segunda vuelta. Si tal objetivo se hubiese alcanzado desaparecían los motivos de preocupación para quienes lo promovían, porque el Partido Liberación Nacional (PLN), el PUSC y el PNR coincidían en sus planteamientos programáticos básicos y en su estilo de hacer política. Pero tal propósito general no fue alcanzado. El PPSD ingresó en la segunda vuelta, el PUSC fue superado en número de votos por el Partido Liberal Progresista (PLP), el Partido Nueva República se estancó en el camino, el Partido Acción Ciudadana desapareció del escenario electoral y el Partido Frente Amplio obtuvo una tímida, insuficiente y apenas tibia recuperación, mientras el inmenso número de candidaturas presidenciales de pequeños grupos no lograron su verdadero objetivo disfrazado de aspiración presidencial: una curul parlamentaria. Estos, según mi leal saber y entender, fueron los resultados de la primera vuelta electoral, y con ellos la ciudadanía mostró una importante capacidad de decisión autonomía respecto a las estrategias de manipulación.

Durante la segunda vuelta, dado el fracaso en impedir el ingreso del PPSD en esa parte del proceso electoral, se reforzaron e intensificaron los esfuerzos para favorecer la candidatura, finalmente derrotada, del Partido Liberación Nacional. Las instituciones de la democracia electoral, y la voluntad autónoma de la mayoría de los electores y de las electoras resistió y venció a una poderosa maquinaria de poder mediático, político, económico y social, que buscó revertir las tendencias de intención de voto indicadas en las encuestas. Este hecho constituye, per se, una victoria relevante de la vocación democrática, y una prueba sobresaliente de la capacidad de las instituciones republicanas para sobreponerse al cúmulo de intereses personales y oportunistas que haciendo gala de las incoherencias más radicales y cínicas, deambularon al cobijo de los feudos de poder prevalecientes en distintos ámbitos de la realidad nacional.

Concordia en la diversidad

El bloque social, mediático, político y económico que adversó al PPSD y favoreció, de manera directa e indirecta, la candidatura del PLN debe ahora, en sus distintos componentes, analizar con sumo cuidado las causas de su fracaso electoral y elegir vías de relación con las nuevas autoridades del poder ejecutivo, y de manera especial con el nuevo presidente de la República, que privilegien la unidad de acción en la diversidad. Para este bloque sería un grave error continuar en la línea del enfrentamiento abierto y directo respecto al PPSD y al ahora presidente electo, don Rodrigo Chaves. Es imperativo tender puentes alrededor de acuerdos programáticos claves, y abandonar las cansinas y subdesarrolladas gestiones de manipulación mediática. Conviene construir consensos para que la sociedad nacional evolucione sin polarizaciones artificiales y sin odios originados en enfoques sectarios y egocéntricos. Se impone, más allá de los subjetivismos, el objetivo de erradicar la pobreza extrema, disminuir la pobreza, reducir la desigualdad social, fortalecer a las clases sociales medias, desburocratizar al Estado y al gobierno, y expandir el engranaje empresarial y económico del país. Al presidente electo de la república, al nuevo poder ejecutivo y a la fracción parlamentaria del PPSD les es clave sumarse a la búsqueda de consensos programáticos. Insisto en esto, no se trata de distribuir puestos en el Estado y en el gobierno, sino de construir acuerdos que lleven a la ejecución eficaz y excelente de decisiones transformadoras. Lograr ese espacio de negociación y de acción común es la responsabilidad compartida de los actores políticos y sociales. El propósito supremo es practicar la concordia en la pluralidad de intereses, ideas y experiencias, y para eso se requiere una dosis muy alta, diría que altísima, no de ideologías, sino de conocimientos.

Tanto los ganadores como los perdedores electorales, deben ahora ser fuerzas victoriosas frente al desafío de superar la crisis nacional y orientar a la sociedad costarricense hacia niveles superiores de justicia, libertad, democracia y desarrollo. Comprendo que esta perspectiva no es fácil de concretar, incluso puede parecer, dada la psicología humana de la mezquindad, algo por completo inalcanzable, pero el riesgo de desestabilización es tan alto, el peligro de que la vida nacional quede envuelta en las enfermizas violencias de los egocentrismos, de la egolatría y del oportunismo es tan inminente, que para la libertad de las personas solo queda el sendero preferido de los ideales: el diálogo, el acuerdo, la acción compartida, la concordia en la diversidad, no para disimular falencias, sino para corregirlas desde la raíz. Este es el camino que engrandece el alma de las personas y de las naciones; el sendero contrario envilece la mente y las emociones.

Algunas causas del resultado electoral

Conviene preguntarse sobre el origen del resultado electoral del pasado 3 de abril, confirmación de las tendencias dominantes reveladas en las elecciones del 6 de febrero. En lo que sigue intento acercarme a las causas que explican esos resultados.

Primera, en la década de los noventa se consolidó una estrategia de desarrollo exitosa en términos de apertura comercial, inserción en la economía planetaria y desmonopolización del sector público, pero su impacto en materia de modernización del Estado y del gobierno, cohesión social y calidad de la gestión política y político-partidaria, resultó por completo insuficiente y contraproducente. La estrategia de apertura y desmonopolización inició en 1982, luego de la crisis experimentada por el país en el período 78-82. En aquel tiempo un relevante grupo de costarricenses, empresarios, profesionales, políticos y trabajadores, leyeron bien los signos de los tiempos, y se esforzaron en diversificar los mercados de exportación, promover las inversiones internacionales y mantener al país libre de las turbulencias políticas y de las guerras civiles que asolaban a otras naciones centroamericanas. La sociedad costarricense se dinamizó y transformó sus estructuras productivas y sociales, pero el esfuerzo realizado no logró evitar la formación de intereses creados sectoriales que privatizaron en su exclusivo beneficio al Estado y al gobierno. En los años noventa la feudalización burocrática del Estado se convirtió en una epidemia social, y en ese marco se deterioró la calidad de la conducción política nacional y de las instituciones públicas, circunstancia que no ha sido corregida desde entonces. El PLN, el PUSC, el PAC, y los acompañantes ocasionales de ese tripartidismo (el Frente Amplio, los grupos políticos de raíz católica y evangélica, y algunos movimientos sociales) se perciben ahora como continuación del descenso de la calidad política, y promotores de feudos y burocracias parasitarias acostumbradas a confiscar los frutos del trabajo social. Es por esto por lo que la mayoría de los costarricenses lo que busca (y buscó en la reciente campaña electoral) fue una alternativa situada al margen de los partidos y de los liderazgos asociados a las hegemonías tradicionales de la política y de la economía. El bloque social y mediático dominante entre los años 1982 y 2022, origen de los muchos méritos históricos de ese período, no fue capaz de innovarse y de reinventarse en sintonía con las transformaciones experimentadas por la sociedad nacional, y mucho menos respecto a la transición internacional asociada a la cuarta revolución industrial, la guerra en curso y el advenimiento de la sociedad 4.0.

Segunda, en el seno del tripartidismo dominante en los últimos veintidós años (PLN, PUSC, PAC) no han existido corrientes de renovación que sintonicen con las exigencias políticas actuales. Las tres organizaciones que menciono se mantienen ancladas al pasado y como si de dinosauros anti-diluvianos se tratara permanecen prisioneras de lenguajes inútiles, clientelares, típicos de los oportunismos más cínicos y desvergonzados, y desintonizados respecto a las nuevas sensibilidades sociales.

A la realidad indicada se suma la incapacidad para revitalizar, profundizar y actualizar los planteamientos intelectuales y programáticos que en su momento evidenciaron otro tipo de política, mucho más ilustrada, integral y visionaria que la actual. Me refiero a la tradición de economía mixta, estado social y tercera vía que caracterizaron al Partido Liberación Nacional entre los años 1953 y 1990; a la síntesis de economía social de mercado, humanismo secular, cristianismo social y liberalismo social expresada en el Partido Unidad Social Cristiana entre los años 1983 y 2002, heredera de la reforma social de 1943, y a la combinación de una propuesta que sintetizaba ética política, modernización del Estado y del gobierno, y economía inclusiva en la que se inspiró el Partido Acción Ciudadana en sus años de génesis, fundación y consolidación. La incapacidad para renovarse y reinventarse sobre la base de los principios y valores de aquellos planteamientos de filosofía social y política, unido a la feudalización burocrática del Estado y del gobierno prohijada, primero, por el bipartidismo (PLN-PUSC), y luego por el tripartidismo (PLN-PUSC-PAC), condujo a la decadencia que padecen tanto el PUSC, como el PLN y el PAC.

Tercera, dada la decadencia del tripartidismo era lógico esperar el ascenso político y electoral de otras alternativas, pero el bloque político, social y mediático que apoyó al PLN insistió en un modelo de gestión política y de comunicación que lo mantuvo anclado a la prehistoria nacional, y a un imaginario social que ya no existe o que es muy débil e insuficiente como para ilusionar a la mayoría de los costarricenses. En tales condiciones se produjo el ascenso político y electoral del Partido Liberal Progresista y del Partido Progreso Social Democrático.

Tanto en el caso del PLP como del PPSD, sostengo la siguiente hipótesis: estas organizaciones políticas tienen la posibilidad de convertirse en el núcleo histórico de una nueva mayoría social, pero para lograrlo, según mi interpretación de los hechos, deben transformarse en correlación con las nuevas realidades económicas y sociales, y con la atmósfera cultural y psicológica predominante en la población. La creación de esa nueva mayoría se vincula, además, a que en el futuro cercano descienda el abstencionismo. Dicho de otra manera, el eventual crecimiento exponencial del PLP y del PPSD, guarda directa relación con la capacidad o incapacidad de estos partidos para encauzar el descontento social reflejado en el inmenso abstencionismo que se manifestó en los resultados electorales. Respecto al PLN, el PUSC y el PAC es claro que en ausencia de reinvención estas organizaciones corren el riesgo de fosilizarse hasta convertirse en irrelevantes. Al Partido Frente Amplio se aplican las mismas consideraciones que he planteado para el PLP y el PPSD, pero en este caso existe una disyuntiva singular: transformarse en una izquierda republicana (análoga a la de Chile y Uruguay) o consolidarse como una izquierda autoritaria. Para el Frente Amplio su futuro electoral y político depende de cómo resuelva la disyuntiva señalada.