Abro los ojos y siento la rigidez del aire, adormece cada cosa en la habitación. Miro por la ventana, que consiste en un panel de madera y plástico, y veo la noche en su tono azul cerúleo. La hora es alrededor de las 6. No tengo mucho tiempo, si no quiero congelarme los huesos, tengo que llegar rápidamente a las camisetas, suéter, calcetines. Con un tiro, que en cualquier otro momento del día parecería lento y torpe, me quito las mantas y me pongo todo tipo de ropa, siempre que mantenga el calor de la cama debajo de la piel.

Bostezo, me estiro, pero no demasiado, si no se va el calor y me siento a meditar.

Hay algo que me preocupa. Mi corazón no late con la armonía habitual. Me cuesta quedarme, pero lo intento. Necesito café y caminar. El ambiente ahora es más suave. El sol, una vez que se ha tragado la noche, y con él el rocío y el frío glacial, trae un calor encantador a estas montañas. Pero todavía no puedo escapar de la sensación de malestar y opresión que siento. Estoy triste. Me siento impotente. Un poder oscuro, no sé de dónde viene ni adónde va, pero ha marcado las orillas por donde quisiera que fluyera mi torrente. No es la naturaleza de los arroyos fluir entre las orillas.

Entonces me libero de la realidad constituida y me lanzo hacia la casa de Pilar. No sé si me espera esta mañana. Me dijo que iba a recolectar madera, pero siento que la encontraré.

Desde el camino veo el humo que sale de la chimenea. Realmente espero encontrarla en casa. Llego al borde del camino que conduce a su cocina.

«¡Buenos días!» Grito. Y escucho, esperando su respuesta. «¡Oooooih! ¡Véngase usted!»

La alegría domina el corazón y empuja el paso hacia el descenso.

—¡Buenos días, madre!

—¡Buenos días, hija mía! ¿Cómo has dormido?

La miro. Mis ojos buscan amparo, consuelo.

—¡Las cosas no van como me gustaría!

Su rostro es sereno, acogedor. No me pregunta qué pasa. No me deja hablar de ese peso que llevo en el pecho. Me sonríe y su mirada me penetra. Sus ojos son tranquilos y cariñosos. Siento firmeza.

«Oremos», me dice. Se acomoda en la silla, tiene la espalda recta, coloca las manos hacia arriba por encima de las rodillas y los pies bien anclados al suelo. Cierra los ojos.

Padre Todopoderoso, tú que sabes y lo conoces todo, en tus manos pongo esta inquietud mía, mis miedos y también mis dolores. Tú que sabes de que se debe, de que se trata, tú que sabes lo que es bueno para mí, toma lo que te ofrezco, líbrame de lo que no me sirve y en su lugar pones luz, amor, paz, poder y sabiduría. Dame una nueva conciencia. Que reine en mí la sabiduría y el Amor.

Mis ojos están cerrados y, después de buscar una posición cómoda, repito sus palabras que vibran en mí, como una dulce melodía que intenta abrirse paso entre la angustia.

Doy gracias a la madre tierra que me nutre, agradezco el agua que me lava y apaga mi sed, agradezco al sol que me calienta, agradezco a las nubes que me protegen, agradezco la lluvia porque es santa y milagroso, agradezco a los árboles y todas las clases de plantas, flores. Agradezco a los animales, a los que viven bajo tierra, gatean, caminan y vuelan. Doy gracias al fuego que ilumina, agradezco al éter y la medicina. Agradezco a las estrellas y a los planetas.

He empezado a volar con la imaginación encima a todo lo que Pilar menciona y que yo repito con obstinada devoción. Siento el olor de la tierra cuando está mojada, el dolor de la semilla cuando se parte para dejar espacio al brote, el árbol que se deshace de la fruta madura, el trabajo del gusano en la tierra, el agua que moja mi piel y que se desliza con mis imperfecciones, el sol que calienta mi pecho para llenarlo de nueva luz, vuelo en alas de águila y miro al mundo entero desde arriba.

Es tan pequeño desde aquí. El enjambre que reina sobre la corteza terrestre pierde poder.

Ya no es importante.

Desde aquí reina la paz del infinito.

No soy nada y al mismo tiempo soy todo. Un pensamiento tonto, pero me reordena en el sistema de vida.

Soy lo que decido ser. Siento a lo que le doy importancia. Determino mi ser y mi sentimiento y decido el valor de lo que me rodea y encuentro armonía en la furia de la tormenta, en la calma de una tarde de verano, en el fuego de un bosque, en las cuencas de agua que caen en maravillosas cascadas. La paz y la determinación, la intención son los requisitos previos para un alma consciente, sabia y armoniosa. No importa lo que pase o no pase, no importa si siento tristeza o enojo, alegría, amor o melancolía, si permanezco anclada a la raíz de mi ser consciente.

Abro los ojos. Su rostro está besado por la Gracia.

—¿Como estás mi niña?

—Ahora reina la serenidad. ¡Gracias Pilar!

Ahora sé que puedo explorar el espacio que hace poco era gobernado solo por la angustia. Ahora tengo la luz necesaria.