Encontrarme en Huautla de Jiménez y pasear por sus calles parcheadas, llenas de escombros amontonados en las esquinas, me dio una sensación extraña. El caos gobernaba, durante todo el día, la única calle principal de la ciudad. Incluso ese caos lo sentía extraño.

Un pueblo habitado por poco más de 30,000 habitantes, lo percibí algo peligroso. Cuando la gente pasaba a nuestro lado, no nos sonreía con la misma mirada abierta y tranquila que me regalaron en otras zonas de Oaxaca. Al contrario, me hurtaban como si fuera un alfiler.

En las miradas capté algo de: «¡No te miro, pero te veo!»

El mensaje era claro: «¡Cuidado!»

Pero... ¿Cuidado de qué?

¿De los que se me acercaban bajando el hombro izquierdo para llegar a mi oído derecho y susurrarme: «¿Quieres ir de viaje?» (interpretando el papel mejor que los peores dealers de Roma porque son más cinematográficos). ¿O de aquellos que intentaron atraernos con historias de improbables parentescos con la más grande celebridad psicodélica María Sabina? O también... ¿de los que se hacen pasar por grandes chamanes, visionarios y guardianes de una planta que desgraciadamente ha sido profanada como solo el hombre inconsciente puede hacerlo?

En aquel entonces, estaba trabajando con un colega y gran amigo: Roberto López Mélinchon. Juntos estuvimos en Huautla para investigar sobre María Sabina y la medicina de los hongos sagrados. Era el cumpleaños de la sacerdotisa de los «niños santos» y la Secretaría de Salud de Oaxaca nos había reclutado para investigar y filmar eventos, entrevistas y cualquier otra cosa que fuera parte del festival. Cuando trabajaba como etnógrafa o documentalista, si entraba en un contexto que aún no conocía, lo normal era ir a buscar información. Por lo general, elegíamos lugares que tenían la apariencia de ser estratégicos, frecuentados por personas que podían decirnos si estábamos por el camino correcto o no. En el mejor de los casos, nos donaban informaciones importantes, como los nombres de las personas adecuadas, lo que podían ayudarnos a dominar el tema de investigación.

En otras ocasiones, ¡lo único que se puede hacer es esperar! Quedarse con los ojos abiertos, en compañía de una gran disponibilidad y con mucha curiosidad. Observar, participar de lo que pasa alrededor, pero, siempre con mucha amabilidad y discreción. Escuchar y, a veces, si se siente uno muy lejos del punto al que quiere llegar, declarar a los presentes las razones que lo llevan a estar allí. Siempre nos divertimos mucho buscando información. Era uno de los momentos intrigantes de trabajar como antropóloga visual. ¡Era como tomar el papel de Sherlock Holmes y explorar hasta encontrar la persona informada de los hechos!

Como llegamos en Huautla, nos enganchó un personaje que parecía poco más que un niño, poco más que un metro y poco más que un amante de la cerveza. Lo encontramos en una cantina justo debajo de las escaleras que conducen al fondo de la plaza, frente a la Municipalidad, detrás de los jardines. La patrona era muy conversadora y nos invitó a entrar. Pedimos una cerveza y nos acomodamos en la pequeña habitación al lado de la barra, con la esperanza encendida de tener un encuentro afortunado. ¡Solo dos segundos después y ya era muy claro que en aquel caso el camino nos había traído a un callejón sin salida!

Algo muy importante para un antropólogo es saber que incluso en los lugares equivocados, se pueden encontrar informaciones bien interesantes. El poco más que un niño, que llegó a nosotros gracias a la jefa, se presentó como alguien que tenía una gran historia que contar. Era familiar lejano de la sacerdotisa María Sabina. Y, en esa ocasión, el bisnieto de no sé cual prima adquirida por María, nos describió todo el árbol genealógico de la gran diva de la psilocybe. Esa misma genealogía nos ayudó, más tarde, a comprender el intrincado tejido de la herencia que María Sabina había dejado como un rastro detrás de ella.

De hecho, ser descendiente directo de una chamana, en la cultura huautleca (pero no solo), es garantía (a medias) de haber heredado el «don» chamánico del pariente lejano. Obviamente, cuanto más cerca esté en la línea genealógica del sabio, mayores serán las posibilidades de adquirir los dones excepcionales que le pertenecieron. Y con ellos, los más astutos, también adquieren el derecho a pedir mucho dinero por una velada con los hongos sagrados.

Pronto, este Juan perdió nuestro interés. El mío después de los primeros cinco minutos, el de Roberto, que es más tenaz y esperanzado que yo, resistió el tiempo necesario para conseguir una grabación muy curiosa. Juan, de hecho, nos habló de la existencia de unos cómics que en los años 90 iban muy de moda, sobre la proeza de la gran sacerdotisa. Para no decepcionarnos logró recuperar una copia y la filmamos. No teníamos idea de que hacer con ella, pero nos pareció muy explicativa sobre el papel que la «Historia» le otorgó a María Sabina: ¡ser una heroína!

Y nosotros aprovechamos la oportunidad.

Con el tiempo, me hice la fantasía de que el clima poco acogedor que respiramos al llegar en Huautla era el resultado de una transformación muy profunda y poco aceptada por los huautlecos. Me refiero a la resonancia internacional que consiguió Gordon Wasson con sus estudios sobre la psilocibina.

Gordon fue iniciado a los hongos sagrados por María Sabina a principios de la década de 1950 y ambos se hicieron famosos después de que Albert Hofmann aisló los principales alcaloides de los hongos psicodélicos. La popularidad que tuvieron los alucinógenos durante la década de 1970 fue impresionante. El tejido social huautleco se vio trastornado por la llegada de una masa de hippies gigantesca, todos en busca de los hongos sagrados. Aún hoy, los habitantes de los alrededores de Huautla hablan de esa época con gran reticencia, pero dicen que fue una verdadera invasión. Creo que se sintieron abrumados y la situación se le fue de las manos. La cadena de eventos y transformaciones fue muy rápida y no supieron cómo manejarla. Al final se encontraron con algo que no habían elegido, ni querido.

Han pasado casi 50 años, pero yo creo que, hoy en día, esa energía amenazante habla precisamente de este pasado que resuena ecos y sigue viviendo en el presente.

Hay muchas críticas internas y externas.

Tal vez los mazatecos se destrozan entre dos polos de un mismo tormento: proteger algo que la naturaleza ha colocado entre las montañas que habitan y que sus antepasados han sabido respetar durante siglos como cura para muchas enfermedades y, por otro, el lucro que pueden, o quieren hacer gracias a los extranjeros.

¿Proteger o explotar?

...Es un fuerte dilema.

¿¡Quizás, proteger, explotando!?

Quiero decir, si fueran ellos, los huautlecos los únicos en tener derecho a explotar los hongos sagrados declarándose los exclusivos guardianes y maestros, ¿tal vez, podrían seguir explotándolos, encontrando a la vez la manera de protegerlos mejor?

De hecho, lo que muchas veces pasa es que durante las veladas, se mantiene al extranjero, que es extraño, alejado del verdadero poder inherente a los «niños santos» y del profundo significado que tienen las ceremonias. ¿Quizá sea una forma de permanecer leal a los antepasados y, por lo tanto, a las tradiciones, ocultando la sabiduría profunda; relegando a los extraños a lo que se cree que sean interesados: un espectáculo psicodélico que no sea demasiado extremo?

Pero de todos modos y pensándolo bien, no resolverían el conflicto interno. El de sentirse guardianes de una planta sagrada que éticamente exige de no lucrar. ¿Y la necesidad de tener pan en casa? Eh, a estas alturas todo el mundo sabe cómo los hongos pueden llenar la casa de pan. ¡¡Simplemente improvisándose como guía de ceremonias y ya, listo!!

Que las ceremonias se hayan convertido en espectáculos donde se ponen en esena disfraces y roles inauténticos no es nada nuevo y espero no ofender a nadie si declaro que en Huautla muchos de los que declaran ser guías por el gran viaje con los «niños santos», son en realidad improvisados.

Entonces, ¿cómo se puede encontrar un maestro que haya respondido a la llamada divina y que hace que el ritual (la velada) sea sagrado? ¿Y qué devuelva a los niños santos el alma de su tradición?

Tratando de captar cuánta linfa vital hay en esa guía, cuánto deseo tiene de buscar a Dios y la autenticidad de crear unidad entre Dios-la planta sagrada-él y tú. Un maestro es un servidor, que en este caso se pone al servicio de una planta de poder. Los hongos alucinógenos se consideran tradicionalmente sagrados y el chamán lleva el mensaje que la planta le entrega por voluntad divina. La planta tiene como objetivo afinar la mente y expandir los canales sensoriales con el fin de curar enfermedades o enviar mensajes, enseñanzas que resuenan en las cuerdas más íntimas y personales. Si podemos tener en cuenta estos criterios cuando vayamos en busca de un verdadero viaje, sabremos que no será fácil encontrar una guía auténtica, pero nos ayudarán, a nosotros que somos extraños a las tradiciones, a comprender mejor el significado y la trascendencia inmanente en las plantas sagradas. Y será mas claro cómo los niños santos pueden relacionarse con nosotros, regalándonos un poco más de consciencia.

María Sabina compartió su gran sabiduría: la tradición chamánica mazateca; Wasson y Hofmann enriquecieron con conocimientos químicos precisos.

El conocimiento nos coloca a todos en una posición para ser cada vez más conscientes, no para evadir las tradiciones.