El Instituto Gottlieb Duttweiler (GDI) publicó hace algunos años un ranquin de los pensadores más influyentes de la actualidad, donde sitúa a tres filósofos en los primeros cinco lugares, y el cuarto es un sociólogo cuya obra puede calificarse de filosófica.

Nada que sorprenda

Es común que algunos filósofos participen en ámbitos importantes del quehacer intelectual-investigativo, y del ejercicio del poder, cualquiera que este sea, debido al contenido de las disciplinas que estudian y a su capacidad para elaborar cosmovisiones generales sobre la condición humana, las coyunturas históricas y organizacionales. Esto es conocido desde tiempos casi primitivos, y si se analizan los paradigmas sociopolíticos y económicos es evidente que encuentran en la Filosofía su matriz generadora. Toda política, toda ideología, toda economía, toda cultura, sea en el ámbito operativo o especulativo, encierra de modo implícito y explícito, consciente e inconsciente, alguna filosofía, así que el resultado arrojado por la investigación del GDI, en este punto, no merece una misa.

El arte de excluir

Lo que sí es serio es la superficialidad de los criterios de selección utilizados en el ranquin del GDI, así como su dependencia de las asimetrías asociadas al desarrollo socioeconómico de los países y regiones, y a las estructuras de poder político-cultural, de ahí que en la lista de los 100 pensadores más influyentes la aplastante mayoría lo sean de Europa y Estados Unidos. La civilización judía, ortodoxa, china, africana, latinoamericana, islámica y japonesa, brillan por su absoluta o casi absoluta ausencia en un ranquin que extrae su información de una infósfera construida en función del mundo de habla inglesa, y que toma como variables la cantidad de veces que se sigue a ciertos pensadores en YouTube y Twitter, o la cantidad de citas de y sobre un pensador en blogs y en la wikiesfera; como si dar un clic en el ordenador, mirar un video, ir a un link y conectarse a una comunidad virtual, fuera igual a leer, escuchar, interiorizar, comprender, dialogar, debatir y practicar ideas, que es, en sentido estricto, lo que configura el liderazgo de los pensadores y sus conceptos. No se debe confundir el pensamiento y su influencia sociohistórica con la actividad en el ciberespacio, y menos con lo que se hace en una parte reducida del planeta. En tales condiciones, el que la Filosofía esté a la cabeza en el listado de marras equivale a ser descabezada en virtud de cercenarse muchas de sus expresiones.

América Latina

Sobre los latinoamericanos que entran en la lista de líderes con mayor influencia global, me interesa compartir algunas observaciones sobre los casos de Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, a fin de vincular la reflexión al asunto de la gestión editorial multinacional y su influencia en la visibilidad global, incluido el ciberespacio, de la producción intelectual y artístico-humanista de esta región. Tómese en cuenta que Vargas Llosa desarrolla desde hace muchos años, casi desde los inicios de su carrera literaria, una intensa actividad pública en Europa y Estados Unidos, que Gabriel García Márquez cautivó al viejo continente con Cien años de soledad, y que el ascenso de la literatura latinoamericana obedeció, en buena parte, a estrategias de mercadeo del mundo editorial europeo.

Estos hechos han debido influir en los resultados del ranquin, y continuarán haciéndolo con mayor intensidad cuando crezcan y se desarrollen experiencias de producción editorial como las adscritas a Santillana Ediciones Generales, la Editorial Alfaguara, Penguin Random House (PRH), y transnacionales como Bertelssmann y Pearson. Otro conglomerado editorial importante es el Grupo Planeta. Todos interesados en obtener ventajas competitivas en Latinoamérica. ¿Qué significa esto? Que la presencia global de la frondosa y excelente actividad intelectual y creativa de América Latina, así como sus impactos en la actividad de los cibernautas, pasa por los pasillos de multinacionales editoriales, y que los escritores, artistas y ensayistas de esta región han de realizar esfuerzos superlativos, muchos ajenos a su oficio y a sus méritos, para ubicarse en redes editoriales y electrónicas donde los intereses creados son abundantes, complejos y se originan en circunstancias distintas a las propias.

Armonizar

El hecho de que existan filtros globales y editoriales multinacionales no es negativo, todo lo contrario, pero se convierte en tal cuando se sacrifica la calidad de las obras a cambio de los gustos y preferencias en los mercados de venta, muchos de los cuales no se forman a partir de los comportamientos soberanos de los consumidores, sino sobre la base de la publicidad y las estrategias de mercadeo que modelan a su gusto el perfil del consumidor. Lo más lamentable de esta situación es que en las aulas y en los hogares, en los centros de trabajo y en las reuniones de amigos, abundan las citas de libros y autores creados en tubos de ensayo para el consumo de lo que Guy Debord denominó la «sociedad del espectáculo», donde el ser se corrompe en el tener, el tener termina en un simple parecer y el parecer acaba en un circo que equivale a nada.

¿Es factible sortear las trampas del espectáculo y el circo? Sí. ¿Cómo? Armonizando los intereses de las multinacionales del mundo editorial con los intereses de la poderosa hondura intelectual y creativa de Latinoamérica. Si esto no ocurre sucederá que, en Europa y Estados Unidos, quizás en China, quizás en Rusia, alguien pondrá sus ojos en unos pocos latinoamericanos, los convertirá en objetos de culto universal, casi divino, para luego incluirlos en algún índice de influencia global. Este no es un camino sano, disimula servilismo y manipulación. Lo equilibrado es correlacionar variables económicas, de mercado y ventas, con calidad y profundidad, entretenimiento con conocimiento, gozo con eficacia, intereses creados con desprendimiento. Difícil, pero factible.

Todo es real

Termino con tres deseos. Que en Latinoamérica se diseñen índices globales de liderazgo, pensadores e ideas sin exclusiones ni exclusivismos; que la Filosofía no se convierta en un artículo dócil e inofensivo para el consumo superficial en YouTube, Twitter y otros laberintos del ciberespacio, y que América Latina deslumbre con su realismo mágico. Y a propósito de este realismo recuérdese que la imaginación, la magia, lo fantástico e inverosímil, lo sobrenatural y lo natural, lo posible y lo imposible, todo se contiene en el concepto «realidad». Esto no es un descubrimiento literario, si bien en la literatura latinoamericana se ha expresado con excepcional belleza, pertenece al patrimonio de científicos, tecnólogos, humanistas y artistas de esta región y del mundo, que conviene recuperar, actualizar, relanzar, profundizar, sobre todo en estos tiempos de gran transición y aceleración científica y tecnológica. En términos de epistemología y ontología el significado atribuido al vocablo «realidad» como realidad total, multidimensional, donde nada es imposible y todo es pensable, forma parte de lo mejor de las creaciones humanas.