Tenemos que adaptarnos

Buenos días, jóvenes. Vamos a comenzar. Les pido por favor que prendan sus cámaras. Quiero conocerlos. Yo sé que este formato es nuevo para todos, pero tenemos que adaptarnos para el periodo de verano. ¿Cómo van con sus demás materias? Bien. Me da gusto. Permítanme presentarme. Supongo que revisaron el correo que les hice llegar ayer, con mi resumen profesional y la carta compromiso de plagio que nos exige la universidad. Así es: regresé a dar clases a mi alma máter después de veinte años de ocupar puestos gerenciales. Les voy a dar el temario del curso, para que lo tengan guardado como referencia. En el documento que acabo de compartirles pueden encontrar el calendario del curso: son solo seis semanas de clases, en las que nos estaremos viendo todos los días de 9 a 11 de la mañana. Sí, yo sé que las fechas parecen apretadas, pero si no, nunca acabamos. Se los digo por experiencia. Llevo dando la materia desde hace unos siete años y, conforme avanza el verano, agarran el ritmo y se les hace más fácil. Ya sabrán ustedes cómo administran la entrega de sus tareas. A ver, el que tiene el audio prendido, háganos el favor de silenciarlo. Yo sé que esto es incómodo, pero no nos interesa escuchar qué van a desayunar en su casa, señor Montiel. En fin, como les decía: recibo sus archivos solo en PDF, fuente Arial a doce puntos, e interlineado sencillo. Eso facilita que tengamos un mismo formato todos para que les califique. ¿Alguna duda hasta aquí?

—Maestra, ¿puede dejar de gritarle al micrófono?

La entrega de la próxima semana

María ha iniciado una reunión.

Ana Pau G. se unió a la reunión.

—Qué onda, Ana Pau. Las invité a esta llamada para ver el tema de la entrega de la próxima semana. Me puse a ver el temario que mandó la maestra ayer, y vi que, si no empezamos a trabajar, se nos va a juntar todo para el final. Nada más hay que esperar a que Renata se conecte. ¿Sí me escuchas?

—Eh… sí.

—Ah, perfecto. Es que como no tienes la cámara prendida…

Renata MP se unió a la reunión.

—Hola, Renata. Le estaba diciendo a Ana Pau que tenemos que pensar cómo queremos enfocar el proyecto de investigación que nos dejaron para la clase.

—Ah, va. Creo que no te ubico.

—Bueno, pero, hay que definir cómo queremos enmarcar el problema. Estaba pensando en hacerlo sobre algún problema social, para que tenga más impacto. No sé qué les parezca. Si lo quieren hacer de otro tema, está bien también. Nada más quería definirlo ahorita, para trabajarlo a lo largo de la semana.

—Oye, la verdad se te está cortando mucho la voz. Me voy a desconectar.

Ana Pau G. abandonó la reunión.

—Equis. Ahorita lo platicamos entre tú y yo, entonces. Le mando un mensaje al ratito para ponerme de acuerdo con ella.

—Qué linda. Oye, fíjate que tengo otra llamada en una hora, y quiero tener mi sesión de yoga. Si no, te juro que no aguanto el día. Si le vas a mandar mensaje a Ana Pau, ¿crees que me lo puedas mandar a mí también, por fa? Mil gracias.

La sesión ha finalizado.

Es una cuestión de privacidad

A las nueve de la mañana, Juan Carlos abre la computadora para unirse a clase. Se despertó cinco minutos antes, porque se le olvidó que tenía que programar la alarma para que suene todos los días. Nunca había tomado materias en verano, pero ya va atrasado en el plan de estudios y se quiere graduar en un año. Levantarse temprano no es lo suyo, pero llegó tarde para inscribirse en los horarios después de las once de la mañana. Ni modo, así toca a veces.

Se conecta a la sesión y, cuando ve su cara en la pantalla, se espanta. Quita la cámara de inmediato: no soporta la idea de que los demás vean que sigue en pijama, con la barba crecida de varios días y el cabello ceboso después de semanas de dormirse hasta las tres de la madrugada. Con el cambio de ritmo, ya no le dan ganas de salir de su cuarto para nada. Desayuna, come y cena en su cama, se ocupa de sus necesidades físicas entre las cobijas y entra a clases sentado frente al escritorio donde deja cargando su computadora toda la noche. Ir a la sala se ha convertido verdaderamente en una osadía.

De vez en cuando, su madre abre la puerta intempestivamente con la misma cantaleta de siempre: m’hijo, acuérdate de levantar tu cuarto, y por favor, abre las ventanas, huele a muerto aquí adentro, mira nomás el reguero que tienes aquí adentro: papeles, envolturas, pedazos de comida, toda la ropa tirada en el piso, ¿seguro que sabes cuál está limpia? Mamá, tengo clase. ¿Puedes salirte? La maestra es muy exigente y no le gusta que se metan ruidos ajenos a la clase. Órale pues, pero cuando vuelva, quiero que tengas tus cochinadas en orden. No puede ser contigo, de veras, Juan Carlos.

—Señor Montiel, ¿me podría explicar por qué nunca enciende su cámara?

—Maestra, es una cuestión de privacidad.

El dolor del cuerpo

Una cuestión de privacidad. No puede ser con estos jóvenes. De verdad, se inventan cualquier excusa para no presentarse como se debe al curso. No, Efraín, es en serio: te juro que me dijo eso un pendejete que tengo de alumno para el periodo de verano. Y no es el único, déjame decirte. N’hombre, hay quienes toman la clase acostados. Digo, se entiende que coman, que se preparen su cafecito, hasta que tomen agua y vayan al baño. Pero hay niveles, mi amor.

No sabes cómo me puede sacar de quicio que no me contesten. Se quedan callados cuando les hago preguntas de seguimiento. Te lo digo, siento que le estoy hablando a la pantalla nada más. Muchos de ellos ni prenden sus camaritas. Uno que otro sí me hace caso, y de perdida me contesta con monosílabos. Yo sé que son buenos chicos en el fondo, pero no sabes cómo me cuesta comunicarme con ellos a veces.

Ojalá terminara ahí. Tú me has visto. ¿Cuántas horas me paso pegada a la computadora para armarles las presentaciones? Ahora todo lo quieren picadito y en la boca. Te juro que me esfuerzo, pero hay momentos que es imposible. Siento la espalda toda entumida por estar sentada en la misma posición por horas. No sabes cómo me duelen los hombros. Hasta los ojos se me cansan por traer puestos los lentes todo el santo día. Ya ni las clases esas de relajación que me recomendó mi hermana me están ayudando. Me las mandó de buena fe, pero no me siento cómoda con que alguien que no conozco me esté diciendo que respire profundo.

En fin. No importa cuántas veces me proponga hacerles la clase más dinámica, más interesante, me siguen entregando trabajos incompletos. Les mandé un formato para que lo llenaran. Si fuera yo la que estuviera tomando la clase, hasta me divertiría con las actividades que les dejo. ¿A dónde vas, Efraín? Te estoy contando algo.

—Ay, perdóname, mi vida. ¿Me estabas hablando a mí?

Entrega extra-temporánea

6:30 PM

Hola, maestra, ¿cómo está? Soy Juan Carlos Montiel, del grupo de las nueve. Permítame serle bien franco. Me está costando mucho trabajo subir mis entregas a la plataforma de la universidad. ¿No le puedo mandar los ensayos por correo? Aquí los tengo todos en mi computadora. Nada más es cuestión de que no puedo subirlos al sistema.

6:31 PM

Hola, Juan Carlos. Les pedí que fueran formales con sus entregas. El equipo de Ana Paula, Renata y María pudo subir todo correctamente. Me extraña mucho que seas el único que haya tenido problemas. Recuerda que tienes hasta las doce para subir los archivos. Te recuerdo que tienen mi teléfono celular solamente para emergencias. Saludos.

8:43 PM

Maestra, he estado intentando subirlos por horas. Me sale un bloqueo muy extraño, que dice que tengo que actualizar mis credenciales como estudiante. Solo por esta ocasión, ¿me permitiría enviarle mis documentos por correo electrónico? Gracias.

8:50 PM

Juan Carlos: les dije desde el inicio del curso que no recibiría archivos fuera de la plataforma. Tienes todavía unas horas para arreglar tu problema. Comunícate con los de soporte técnico. Espero que te contesten. Y por favor, no vuelvas a dejar las cosas para el final. ¡Suerte!

11:49 PM

Miss, por favor, no quiero reprobar la materia otra vez. Ya tengo listo todo. De verdad he intentado por todos lados y nomás no lo logro. ¿Podría hacer una excepción y aceptarme los archivos como entrega extra-temporánea?

Visto.

La mitad del curso

¡Jóvenes, buenos días! Ya vamos a la mitad del curso. No lo puedo creer, el tiempo se nos pasa volando en esta clase. Revisando las listas, me doy cuenta de que varios ya se dieron de baja. Me da mucha pena, caray. Su compañero Juan Carlos no pudo con la carga de trabajo. Por cierto, Renata, te aconsejaría que te mantuvieras al tanto de las entregas individuales. Me llama la atención que en el trabajo en equipo les está yendo muy bien, pero nada que ver con los archivos que me subes individualmente. Les recuerdo, esos trabajos cuentan el 30% de la calificación final. ¡Uy! Tengo un chat. Permítanme un segundo.

Ay, chicos, ¿alguno de ustedes sabe cómo se contesta el chat en privado? Es que una de sus compañeras me está mandando mensajes y… ¿Sabes qué, María? Nos quedamos tú y yo en la reunión cuando termine la clase. Ahí me platicas. Bueno. Retomando el tema que analizábamos en la sesión anterior, me gustaría revisar con ustedes si hay alguna duda. ¿No? Perfecto. Es que, como no me contestan, no sé si me están prestando atención. Por lo menos ya no está el señor Montiel, que dejaba el audio abierto y nos dejaba escuchar cómo lo regañaba su mamá. ¡Ay, pobre! En fin.

Tenemos que hablar sobre cómo vamos a evaluar el examen final. Está programado para el siguiente miércoles, como habíamos quedado desde el principio. ¿Estamos? Buenísimo. Tomaré su silencio como un sí de ahora en adelante. Serán unas veinte preguntas sobre los temas que hemos visto hasta ahorita, y no quiero que me estén reclamado después, porque acordamos esto desde el primer día de clases. Nuevamente les reitero mi compromiso con resolver las dudas que puedan tener antes de esta fecha, porque ese día, se me olvida todo lo que estoy enseñando, ¿eh? Bien. Les estoy compartiendo la pantalla para que vean el estilo de preguntas que vendrán en el examen. ¿La pueden ver?

—No.

La brecha generacional

Esto ya me tiene hasta la madre. En serio. No estoy aprendiendo nada. Y las autoridades de la universidad, ¿qué pretenden? ¿Cobrar lo mismo por las clases en línea? La maestra es un chiste. Imagínate, en el salón físico no puede ni prender el proyector. Aquí se queda congelada y no se da cuenta de que está hablando sola. Su internet siempre está de la chingada. Neta. Arranca la clase y empieza a tener problemas: que si no podemos ver la presentación, que si no sabe controlar las participaciones del grupo, que si no encuentra los archivos que subimos a la plataforma institucional. Pobrecita, me da lástima.

Honestamente, no entiendo qué estamos haciendo. Insiste mucho con sus pinches formatos para las entregas, y no puede ni bajarlos a su computadora. Te lo juro. Nos obliga a tener la cámara prendida, que porque quiere ver que pongamos atención. Sí, güey, la brecha generacional está cabrona. Qué risa. N’hombre, y diario nos platica de las peleas que se avienta con su marido. Efraín esto, Efraín lo otro. Pobre cuate. De verdad, lo compadezco. Imagínate tener que aguantar a esta vieja todos los días en el mismo departamento: día y noche, en la cocina, en la sala y hasta en el baño.

Pero pues, qué te digo, amiga. Así nos tienen. No sé cómo funcione en tu escuela, pero esto está verdaderamente para llorar. Qué te digo. Así el zoomestre. A veces hasta me dan ganas de poner Netflix y no pelarla. Pero a ver, dame chance, que esta mujer sí da las dos horas completas de clase y se supone que seguimos conectados…

—Renata, apaga tu micrófono. Quédate en línea, por favor. Necesito hablar contigo. Urgentemente. Para los demás, ya saben qué tienen de tarea para mañana. Entren puntuales, porque vamos a hacer el repaso general del curso. No se les vaya a olvidar. Terminamos por hoy, chicos.

Mierda.

Las nuevas tecnologías

Las nuevas tecnologías tienen alcances inimaginables. En tiempos de crisis sanitaria, han venido a solventar las necesidades del ser humano como suplente de las interacciones sociales. Dos semanas de confinamiento se convirtieron fácilmente en tres meses y, a falta de un horizonte claro de término para la emergencia mundial, hoy el universo está contenido detrás del cristal de las pantallas portátiles.

Sí, muchachos. Los tiempos cambian rápido. ¡Ustedes son los que han de manejar esta revolución en el futuro! Tienen las soluciones en las palmas de sus manos: el cambio climático, las distancias abismales entre estratos sociales, la sobrepoblación —todos estos son obstáculos solamente, que habrán de vencer con el conocimiento que les ha otorgado el privilegio.

Yo sé que el curso fue duro, pero los estoy preparando para los retos a los que han de enfrentarse en la vida profesional. Varios desertaron. Hubo un caso que casi se fue a juicio académico. Pero les reitero mi compromiso con ustedes: como educadora, es mi deber que se lleven algo de lo que tengo para compartirles. Es mi experiencia, nada más. Años y años en los que he tenido que adaptarme para las vueltas que da la vida.

Nada es más enriquecedor que verlos progresar. Algunos de ustedes tuvieron dificultades a lo largo del periodo de verano. Es normal. Más aún con la situación tan grave que estamos viviendo. Pero, jóvenes, déjenme decirles algo: todo esto suma a la manera en la que podrán desempeñarse después, como hombres y mujeres que ya tienen una visión global de la realidad. Yo se los digo. Su generación promete mucho. Tal vez por eso nos resulta tan complicado a veces a nosotros, los más viejos, entender su interacción con el mundo, pero yo confío en que… Ah, caray.

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