Son muchas las que faltan, las silenciadas, las segregadas, las cegadas.

Hemos visto a través de la historia cómo novelescamente nos han mostrado la violencia hacia la mujer como parte necesaria de conspiraciones, construcciones de imperios, continuación de herencias y variados hechos legados al poder.

Una de las historias más antiguas de Roma, la conocemos a través de las palabras de dos escritores, Tito Livio y Plutarco, el conocido Rapto de las Sabinas donde el gran Rómulo después de haber fundado Roma, invita a los pueblos vecinos a crear alianzas con la esperanza de fusionarse y asegurar así el crecimiento de su imperio pero su invitación no viene acogida por lo que se ve en la necesidad de organizar una estrategia con la cual, bajo engaños, sus hombres secuestran a las mujeres de los cercanos pueblos y sobre todo de los Sabinos, para asegurar la continuación y agrandamiento del Imperio Romano.

Se habla del secuestro de solo 30 jóvenes, mientras que Plutarco, dice que fueron no menos de 800 mujeres y como disculpa hacia Rómulo, especifica, que ninguna era casada.

El mismo historiador indica que no hubo violencia sexual y Rómulo dice que se les reconoció plenos derechos civiles y de propiedad.

Pasó el tiempo y los pueblos humillados por esta afrenta no dieron por superado el hecho, exigiendo la liberación de las jóvenes. El fundador de Roma no accede y pide aceptar la unión de los pueblos. Se desata así una guerra.

Las mujeres secuestradas, teniendo ya hijos de los secuestradores, se interponen en el campo de batalla entre sus maridos y sus parientes que las reclaman, logrando así pacificar a estos pueblos unidos forzadamente por la prole. Mujer, como símbolo de paz.

Otro hecho, particularmente impactante, nos lo relata el escritor latino Tito Livio. Lucrecia, esposa de Collatino, pero deseada por Sesto Tarquinio, hijo del rey Tarquinio «El Soberbio», sufre el abuso de este bajo amenaza de muerte, pero viendo que ella no temía, usa la humillación para dominarla.

Luego de la violencia sufrida, Lucrecia llama al padre y al marido, pidiéndoles hacerse acompañar por testigos fieles, pues había ocurrido algo terrible. Acudieron todos a la convocación de Lucrecia y esta, contando lo ocurrido y haciéndoles prometer que el acto de violencia y humillación sufrida sería castigado, saca un cuchillo y pone fin a su vida, única manera para limpiar su honra y la de Collatino. Mujer, como símbolo de valor heroico.

Como estos ejemplos, existen muchos otros episodios de mujeres que orgullosamente se han inmolado para que el mundo siga existiendo, pero sin ellas.

Sin embargo, el paso del tiempo nos lleva a ver como las mujeres pasan de salvar la humanidad a luchar solo por sobrevivir al ser «amadas demasiado».

Nuestra gran osadía de hoy es sobrevivir al abuso del poder económico y social. No hemos dejado de salvar imperios, pues somos parte del botín de guerra en los actuales conflictos mundiales. Se nos sigue matando para limpiar la honra de nuestra estirpe bajo los conocidos «delitos de honor». Todo bajo la condescendencia mundial.

Pero hubo ecos que llegaron a nuestros oídos y quitaron el romanticismo a nuestras muertes. Nos quitaron las vendas y pudimos ver que somos tan fuertes en valor e inteligencia como los hombres. Mujeres valientes, fuera de comunes tradiciones, nos mostraron otros posibles caminos, no sin, desgraciadamente, dejar la propia muerte como legado.

Comenzamos a pronunciar la palabra «sororidad» (del latín soror, hermana, solidaridad entre mujeres) tal vez desconocida para nuestras antecesoras como vocablo, no como acción, pues han sido muchas las que se han unido para defenderse recíprocamente de injusticias y abusos.

Así, hoy conocemos grandes movimientos feministas que han logrado ser escuchados por los a veces inalcanzables oídos de los hombres que dirigen el mundo, pero, sobre todo, por tantas mujeres que invalidadas e aisladas crecen sintiendo que su realidad de segregación es natural.

Gracias a la globalización y a las redes sociales sabemos de cómo Elina Chauvet, artista mexicana, viendo las reiteradas e impunes desapariciones de mujeres de Ciudad Juárez, protesta realizando una instalación conocida como Zapatos Rojos, hoy replicada en casi todo el mundo. Zapatos, porque muchas veces era lo único que se encontraba de las desaparecidas y rojo, por la sangre invisible para las autoridades que se quedaban inermes ante estos graves crímenes. Pero representa también el corazón de la esperanza.

El colectivo feminista chileno, Las Tesis con su performance Un violador en tu camino da vuelta al mundo con su estribillo: «y la culpa no era mía, ni dónde andaba, ni cómo vestía, el violador eres tú», porque además de ser abusadas y dominadas, se nos culpaba de estas faltas, revictimizándonos y humillándonos bajo la inquisidora mirada de jueces, abogados y la sociedad en general. Con estas palabras echan abajo cánones y roles preestablecidos. Son nominadas por la revista Time dentro de las 100 personalidades más influyentes del año 2020.

Mujeres que ponen el arte como vehículo de reivindicación, de reflexión de ideas, que permiten conectar emociones en todos los seres humanos. Vemos así cómo pueden repercutir socialmente estas manifestaciones artísticas si se abarca un tema común.

Este 25 de noviembre, te invito a calzar tus zapatos rojos en memoria de quien no lo puede hacer, con la esperanza viva de que «ni una menos, ni una más» se sentirá sola, pues hemos aprendido a ser sororas y pondremos en práctica nuestra sororidad cada vez que defendamos a nuestras pares. Saquémonos la histórica culpa de encima, sobre lo que nos sucede, porque no somos nosotras el problema, ni lo son los hombres. Es el machismo, la convicción de que somos propiedad de alguien, eso es lo que nos mata.

Recordemos a las pioneras, a las precursoras, las que abrieron puertas que hoy encontramos abiertas, porque «no estamos todas» …