Recordamos de repente que una ballena se tragó a Jonás, o que el capitán Ahav buscaba desesperadamente vengarse de Moby Dick, ese monstruo asesino de marineros. Y relacionado con la ballena nos llega el recuerdo de Leviatán. ¿Será por eso por lo que hemos cazado a la ballena indiscriminadamente hasta casi su extinción? ¿Quién es el monstruo? Se estima que en el siglo XIX había 1.5 millones de ballenas jorobadas, y para 1966 solo quedaban 5,000. La peor matanza se dio, acaso, a partir de los años 50, para saciar el apetito de carne de japoneses e islandeses, pero, principalmente, por su aceite y en, este caso, el mayor depredador, con creces, fue la URSS, que durante la Guerra Fría exterminó poblaciones completas de ballenas en secreto, con la excusa de que si no eran ellos quienes las cazaban serían los «capitalistas». Las estadísticas llegan al asco y, gracias a valientes empleados que se dieron cuenta de la barbarie, muchísimos archivos fueron salvados de ser destruidos y no pocos se atrevieron a denunciar las prácticas balleneras soviéticas. La situación ha mejorado, pero estamos muy lejos de las poblaciones de hace cien o doscientos años; más bien estamos cerca del argumento de Viaje a las estrellas IV, cuando los tripulantes del Enterprise viajan al pasado en una nave klingonia y rescatan dos ballenas jorobadas para salvar la tierra, pues son las únicas capaces de responderle a una nave extraterrestre que lanza señales similares al canto de las ballenas que, por su potencia, están creando una catástrofe apocalíptica. Hacían falta ballenas que cantaran una respuesta. Desde luego que la tierra se salva, por un pelo.

Hay, al respecto, otra curiosidad: dentro de las grabaciones enviadas en la sonda Voyager (que fue el tema de Viaje a las estrellas I), además de un disco con la quinta sinfonía de Beethoven (entre muchas otras músicas), se envían registros del canto de las ballenas, de uno de sus lenguajes, al menos. Sí, es que las ballenas no solo tienen un lenguaje según la especie, incluso tienen dialectos. Las secuencias melódicas de su canto pueden durar hasta media hora y son de una complejidad asombrosa.

Hay estudios sobre el [canto de las ballenas], como el «Cantos de ballenas en la composición musical contemporánea», de Álvaro Domínguez Escalona, que es una tesis de grado de la Escuela Superior de Música y Artes del espectáculo Politécnico de Porto. También en Internet, queridos lectores, ustedes encontrarán muchísimas grabaciones de ballenas y de obras musicales inspiradas en el canto de las ballenas, como la obra de George Crumb, Vox Balaenae. En los enlaces les dejamos algunos ejemplos. No nos extenderemos en aspectos técnicos, pues nuestra intención es más simple: si compartimos algo como el canto (y por ende la música) con las ballenas (y, en general, con muchas otras especies como las aves, de las que compositores como Olivier Messiaen se han inspirado una y otra vez), deberíamos ser más más empáticos y aprender a sentir más su dolor. La implementación excesiva de radares desorienta a las ballenas, que llegan a encallar masivamente y morir desamparadas. El ruido, en general, de nuestro mundo artificial es más intolerable para los animales que para la raza humana, que parece haberse acostumbrado a su contaminación sonora, a su basura ambiental. Pero nos equivocamos, cada vez que desequilibramos un sistema en la naturaleza esta responde y surgen cosas como las pandemias, y entonces sí nos «rasgamos las vestiduras» y clamamos alivio y clemencia, lo mismo que no le hemos otorgado a la naturaleza en nuestro necio afán de consumo y sed de poder. Absurdo.

Ah sí, un detalle se nos olvidaba: el fitoplancton produce la mitad del oxígeno del mundo, y se alimenta principalmente de los excrementos de las ballenas. Si hay menos ballenas habrá menos plancton y, por ende, el sistema de reciclado del oxígeno se verá afectado. ¿No sería mejor dejar que canten en paz?