He iniciado un curso de Tai Chi que, en realidad, es una serie de ejercicios que sirven para dar flexibilidad a las articulaciones, hacernos conscientes del equilibrio y de la coordinación de los movimientos y la respiración. Cada curso dura una hora y los frecuento una vez por semana. Podría haber elegido un curso de baile, pero preferí el Tai Chi a pesar de la mística que lo envuelve. Con el paso de los años, tenemos que movernos más y hacer ejercicios de este tipo es una de las propuestas.

A menudo, ignoramos que el balance es una capacidad que perdemos progresivamente con los años y que requiere la integración de informaciones que provienen de todos los miembros del cuerpo y que resulta en apoyar el peso de manera justa y en el momento justo, rápidamente. El balance es el resultado de un proceso de reacciones y contra reacciones moto-sensoriales a nivel propioceptivo e interoceptivo. Es decir, saber inmediatamente dónde tenemos el pie y qué podemos hacer para no caernos, actuando velozmente. Los tiempos de reacción no son los que eran en nuestra juventud, la integración de informaciones espacio-sensoriales es más lenta y tenemos que calibrar los movimientos para impedir un posible accidente. Las consecuencias de este proceso de deterioración progresiva se hacen sentir, no solo en poca agilidad, lentitud, fracturas, sino también en miedos, que nos llevan a extremos como caminar menos y no salir de casa, encerrándonos en un mundo más limitado y estrecho. Podríamos usar la bicicleta, subir y bajar escalas sin mirarnos los pies, bailar para estar mejor preparados, pero, antes de hacerlo, tenemos que estar conscientes de los riegos de que significaría no hacerlo, es decir aceptar el detrimento, que llega con la edad y que implica mayor fragilidad en todo sentido.

Para envejecer bien, que no significa ser siempre jóvenes, pues esto es imposible, hay que integrar la actividad física con la mental y conservar las relaciones sociales, que son siempre un estímulo indispensable. Envejecer bien significa mantenerse activo y, en la medida de lo posible, con buena salud, buscando lo que algunos llaman serenidad y otros llamarían capacidad de vivir la vida plenamente y sin mayores apuros, aun en situaciones adversas. Esto nos hace pensar en las cosas simples: en el placer contemplativo de una flor, visitar un jardín, caminar, leer un buen libro, conversar sobre temas que vayan más allá de las banalidades y ayudar en todo lo que podemos, agradeciendo cada atardecer y nueva madrugada. Envejecer significa también moderación, dormir bien, comer poco y sano, beber poco o no hacerlo sin perder la curiosidad y los deseos de vivir y seguir aprendiendo.

El porcentaje de ancianos en nuestras sociedades aumenta rápidamente y el problema que tenemos que resolver es como dar sentido a nuestra vida, conservarnos en buena forma, contribuir y no sentirnos una carga. Para lograrlo, no es indispensable tener mucho dinero, basta pensar en un plan, en ciertos objetivos y estar consciente de que el cuerpo y la mente son músculos que tienen que ser usados cotidianamente y que las posibilidades son múltiples. Tenemos que reír, sentirnos agradecidos por la vida misma, a pesar de todos los problemas que nos presenta, y dar sentido al trabajo y, sobre todo, al tiempo libre. Llega una edad en que dejamos de trabajar y nuestras obligaciones se reducen a nuestras propias iniciativas e intereses. Por esto, aconsejo a todos los que han superado los 60 años prepararse con anticipación y explorar física, mental y emotivamente lo que significa vivir una vida, donde el ritmo y el horario lo imponemos en gran medida nosotros mismos. Envejecer rima con sabiduría, pero, desgraciadamente, esto no es siempre el caso y por eso tenemos que aceptar y aprender a vivir como viejos.