Desde pequeña nos enseñan que la vida es estudiar en el colegio, luego pasar en una buena universidad, estudiar una carrera que nos brinde una buena estabilidad económica, trabajar en una empresa multinacional, conocer a un buen hombre, casarnos, tener hijos, educarlos, brindarles lo mejor, asegurándoles su futuro y morir. Tal cual esa misma ruta era la que estaba siguiendo, con la excepción que nunca se me despertó el amor de madre, así que tomé la decisión de no tener hijos.

Cuando estaba en el colegio lista para decidir que quería estudiar, me inclinaba por las bellas artes, por algo que me permitiera usar mis manos para transformar o crear cosas, pero al momento de decirle a mi familia esto, la respuesta de todos fue… Eso no te dará dinero para vivir, esa carrera no es una carrera, es un pasatiempo, mejor escoge algo como administración de empresas, una ingeniería, abogacía, psicología… Así que, como niña educada que escuchaba a sus mayores, entre todas las opciones, me sonó psicología, como si la psicología en Colombia fuera una profesión valorada, jajaja... en fin. Eso es tema de otro capítulo.

Siempre fui una persona de seguir órdenes, de empezar algo y terminarlo, así no me gustara el resultado final, lo importante era cumplir con la fecha de entrega. Sin embargo, sucedía lo contrario cuando se trataba de seguir las órdenes de mi mamá. Me inventaba cualquier cosa para quedarme más tiempo en la universidad compartiendo con mis amigos, tomando cerveza y simplemente, perdiendo el tiempo. Cumplí con mis 10 semestres de universidad, me gradué y empecé a trabajar como psicóloga organizacional en muchas empresas, la mayoría grandes empresas de Colombia y algunas multinacionales. Era la profesional ejemplar, ¿no? Lo había logrado.

Tras varios años de estar trabajando, llegué a una empresa en la que podía crear, aunque no siempre era con las manos, sí que pude usar mi creatividad para dar solución a muchos de los problemas de liderazgo y relacionamiento interpersonal que se presentaban. En este lugar me sentí plena, contaba con un jefe que me apoyaba y me incentivaba a seguir construyendo, creyó en mí y eso hizo que agradeciera haber escogido esta carrera.

Lamentablemente, renuncié por irme para Nueva Zelanda a estudiar inglés y sabía que, si volvía, ya no iba a tener la posibilidad de regresar a esta empresa, ya que es una empresa mediana, en la que sólo yo era la responsable de manejar el área de recursos humanos y, si me iba, tenían que contratar a alguien más que se ocupara. Sentí mucha alegría al saber que mi analista meses después ocupó ese lugar y hoy en día vive feliz en su nuevo rol.

Si ya conoces algo de mi historia, sabrás que al regresar a Colombia mi vida se tornó en caos. Venía decidida a no volverme a emplear porque sé que encontrar un jefe y un ambiente laboral como el que tenía es muy difícil y no quiero volver al ensayo y error en el que estuve por muchos años. En medio de todo este caos de no saber qué hacer con mi vida profesional, con mi vida de pareja y en la inconformidad en la que estaba por el hecho de verme perdida de nuevo en mi país, viéndome a mí misma como un fracaso por no haber podido conseguir la anhelada visa en Nueva Zelanda, por ver que mi matrimonio ya no era lo que pensaba y que no sabía por dónde empezar, decidí entregar todo a Dios.

Mis rutinas en la mañana se transformaron en levantarme, orar, hacer ejercicio, meditar y pensar en las cosas que disfruto hacer y que no pude hacer durante muchos años por querer seguir la carrera de las ratas que me enseñaron de pequeña. Sin embargo, la urgencia por querer salir de ese lugar donde sentía que no podía crecer como quería, me llevaron varias veces a buscar trabajo en una empresa. Llámalo como quieras, pero siento que como no era lo que quería, nunca me llamaron para una entrevista telefónica. Yo le llamo ley de la atracción, que, en mi caso, sería algo así como ley de repulsión.

Es así como el tejido una vez más me llama y me dice tranquila, confía en el proceso, haz lo que tengas que hacer, todo estará bien y saldrás de esta como has hecho con tantos obstáculos que has superado antes. Respira profundo, agradece por un nuevo día, por una nueva oportunidad para seguir creando tu futuro. Te tienes a ti misma y eso es más que suficiente.

Si estas palabras resuenan en ti, espero que lleguen a lo profundo de tu corazón y que pienses que al igual que yo, si sientes que estás donde no perteneces, donde no te encuentras contigo misma, no te estanques, no te aferres a algo que no es para ti, que te impide cumplir con tus sueños y tus ideales. Sal, busca otras opciones, conoce gente que te ayude y apoye a seguir luchando por lo que quieres.

En mi caso, volví a mi familia, sí, esa que me dijo un día que lo que yo quería era solo un pasatiempo. Esta vez hablé desde el corazón y me entendieron y son ellos quienes me apoyan a compartir con sus conocidos mis creaciones, quienes me informan sobre dónde puedo vender, con quién puedo hablar. Hemos creado un vínculo más allá del resultado, de si llega o no dinero, donde los sentimientos y el estar en paz contigo mismo es más importante que un estatus o una imagen que mostrar.

Regresé a vivir con mi mamá y hoy disfruto cada momento que podemos compartir en la cocina, conociendo el nuevo barrio, disfrutando con mi hermana y nuestros tres gatos. Sigo con mi rutina de las mañanas, pero esta vez mucho más enfocada, con un propósito claro y confiada en que las cosas llegan cuando deben llegar. Miro atrás agradeciendo los aprendizajes y los momentos vividos que han hecho que atesore cada momento y que me agradezca una vez más por darme la oportunidad de empezar de nuevo el tejido de mi futuro.