Habían pasado catorce años. Recién había regresado a Chile. Como una forma de conocer el ambiente del cine local que reinaba a inicio de los noventa, pensé que el mejor lugar para interiorizarme era visitar el café bar El Biógrafo. En mis años lejos de la copia feliz del Edén, había leído que ese era el lugar donde se reunía la bohemia criolla, especialmente los cineastas, durante los últimos años de la dictadura y, naturalmente, ahora en la democracia.

Fue mayúscula mi sorpresa cuando vi, detrás de una botella de vino, a Wolf Tirado, mi querido compañero de rutas tan diversas como Taskent y Leipzig. Wolf no sabía bien si estaba de paso o había regresado; deseaba experimentar qué tal era vivir nuevamente en el Chile democrático. Luego de la segunda botella, ya habíamos decidido ser socios de una productora de cine y televisión. Wolf tenía un pasado por Nicaragua y Londres, y yo por Suecia y Mozambique. Éramos absolutamente desconocidos en el medio local, así que decidimos que debíamos buscar el mejor sector para instalar nuestra casa productora; debía ser el lugar más chic, el de moda en Santiago, debíamos preocuparnos del aspecto psicológico, para lograr soportar el regreso, sintiéndonos cómodos y ganadores.

Después de consultar a varios conocidos, llegamos a puerto, esa era la calle General Holley esquina Suecia. Nos sentíamos como en Londres o Milán; a nuestro alcance estaba el bar The Old Boston, el New Orleans, el Red Pub, el gran diseñador de moda Atilio Andreoli y las más importantes galerías de arte.

Como hombres de mundo, bajábamos todos los días a la hora exacta a nuestro té o café de rutina. Nuestra realidad era bastante triste, pasaba el tiempo y no conseguíamos ningún trabajo. Vivíamos pendientes del teléfono, a la espera de una llamada con alguna propuesta. Mi exmujer sueca, que trabajaba en la embajada, un día llegó a casa con un fax procedente de Ginebra, en el que informaban que estaba rumbo a Chile el hijo del famoso cineasta español Luis Buñuel; su objetivo, realizar un documental sobre el novedoso sistema educacional que se estaba implementando por esos días en el Chile democrático. Rápidamente, me ofrecí a ir a buscar a Buñuel al aeropuerto. Siempre he creído en mi intuición, ¿o será quizás que la manipulo?

De regreso, camino al hotel Apart, me encargué de que Buñuel se enterara de mis filmes clandestinos en Chile y de mis peripecias cinematográficas en África. Buñuel se giró y pregunto a su compañera de viaje: —¿Tenemos contrato firmado con esa productora? —¡No! —respondió la sueca.

Al día siguiente, muy temprano, estábamos llamando a todos los medios, citábamos a una conferencia de prensa para comunicar la buena nueva. La productora «Wolf Tirado & Rodrigo Gonçalves», produciría un documental con Juan Luis Buñuel. Nos sentíamos tocando el cielo. Por fin llegaba el golpe de suerte que tanto habíamos esperado.

Una vez que Buñuel ya fue parte de nuestra historia, durante bastante tiempo continuaron las llamadas preguntándonos por trabajo. Seguramente el impacto mediático que logramos en el ambiente les hizo pensar que nuestro próximo cliente sería nada menos que Ingmar Bergman. En relación al famoso milagro educacional, han pasado casi 30 años y los estudiantes aún continúan en las calles luchando por lograr una solución definitiva.

Con mi compañero Wolf, al poco tiempo me convencí de que no había caso; habíamos llegado tarde a la repartición de los pitutos. Debíamos haber regresado al país antes, para el plebiscito, y no después. Wolf, partió a México, yo me quedé. Al poco tiempo, conocí al periodista Fernando Villagrán, con quien decidimos realizar un programa político en televisión. No pasaron muchos capítulos para que nos aburrieran; su egocentrismo era demasiado, absolutamente descontrolado. Por esos días, entrevistamos al gran escritor Francisco Coloane y fue producto de esa entrevista que decidimos que la cultura era lo nuestro.

Así nace el programa cultural de TV Off the Record, que muy pronto cumplirá 25 años.

Hemos realizado más de 1,350 entrevistas a los más destacados artistas e intelectuales hispanoamericanos. Fue, justamente, a través del programa que llegué a conocer a Armando Uribe, premio nacional de literatura, poeta, exembajador y abogado, un extraordinario intelectual a quien admiré mucho como poeta y más como persona. Logré entablar una relación de mutuo respeto y amistad. Armando siempre estuvo dispuesto a comentar y escribir algunas líneas en mis catálogos de pinturas, también escribió un interesante artículo sobre mi largometraje Horcón, al sur de ninguna parte.

Creo que la amistad, la confianza, y el respeto que me brindo Armando Uribe, en gran parte me lo gané después que le planteé la idea de organizar una exposición con los collages de Cecilia Echeverría, su amada esposa. Estos eran trabajos realizados con recortes de revistas acumulados durante sus años en China y Europa. Estoy casi seguro que esta debe haber sido su única exposición.

Off the Record, además del programa de TV, fue un café y restaurante, donde durante ocho años grabamos el programa. Todos los lunes realizábamos tertulias; periódicamente organizamos exposiciones y proyección de cine nacional. La exposición de Cecilia fue un gran acontecimiento; ese día, Armando Uribe realizó una increíble presentación de «poesía espontánea» —esa grabación en video aún espera transformarse en un video arte muy singular. Nunca pensé que la fórmula presentada esa noche por el poeta la usaríamos años después para construir los «diálogos espontáneos» que acompañan las imágenes del video arte Pre-Apocalipsis.

Desde mi regreso a Chile, deseaba hacer un video arte que resumiera el complejo mundo que nos ha tocado vivir. Fue así que se me ocurrió plantearle a Armando la realización del video Pre-apocalipsis. Mi idea no dejaba de ser compleja. La imagen intelectual de Armando Uribe inspiraba mucho respeto, me inhibía. Su delgada figura era casi cadavérica, vestida siempre de impecable terno negro. Con seguridad, nadie podría decir que alguna vez lo vio reír o sonreír y no era porque le preocupara la falta de sus dientes, sino todo lo contrario. Para él, ese detalle era su cable a tierra, era la manera que tenía de contrarrestar el aspecto físico que lo asimilaba a las elites o a la burguesía local, sector social al cual criticaba con mucha dureza. Todos estos aspectos me hacían dudar de que aceptara mi propuesta.

Fue en uno de nuestros habituales cafés en su departamento cuando se lo propuse.

Armando ha muerto, está siendo velado en el living de su departamento, la cámara suavemente describe la escena. Una carroza con negros caballos de cadencioso galopar, inicia el traslado del ataúd hacia el Cementerio General. Rumbo al campo santo, la carroza se interna a través del centro de Santiago. Cuando pasa frente a la Catedral, el poeta se sienta en su ataúd y realiza una profunda crítica al rol de la Iglesia. El viaje continúa pasando por el costado del antiguo congreso, otra vez el poeta se sienta y critica la forma actual de hacer política. La carroza pasa ahora por el costado de La Moneda, el poeta esta vez encara a los políticos involucrados en el golpe de Estado en Chile. El viaje continúa hasta Sanhattan, el Wall Street criollo, lugar donde el poeta hace una descarnada critica al salvaje sistema económico que domina el planeta. Finalmente, la carroza llega al Cementerio General.

Sentado reposadamente con su infaltable cigarro, Armando Uribe está en el Purgatorio. Somos testigos de su relato cuando encara a Henry Kissinger por la guerra de Vietnam; luego se enfrenta a Agustín Edwards, a quien acusa de ser instigador del golpe de Estado; por último, se encuentra con Pinochet, a quien le enrostra todos los muertos y torturados.

Al concluir el video, Armando Uribe con su rostro cubierto por un velo negro, intenta fumar su último cigarro, luego, se descubre la cara y realiza una serie de morisquetas inimaginables en la persona de Armando Uribe, y dice: «A lo mejor no estoy muerto, a lo peor».

El estreno del video arte Pre-Apocalipsis, fue en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC), con la presencia del poeta, cosa inusitada, porque a esas alturas hacía años que había dejado de salir de su hogar. En el MAC, realicé una exposición individual con doce pinturas, tres de ellas son los rostros de los personajes del Purgatorio, las que fueron intervenidas por Armando. También era parte de la exposición la instalación de la mitad del ataúd, en cuyo interior reposaba el cuerpo de Armando Uribe fumando, con parte de sus piernas colgando. Todo esto mientras se proyectaba el film en pantalla gigante en un sinfín. Mis pinturas incorporan imágenes ícono que hacen referencia a múltiples hechos históricos sucedidos en las últimas décadas; estas imágenes se yuxtaponen con frases sabias expresadas por personajes como: Gandhi, Mandela, Paulo Freire, Cervantes, Eloy Martínez, Susan Sontag, Neruda, Armando Uribe, Jodorowsky, entre muchos otros.

Un tema no menor fue la compra de un ataúd y medio. Yo necesitaba uno entero para transportar en la carroza y el medio para llevarlo al departamento de Armando y lograr que se introdujera en él. Luego, con Armando en su interior, lograr hacer la grabación de sus textos espontáneos. Fue muy impactante ver a Armando sentado en el interior del ataúd. Muchos le habíamos escuchado o leído en su poesía que lo que más deseaba era morir, para reencontrarse con su amada esposa. Frente a esa escena, era imposible no ver su sueño hecho realidad.

El medio ataúd me persiguió por mucho tiempo y es muy posible que hasta hoy. Una vez terminada la exposición, tuve que traer el ataúd para dejarlo momentáneamente en la bodega del departamento. Tiempo después, en la necesidad de hacer espacio en la bodega, pedí a un conserje —que contaba con una camioneta— si podía llevárselo y hacerlo desaparecer; estuvo de acuerdo y yo me olvidé del asunto. Pasados unos años, un día bajé a la antigua sala de máquinas del edificio y, para mi sorpresa, allí estaba escondido el dichoso medio ataúd. Pensé en preguntar al conserje por qué no se lo había llevado; lo que pude averiguar con otro conserje fue que, al parecer, trae mala suerte botar un ataúd.

No he vuelto a bajar a la antigua sala de máquinas para no incomodar a los malos espíritus; prefiero quedarme con la imagen de aquella hermosa escena cuando Armando entra en el ataúd para visitar a su amada esposa. Ah, y lo peor es que Armando Uribe ha muerto.