Busca ...en tu ámbito interior, ...el de tu alma.
Forcejea por meter en ella al universo entero,
que es la mejor manera de derramarte en él.

(Miguel de Unamuno)

Mientras caminaba, nuevamente desplazándome en la tridimensionalidad acostumbrada de afuera, pensaba desde adentro. Recordaba, hilvanaba ideas, y me percataba de mí mismo, como un ser que caminaba, no sólo por estas calles tempranas de afuera, sino por los ignotos caminos de adentro. Y la dicotomía de adentro-afuera se planteó en mi conciencia y me dije a mí mismo ¿y qué tal si afuera en realidad está también adentro? O sea que los otros y la escenografía del universo, están dentro de mi conciencia y no afuera. Como en los sueños que uno sueña, que al despertar uno se da cuenta que toda la diversidad de escenas, tramas y multiplicidad de personajes, incluyendo el de uno mismo en el sueño, estaban adentro, que eran sólo uno, uno mismo que se soñaba, a pesar de que parecían muchos en la realidad momentánea del sueño.

Y mientras caminaba, pensaba en todas las palabras, las mías y las de tantos, en el lenguaje, en la diversidad de opiniones y creencias sobre esto y aquello, en los puntos de vista, en las emociones. Todas cosas muy serias y definidas en cada uno, cada día, cosas sentidas y determinadas adentro, al establecer relaciones y reacciones con el afuera. Como en los sueños, en los sueños uno ama y odia, y siente miedo, y opina diferente de otros personajes, personajes que en realidad son uno mismo, desempeñándose diferenciadamente, en una obra teatral íntima y secreta, que se siente muy real antes de despertar. Un afuera que en realidad está adentro.

Una apreciación que surge de las interminables palabras y observaciones acumuladas por tantos que caminan y han caminado, este camino de afuera-adentro, a través de todos los tiempos, es de que la estructura de afuera está estrechamente interconectada, que el afuera es un continuo de energía. Ahora bien ¿de dónde sale el adentro que observa, define, captura y supuestamente se mueve, en ese afuera que lo contiene? Además, ese adentro que se relaciona con el afuera, parece estar fragmentado en innumerables puntos de adentro, que se prenden y se apagan con el tiempo, como los sueños.

Este mundo de adentro, crece desde que somos niños, y lo sentimos como un algo indefinido que nos define, que está ahí desde que uno se percata de uno mismo en la niñez; llamémoslo, carácter, tendencia, personalidad, o disposición, y que va amoldándose de acuerdo a las experiencias que uno va viviendo, a las relaciones con los otros de afuera, y con los conjuntos de palabras hilvanadas por la humanidad, conjugadas en las interpretaciones más próximas al entorno de uno, los contextos de los adentros de tu familia, y la cultura o culturas circundantes.

Una infinidad de palabras y cuentos llegan a nuestros puntos de adentro, y dependiendo de la receptividad relativa, en cada uno de esos adentros potenciales de la niñez, uno va concibiendo una definición de su adentro, una autodefinición. O sea, está la forma en sí, el cuerpo, el DNA del ropaje, en una interacción dinámica, con algo más que no se ve, con un potencial de adentro, que de alguna manera ya viene como tendencia, talento, sensibilidad, y que se desarrolla y evoluciona, de acuerdo con los estímulos del entorno, de los «otros», del «afuera».

La infinidad de palabras y cuentos que nos llegan, según vamos envolviéndonos en el afuera que nos rodea, las percibimos primero como una provisión de nuestro entorno inmediato, el familiar y cultural. Algunos, dependiendo de su potencial de adentro, de su curiosidad, de su capacidad de aventurarse, exploran otros contextos de definición del afuera y del adentro, que van más allá de los cuentos del entorno inmediato. Y ajustan, descartan, interpretan y adoptan nuevos modelos para entender su adentro-afuera. Y los muchos fragmentos de adentro, se adhieren a los que tienen interpretaciones similares y rechazan a los que difieren, y la tenacidad o pasión con se adhieren y rechazan, añade poderosas corrientes que también parece van definiendo el afuera y el adentro.

Entre las muchas palabras y cuentos que me surgieron en la caminata de esta mañana, estaban aquellas donde los innumerables adentros manifiestan una pregunta, que yo, desde adentro (y que quizás todos lo hacen), me hacía cuando era niño, sobre todo cuando descubrí que los vivos se morían. Yo me preguntaba, para qué es todo esto, al temer que se murieran mis seres queridos y yo mismo. Crecí en una familia católica, en una cultura católica, e inmediatamente fui provisto de respuestas a mis preguntas de ¿qué ese esto y por qué?

Dios, Dios nos creó -me dijeron- y uno no se muere en realidad, sino que deja el cuerpo, y eso que sientes adentro, es al alma que ahora vive en el cuerpo, y que al dejar el cuerpo si tu vida fue buena vas al cielo y vives para siempre feliz con Dios, pero si por lo contrario tus actuaciones fueron malas va al infierno, que es como un fuego eterno y allí te quemas eternamente.

Y bueno, el modelo me sirvió por muy corto tiempo. Además, también me hablaron del hijo de Dios, de donde vino me dijeron el conjunto de explicaciones que recibí, «Jesús», me dijeron que se llamaba y que esto estaba escrito así en la biblia. En mi escuela hacían muchos cuentos sobre Jesús, y a mí él, no sé porque, me caía muy bien. De hecho, como yo era medio solitario e introspectivo, en mi imaginación lo sentía como mi amigo. Y lo sentía caminando conmigo. Entre los cuentos que me hacían de él, había dos que me encantaban, uno, cuando intervino para salvar a una mujer adúltera que una multitud apedreaba, y otro cuando convirtió el agua en vino, en una boda a la cual fue y se acabó el vino y el anfitrión le pidió su ayuda. Me parecía que Jesús era un tipo a todo dar, y que además tenía un sentido del humor tremendo.

Yo me lo imaginaba siempre sonriente y alegrando a la gente, distinto a como lo pintaban los curas en mi escuela, siempre alrededor del sufrimiento, del castigo eterno, que sé yo, de un miedo a la vida. Para mi Jesús era, un duende de duendes, un amigo cercano, que me acompañaba cuando yo era niño y que me daba la mano en brisa, cuando caminaba a la escuela y cruzaba la calle.

Con el pasar tiempo y una lectura precoz, se me fue abriendo el mundo, y descubrí otras culturas, otros mundos, otras maneras de contestar la pregunta de ¿para qué es todo esto? A mí me preocupaba mucho, el hecho de que hubiese vivido tanta gente antes de Jesús, mucho antes. Y de que, como el vino a salvar a la gente, a todos los adentros, esta gente de antes se perdió el salvavidas. Además, me di cuenta de que había gente en otras partes del mundo que tenía otros cuentos, incluso los que vivieron durante y después de Jesús hasta el presente. Y que había otras creencias, otros cuentos, y que algunos de estos cuentos eran igual de hermosos, que los que a mí me gustaban de Jesús.

De alguna manera, empecé a sospechar que todo en realidad estaba adentro, que todos los cuentos contados, todos, eran contados desde un adentro, y que tal vez decían lo mismo. Pero la vida seguía con el paso de mis años de adolescencia, juventud y más, manifestándose intensamente, en su expresión y acumulación de experiencias e impresiones, en sus contactos con los otros, con el contexto del cuento, lidiando con el afuera. Y por un rato me olvidé del adentro. Y me olvidé también del amigo aquél que me acompañaba en la niñez, aquel de nombre Jesús. Y en mi mente armaba cuentos y teorías, recombinando cuentos sobre afuera y adentro. El conocimiento científico, asociado con mis estudios universitarios y mi carrera profesional, proporcionaban respuestas incompletas pero objetivas, sobre muchas cosas de afuera, con mayor lógica y precisión que los cuentos de proveniencia antigua, que para mí eran las bases de las religiones y la espiritualidad. Y yo entonces pensaba que sabía más que los demás.

Pero a veces, observando las noches estrelladas del Caribe, mientras festejaba con los amigos, sentía una enorme soledad, en medio de mi asombro ante lo vasto y maravilloso del universo, y eso me producía un vacío, adentro.

Siguió la vida, me casé, tuve hijos, y mi mente se enredaba cada vez más y más en la corriente de la vida, con todos sus deseos, satisfacciones, excitaciones, aburrimientos y pretensiones. Pero de vez en cuando se asomaba la pregunta allá adentro -¿y para qué es todo esto?

En un momento de profunda tristeza en mi vida, asomado desde adentro, viendo un atardecer a orillas del mar, sentí que mis lágrimas y las lágrimas de los demás y el mar, eran una sola agua. Y por unos instantes sentí el afuera, adentro y el adentro afuera. Y en un instante vi mi cuerpo, como desdoblándose en el tiempo, como semilla brotando, arrastrándose en el suelo, y evolucionando en cámara lenta hasta llegar a una postura erguida, hasta llegar a mi forma humana. Fue un instante que pareció una eternidad, y adentro estaba anonadado, asombrado, ante todo el afuera que había sentido encapsulado adentro, ahora y siempre. Y en esa interfase, entre asombro, susto, angustia, y dicha, imagine ver ante mí, un rostro, que desde adentro se proyectaba hacia afuera y flotaba ante mi vista, como el recuadro de una película en un telón detrás de la frente. Sonriente, sólo me miraba, sereno, amoroso, íntimo. En el trasfondo resonaba una canción de los Beatles, que apenas había yo escuchado y cuya letra decía

Here comes the sun and I say it is alright
(por ahí viene el sol y yo digo que todo está bien).

Pensé, que era Jesús que me hablaba, como decían en los cuentos de mi niñez, Jesús siempre estaba feliz y de buen humor, porque el siempre veía el mundo así en ese continuo de adentro-afuera. Y me alegré, porque ahora el amigo de mi niñez había regresado y tenía un rostro y ahora yo sabía que estaba adentro, que vivía adentro.

Y no supe qué hacer con esa experiencia. La guardé adentro, junto a mis teorías de la vida, mi conocimiento científico, los cuentos de afuera. Pero esa extraña experiencia me llevó otra ronda de lectura, de gentes que estaban en otras trayectorias y cuentos. más allá de la literatura filosófica y de las ciencias naturales, que me interesaban hasta entonces. Y leí las obras de Aldous Huxley, y de Teilhard de Chardin, y de los místicos cristianos, del Vedanta y de los poetas sufís. Y descubrí que había muchos más cuentos sobre el adentro, de lo que yo pensaba y algunos me llamaron mucho la atención, porque coincidían con lo que yo sentía, adentro.

Y empecé a sentir que mi amigo Jesús, tenía otros nombres, y muchos tiempos. Que lo importante no era su nombre o su momento, sino el hecho que estaba adentro, y que era en realidad mi ser más íntimo. Que uno le daba un nombre cuando lo sentía, basado en el contexto de los cuentos del entorno inmediato, para decir algo, para recordarlo. Como un símbolo o un código. Pero que este amigo de adentro está muy adentro, y allí no existen nombres ni lenguajes, ese adentro lo incluye todo.

Y con este pensamiento terminé mi recorrido diario, atravesando la tridimensionalidad de afuera, y me di cuenta de que en realidad caminé más adentro que afuera, y hasta creí darme cuenta, de que en realidad no me había movido nunca, y que al igual que en los sueños, todo el ensamblaje de afuera-adentro era uno sólo. Y me propuse seguir caminando adentro-afuera, hasta darme cuenta plenamente, que todo está adentro, que como decía Meher Baba:

no es tanto que tú estás dentro del cosmos, sino que el cosmos está adentro de ti.