Ser es morir amando.

(Meher Baba)

Soy un personaje de mi propio sueño. Yo esto no lo sé a ciencia cierta, pero lo sospecho.

Intuyo que esa multitud de otros, conocidos y desconocidos, que pueblan el estrado de la vida, la escenografía circundante y también la que se extiende mágica, más allá del teatro, la distancia y el tiempo, son parte de este increíble sueño soñado. Y todo está, inextricable e inexplicablemente interconectado, de una manera íntima, porque es el uno mismo, la existencia, la que sueña esta infinita multiplicidad.

¿Pero por qué sueña la vida la existencia? ¿Para despertarse acaso, o para manifestar su imaginación en toda su expansión, para perderse y encontrarse en sí misma, para experimentar el amor en la síntesis, después de imaginarse una separación en la dualidad?

Pero como yo, que sólo soy un personaje de un sueño, puedo cuestionar o entender la realidad y el accionar de quien me sueña. ¿Acaso los personajes que yo mismo sueño como personaje soñado, en mis noches, podrían entender quién soy y que me anima a soñarlos?

No, porque esos personajes en realidad no existen fuera de mis sueños y desaparecen en mí, cuando en la mañana me despierto. Pasan a ser parte de mí ser, lo cual siempre fueron, o sea los personajes de mis sueños nocturnos, son parte del personaje soñado que yo soy, el que a su vez es parte de quien a mí me sueña. Y yo como personaje soñado tampoco tengo existencia real.

El sueño de la vida y la creación es una increíble e interminable historia, con eventos, tiempo, distancias, partículas, formas, con tramas infinitas y mágicas, cómicas y trágicas. Con múltiples dimensiones de objetividad sin fin, las cuales subjetivamente observamos e interpretamos, cantamos, contamos, y clasificamos. Interactuamos de innumerables maneras, con las multitudes de los otros personajes y contextos del sueño. Y qué asombrosa, es esta increíble subjetividad, esta mente que salta tiempos, conceptos y distancias, que se posiciona en puntos de vista, en su intento de definir el entorno del sueño, de su «realidad» circundante, durante esos breves espacios de tiempo, donde cada personaje es soñado.

Las emociones, los sentires, las pasiones, entre personajes y con todas las formas animadas e inanimadas, al interactuar con la manifestación de la existencia que se asoma a través de nuestros sentidos y nuestra mente, y nos hace sentir que somos y nos lleva siempre a preguntarnos: ¿qué somos?

Asomados, a esta maravillosa e ilimitada escenografía, a esta multitud de tantos, sospechando que quizás todo es un sueño, nos preguntamos, pero quien sueña, y porqué. Y a veces, a veces nos damos cuenta de veras, no pensamos en teoría, de que los otros son como nosotros. Y es en esos momentos de la vida, cuando sentimos a los otros como uno mismo, en esos momentos que nos damos cuenta de eso que llamamos amor, cuando vislumbramos, trascendiendo pensamientos y lenguaje -en un abrazo de almas- la continuidad de todo, la integridad del ser.

No podemos sentir esto con nuestra mente, porque está más allá del pensar, pero en esos instantes donde sentimos el amor, dejamos de vivir y existimos. Cuando amamos de verdad, cuando somos uno con «el otro», existimos.