Mientras esperaba tomar mi vuelo, leí el titular de una noticia: “Arquitecta chilena, Sara Aravena, es la ganadora del Premio Pritzker 2025”. Este premio, considerado el premio Nobel de Arquitectura, posicionó a Chile como una potencia vanguardista en soluciones habitacionales.
Sara Aravena para su tesis de titulación presentó “Arquitectura del reciclo”. Treinta años después de su investigación se materializó en su obra arquitectónica Materia. Se había inspirado en conceptos de sustentabilidad, ciclos de vida, relación vida-muerte de culturas orientales, modelos noruegos y suecos. Observaciones que se habían ido enriqueciendo y complejizando en todos estos años en sus viajes por el mundo. Esta madurez, que le habían dado los años en el oficio unido a la sabiduría de sus reflexiones, le permitían construir una base firme para conversar con otros colegas de las problemáticas de sus creaciones, jerga profesional para poner en jaque los entusiasmos de ideas poco convencionales.
Sus trabajos arquitectónicos eran reconocibles, formas orgánicas con fluidez, líneas sensuales, y por el uso de materiales dúctiles a los que les incorporaba los avances tecnológicos, contribuyendo a la modernización en la construcción. Se inspiraba en el cuerpo para sus obras arquitectónicas, en su forma y funcionamiento. Tenía un gran interés por el ser humano, para ellos creaba sus obras.
Estaba permanentemente estudiando, observando su entorno y haciendo anotaciones de sus descubrimientos. Le interesaban las formas de vida de grupos humanos, en especial de las construcciones que hacían, donde vivían. Aprendía de las propuestas más vanguardistas con presupuestos ilimitados, y de aquellas donde se encontraban los verdaderos alquimistas, capaces de transmutar en oro cualquier material de desecho.
Creía que la creatividad estaba presente en todos, se trataba fundamentalmente de tener el coraje para hacer lo que se piensa y trabajar en equipo. El grupo permite encontrar soluciones más complejas y ser un apoyo emocional. Sara entendía que finalmente una oficina de arquitectura es un grupo humano sacando adelante encargos, concretando ideas y sueños de un cliente, pero en ese proceso siempre hay situaciones inesperadas propias de la vida misma, que pueden afectar el desarrollo continuo de un proyecto. Es por esto que el soporte del grupo es fundamental, y es dinámico. Esto es lo que permite perseverar, seguir avanzando como grupo profesional.
Conocía como, en algunos casos, estar en un estado de supervivencia lograba emerger una energía poderosa para tomar lo que se tiene a mano para crear un mundo propio. Había visto este ejemplo en Hong Kong, con un grupo de personas que estaban viviendo en espacios públicos, que habían construido unos módulos con cartones que usaban como habitaciones.
En sus viajes retrataba usando diferentes formatos, visualmente en fotografías y videos, sonoramente con grabaciones de sonidos ambientales y conversaciones. Escribía y hacía muchos registros que, de regreso a su hogar en Chile, se daba el tiempo para revisarlos y luego hacer bocetos. Se resistía a la desaparición de las maquetas para visualizar las ideas, en estas construía mundos a escala de Liliput para visualizar sus ideas y también para explicarles a sus contrapartes.
Sara comprendía que las herramientas tecnológicas eran programas valiosos para hacer planos y construir casas. Sus diseños eran lenguajes en sí mismos. Había logrado reconocimiento, el primer lugar, con sus dibujos de arquitectura en una exposición de arte en los inicios de su carrera. Esto la ubicó en el foco de atención. Con la categoría de artista vanguardista pudo abrir su camino en la arquitectura. Habitaba sus propios modelos constructivos, al inicio de forma teórica y luego físicamente. Esto le permitía hacer las correcciones, y en especial argumentar desde la experiencia para plantear soluciones a unos de los temas fundamentales del ser humano, el hogar. Esto apareció explicado por ella en unas entrevistas que dio para una reconocida revista de arquitectura y diseño meses antes de ganar el premio Pritzker.
Se consideraba una profesional que utilizaba el sentido común, y que sus años de experiencia la habían llevado a una depuración, la síntesis, “es algo básico, finalmente lo que sorprende es que te den un premio solo por no ser estúpida”. Le daba la importancia que significaba el premio, “aún más si pensamos que de los 42 arquitectos que han ganado el Premio Pritzker, solo 7 han sido otorgados a mujeres”. En la ceremonia de entrega del premio dijo, “cuando miro hacia atrás pienso en agradecimiento, cuando miro hacia el futuro pienso en libertad, y en el presente, sencillamente en alegría y felicidad”.
La palabra resistencia es la que más resuena para ella, tanto para su trabajo como para el trabajo en equipo. Y aunque es muy buena comunicándose, prefiere regirse por la idea de Confucio, “El hombre noble se caracteriza por hacer primero y decir después”. Es un orden secuencial, es necesario reflexionar en lo hecho y luego hablar de ello.
Para su proyecto Materia pidió que hicieran una placa dentro de una fuente de agua frente a la las casas construidas, que dijese: “No se trata de tener un lugar donde caerse muerto, sino donde caerse vivo”. La calle tendría el nombre del pintor chileno Mario Cisternas que había dicho estas palabras. Le parecía que los artistas merecían tener sus nombres en las calles del país donde había nacido y desarrollado su arte. Era un homenaje y símbolo de avance para la sociedad.
Este año Sara había sido invitada a la BAL, Bienal de Arquitectos Latinoamericanos, en España. En el discurso de apertura recordó las palabras que había dicho al recibir el premio Pritzker: los arquitectos no moldeamos materiales sino la vida misma.
Ya terminado el evento, y después de pasar a visitar a unos amigos en Madrid, se fue al aeropuerto de Barajas para su regreso a Chile. En esas horas de espera para tomar el vuelo caminaba por los pasillos, mirando por los ventanales enormes. Frente a ella estaba la escena, la coreografía de aviones aterrizando y despegando, siguiendo las instrucciones del controlador de tránsito, el maestro de la pista de aterrizaje. Hipnotizada observaba como ocurría y fluían, se equilibraban en un vuelo las cuatro fuerzas fundamentales, sustentación, peso, empuje, y resistencia.
Estos pensamientos se le cruzaban al mismo tiempo que los de la percepción de la dimensión humana. De lo pequeño que somos según la escala con que nos comparemos, y del ejercicio permanente de confiar en otros. Sara lo estaba experimentando dejando su vida en manos de un piloto de avión por unas horas, era un acto de entrega y de humildad. Cuan inmenso que se podía ser desde lo creativo, trascender con las obras o simplemente por ser quienes somos, ese también es un legado sin dimensiones para otros. Decidió dejar de lado tanto bombardeo mental y caminar por un rato.
Después de pasear impaciente, de dar vueltas por los pasillos como una lombriz cavando el túnel, se sentó en una de las sillas del aeropuerto, intentando dormir hasta que fuese el llamado. Se puso los audífonos para escuchar la playlist que había creado antes de su viaje, una larga lista con diferentes estilos, 12 h de ansiolítico musical. Entremedio de sus temas encontró unos que su marido también arquitecto, Alejandro, le había incluido el arte de la fuga. Esa sorpresa la hizo sonreír. La música siempre la aquietaba, permitiéndole centrarse, y volver a observar el ambiente que la rodeaba con un filtro amable. Respiraba relajada y podía tomar notas de los detalles de paisajes naturales y artificiales.
La particular mirada de su entorno le habían permitido el reconocimiento en su medio profesional. Su visión en la arquitectura centrada en el cuerpo y su funcionamiento la explicaba de forma simple. Creía que había que responder una pregunta irreductible en cada desafío profesional o encargo que le hacían, por ejemplo, ¿qué es comer?, ¿qué es dormir? Todos esos verbos ocurren en lugares, y estos tienen que tener una forma, una construcción con un carácter. Encontrar los adjetivos para el carácter de los edificios es la segunda parte del desafío. Pasar de ser un think-tank a un do-tank es lo que hace la diferencia en una oficina de arquitectura. Esos eran los principios que aplicaba para liderar su grupo. Pasar de soluciones teóricas a resolver problemas de forma práctica, del pensar al hacer.
Había convertido su propia ignorancia y vergüenza en un activo. Lo había aprendido de aquellas personas que se cruzan en tu vida en un momento crucial y te dan un consejo, y que coincide que estás dispuesto a escuchar. Es así como se convierten en tus guías, y sus palabras en una flecha. Uno de estos, ante la inseguridad de Sara para enfrentar un desafío profesional, le dijo: “Cuando no sabes algo, tienes dos posibilidades: estudiar o asociarte a alguien que sabe”. Desde ese día Sara supo elegir con quienes rodearse, a quienes pedir ayuda para poner las ideas en práctica.
Las enseñanzas más importantes son las valóricas. Una de ellas es pensar bien de las personas. Si alguien tiene éxito es porque algo ha hecho bien y no algo malo. Esto que parece simple le había significado reeducar sus patrones mentales que estaban arraigados desde hace mucho tiempo. No sabía si era algo de los arquitectos o propio de los chilenos, eso de la sospecha y la envidia. La filosofía que quería fuese de su equipo de trabajo era que no perdieran tiempo peleando ni prestando atención a los amargados, sino que se centraran en celebrar y aprender de los proactivos.
Algunos de sus profesores de escuela de arquitectura habían sido maestros, le habían enseñado a pensar reflexivamente, permitiendo equilibrar el reconocimiento de la historia de los arquitectos con la humildad y tener confianza en sí mismo, todo al mismo tiempo. Ambos padres de Sara eran profesores de colegio, y creían que invertir en educación era algo valioso. Y de adultos estar en una permanente autoeducación.
De vuelta al ruido del aeropuerto, fijó su vista en las cerámicas del piso. Estos diseños se transformaron en un enorme tablero de ajedrez con sus piezas, ahora seres encarnados. Sara comenzó a ver a diferentes personas a su alrededor, que despertaron su interés, eso la activó mentalmente.
Sacó su libreta de apuntes, abrió una página, y escribió a continuación en ese texto continuo que se iba tejiendo desde los puntos suspensivos. Le gustaba que fuese una bitácora sin mucho orden, muchas capas, páginas de collages arrugadas, retratos de ciudades hechos en el estilo del arte impresionista. La libreta era multifuncional, tenía anotaciones de la vida cotidiana, palabras nuevas aprendidas, nombres de calles, citas de escritores, la estrofa de una canción amada. También era un refugio, un paraguas o quitasol, un espacio protegido para sus divagaciones en momentos de soledad. Acarició la cubierta para avisarle que estaba lista para empezar a escribir.
La primera escena que vio fue un hombre, acostado en el piso, envuelto en su saco de dormir. Se le acercó otro hombre con la cena, era comida hindú. Sara alcanzó a escuchar el acento, eran colombianos de aproximadamente 40 años. Ella anotó en su libreta que la mejor manera de dormir era tumbarse boca abajo, porque en ese espacio amplio y en apariencia diáfano las luces nunca se apagan. La noche no existe, es una mentira, siempre es de día.
Camino al baño, escuchó a dos guardias conversando de la inseguridad que hay dentro del aeropuerto por la cantidad de personas que han llegado a habitarlo, convirtiéndolo en un hotel en las cuatro terminales. Uno le dijo al otro que hacía falta más presión al Gobierno para que modificara la legislación.
Sara se compró un café y se quedó disimulando, observando una vitrina de las tiendas duty free, cerca de los guardias para seguir escuchando lo que hablaban. Este Hotel informal del aeropuerto tenía tres ramas: la falta de vivienda, desempleo y emigración. Eso mezclado con otras enredaderas, mafias, delincuencia, adictos, enfermos mentales, y prostitutos, era un complejo universo de personas, y las razones porque se quedaban ahí.
Estaban también personas resilientes como Roger, un peruano albañil, sin papeles que se había armado tres planes, A, B, C. El plan A, el más optimista, era estudiar trabajo social y que lo contratara una ONG. Con esta experiencia, vivir en el aeropuerto le iba a servir como un trabajo de campo. Se había armado un plan, que iba desde comprarse ropa para ir a una entrevista, luego de tener un trabajo, arrendar un lugar donde vivir. Si le fallan todos los planes de aquí a un año, tenía pensado acercarse a la ventanilla y pedir que lo deportarán. Los guardias antes de separarse para seguir sus rondas comentaron que no servían las soluciones que les daban, de hacer más controles, esas rondas. Lo que se necesitaban eran cambios reales para este problema que en una década había pasado de 40 personas a 500.
Sara se sentó, miró la pantalla con la hora de su vuelo, aún quedaba 1 hora. Pensó en aprovechar ese rato para seguir su investigación, porque ya dormiría en el avión. Era mejor que estuviese bien cansada, así podría descansar profundamente. Necesitaba unas horas para procesar la información. Cerró su libreta, se enchufó los audífonos y siguió escuchando música mientras seguía observando.
De regreso a casa, se sentaron en la mesa con Alejandro y conversaron del viaje, pero la Bienal pasó a segundo plano. Le interesaba hablar de sus horas en el aeropuerto. Sacó de su mochila su libreta de anotaciones y le contó lo que había visto en el aeropuerto de Barajas de Madrid. Con esas observaciones tenía el foco de lo que serían las especificaciones de su proyecto Materia. La parte arquitectónica estaba ya ideada, tenía listas las maquetas y las imágenes para la presentación. Se centraría ahora en la fundamentación, en lo que plantearía en el Ministerio de la Vivienda. La reunión sería en unos días, así es que tenía algo de tiempo para conversar con su equipo y entre todos llegar a la propuesta.
Por casi una semana trabajaron en reuniones donde no solo hablaron de arquitectura sino de sus propias experiencias, de dónde habían vivido durante la infancia, de sus elecciones de adultos, de cómo influyen sus personalidades, hábitos y estética, filosofías de vida en sus decisiones. El barrio era una ampliación de esto. También consideraron aspectos económicos, políticos y sociológicos. Analizando estadísticas y los cambios históricos, para llegar a algún acuerdo sobre la posibilidad de tener la casa propia en estos tiempos. Esas conversaciones en la oficina se ampliaron a sus amigos y familiares. Con todo ese material ya tenían claridad de lo esencial de su proyecto.
El día lunes a las 9 am, Sara estaba citada junto a su equipo para exponer sus ideas ante el Ministerio de la Vivienda. Comenzó su presentación apoyada por las maquetas y las imágenes que se proyectaban en una gran pantalla.
Fundamentos de la Casa Materia
La casa Materia fue creada tomando como centro un principio: el derecho humano a la vivienda adecuada. Este derecho humano fundamental es reconocido internacionalmente y en diversas legislaciones nacionales. Se refiere al derecho de toda persona a tener acceso a una vivienda que sea segura, saludable, asequible y digna.
Cuando Sara construyó estas casas, llamativas por su forma arquitectónica, las creó en conjunto con un plan de modernización de la vivienda social. Dentro de las especificaciones que se establecieron eran que estas casas no se podían comprar ni eran heredables, le pertenecían al Estado. Toda persona que nace tiene asegurado un hogar donde vivir junto a su familia. Son casas modernas con tecnología de última generación incorporada, sistemas donde los procesos esenciales para la vida están asegurados, luz (energía), aire (ventilación), agua (sistemas de agua potable, purificador de agua), fuego (calefacción).
La casa actúa como generador de energía y una vez superado lo que es para su consumo, alimenta otras redes, que están conectadas a estas casas, todas entre sí. Estas casas Materia funcionan similar a un cuerpo y los procesos orgánicos de un cuerpo humano. Otra persona del equipo tomó la palabra y continuó explicando, centrándose en el proceso de sus desechos, los residuos, los riñones de la casa. Para esto, las casas tenían integradas un circuito de clasificación de desechos, separándose los que sirven para abono u otros fines, los que se transformaban permanecían.
La presentación de la Casa Materia terminó, y se selló con el acuerdo de su construcción. Bajo la firma de Sara Aravena se construyeron las casas con los principios del ciclo de la vida. Se establecía que estaba garantizado la vivienda desde el momento que un/a chileno/a nazca, y cuando este/a muere, esa casa pasa a otra persona.
En el aeropuerto de Santiago, en la espera para tomar el vuelo, Sara está sentada con su vaso de café escuchando música. Alejandro se acerca, trae unas revistas y un periódico que compró para que se distraigan durante el viaje. Sara abre el abanico de medios ofrecidos, toma el periódico y lee el titular. Alejandro reclina su cabeza, la apoya en su hombro y sigue el movimiento de sus ojos, ve como los de Sara pasan por entremedio de las letras, formando un punto de fuga hacia el horizonte, perdiéndose en la distancia.
En este texto se fundieron dos arquitectos: Alejandro Aravena, chileno, y Zaha Hadid, iraquí, dos ganadores de Premios Pritzker.
Música: The Art of Fugue, BWV 1080: Contrapunctus IV · Glenn Gould · Johann Sebastian Bach. The Korgis, Everybody 's got to learn sometime.
Texto e imágenes: Daniela Vera.