No sé por qué salí a caminar. Pero aquí voy moviendo las piernas y mirando alrededor, como tantas otras veces. Pensando. Pensando en el movimiento, en la vida, en la historia, en lo que tengo que hacer después, y recordando lo que fue, dónde estuve, lo que vi.

Y frente a mí, pasa el mismo desfile verde y azul, los habitáculos de los vecinos, los carros transitando, y los sonidos de aviones, abejas y cantos de pájaros, mezclados con el ritmo de mis pasos. Bueno, me digo a mí mismo en voz alta, «seguimos vivos y hemos caminado por muchos años y por muchos sitio». Y en el contexto de esta reflexión, me viene ese sentido de ser, que siempre está, pero que se acentúa en los momentos reflexivos.

Y así, empiezo a conjugar verbos con parámetros científicos y conceptuales, y pienso, por ejemplo, que al caminar me estoy moviendo mientras la Tierra rota sobre su eje y gira alrededor del sol, a la misma vez que el sistema solar y la Vía Láctea se desplazan en el espacio, y que el universo se expande hacia ningún sitio (conocido al menos). De repente, mi mente se llena de las últimas noticias sobre el coronavirus y en la pandemia y el pánico. Y pienso entonces en la ingobernabilidad de la gente y en los Gobiernos corruptos y mediocres, en máscaras y conspiraciones, en ideologías políticas de centro, derecha e izquierda. ¿Y qué son estas cosas, acaso pasos de ritmo en un baile de rumba? Baile que tomamos en serio mientras giramos sin ningún control, y nos desplazamos en esta bola del mundo suspendidos en el espacio. Y todos, sin querer aceptarlo, estamos en la misma bola que da vueltas, algunos lo reconocen, otros ni se dan cuenta, y otros lo entienden con apegos a creencias o con actitudes de sálvese quien pueda.

Ahora ya avanzando en la próxima cuadra me asaltan preceptos, religiones, y teorías, cada uno con nombres propios de dogmas y teologías, explicando con mitos distintos, qué es todo esto que es, en conceptos que van, desde la manzana mordida hasta el Big Bang. Estoy medio mareado de tanto pensar y caminar.

En eso llego al mar. Gracias a Dios que camino cerca a la costa. Y ahí está, con toda su agua vertida, también en azul, como el cielo, escondiendo sabe Dios que procesos, que corrientes, que formas de vida, que volcanes escondidos, que aventuras marítimas.

En su silencio de olas.

Pienso entonces en el agua de mi cuerpo. Dicen, los que cuantifican esas cosas, que 70% del cuerpo es agua, como la del mar, con minerales disueltos, con corrientes. Y claro toda esta agua, la del cuerpo, las lágrimas, la humedad, las lluvias, toda está conectada, con el mar. De ahí paso a pensar en el cuerpo este que camina, en sus miríadas de células interconectadas, especializadas, coordinadas.

Y por supuesto esto me regresa de nuevo a la existencia, a esta cosa de ser, a este pensar, a esta individualidad disuelta, en historia y memoria, en ideología y preferencia, en ofertas de religión y creencia, en millones de opiniones sobre esto y aquello, filtradas y consensuadas por culturas, lenguajes, estados de ánimo, genética y hasta tal vez reencarnación.

Y me canso de caminar estos rumbos de siempre, buscando donde apagar esta vertiente, de palabras definiciones e ideas. Y quisiera sólo quedarme por un momento extasiado, en asombro asombrado, ante esta maravilla de ser, del puro ser, ausente de tanto predicado pensado y opinado.

Quisiera, embelesado de ser, llegar al final de la caminata.