Who has not sat before his own heart's curtain?
It lifts: and the scenery is falling apart.

(Elegy IV, Rainer Maria Rilke, 1923)

Pilar está sentada en la taza del baño con las piernas cerradas. Nicho la mira con ternura, pero no quiere tocarla: está desnuda y esconde el rostro entre las manos.

No la culpa. No la culpa por nada. Sólo la mira desde interior del cuarto, recargando el hombro contra el marco de la puerta del baño. Él tampoco trae ropa encima. No hace falta: su madre salió con unas amigas a comer, su hermano se fue con la novia a quién sabe dónde, y hace años ya que su padre se fue de la casa con otra mujer. Total, no hay nadie más en la casa. Están ellos dos solitos, con la cama deshecha a sus espaldas y una manchita de sangre entre las cobijas.

No es tu culpa, Pilar. Ella no le contesta. Sólo asiente. ¿Entonces? Ya no llores, por favor. Me partes en dos. Ella se levanta y corta dos cuadritos de papel de baño. Se acerca a él y le limpia del sexo los trazos de sangre que le quedaron encima. Le resbalan lágrimas pesadas sobre la curva de las mejillas. Nicho le detiene la mano. Mírame, le dice, pero ella no le hace caso. Perdóname, perdóname, murmura. Te juro que no fue mi intención.

Entonces toma el jabón de manos y lo pone bajo el chorro de agua en el lavabo. Luego recoge una toalla del suelo y moja una de las puntas bajo la misma corriente. Nicho cierra la llave mientras a ella le tiemblan las manos. Pilar, ¿qué haces? Deja eso.

Pilar sale del baño con un movimiento brusco y se sube a la cama, deshecha. Restriega fuerte el jabón contra las sábanas y luego friega la superficie con el extremo húmedo de la toalla.

Ya casi está, mira, ya casi ni se ve, repite, como absuelta en una oración tristísima. Y en efecto: la mancha desapareció. Sólo queda la sombra de un color difuminado por el agua.

Nicho se sienta en la esquina de la cama y la mira. Cuando no queda rastro, Pilar se acerca a él y recarga la coronilla contra su espalda cálida. No medí cuándo me tocaba, susurra. Se me fue. Perdóname. Nicho se voltea para verla de frente.

Cruza las piernas. Suspira. Le sonríe con la mirada. Te tienes que aprender a reír de estas cosas, le dice. Ella se agrieta.