No cesa la imaginación de imaginarse, vertiginosamente, en cuento largo. Y atrapada en personajes, se habla sola. Refugiada en sus fortines subterráneos, rodeada de raíces, humedad y criaturas ciegas. Escuchando narrativas de sol desde la oscuridad. Es una semilla enterrada latente, latiendo en corazón. Presintiendo amaneceres de amar, sin rutas trazadas, ni planes, sin razón. Sus brazos parecen no alcanzar nada y sus pensamientos cabalgan locos, sin foco ni dirección. Pero sin miedo ante la vorágine, sigue girando y dando aliento a todo; la imaginación.

Sin saber nada, a ciencia cierta, de que es la conciencia, en medio de un diluvio de palabras y creencias. Viviendo en una envoltura de carne aparente, con una mente encendida, como televisor permanente, que no sabe si se apaga o no con la muerte, ni porque se enciende con la vida. La imaginación es como una semilla enterrada en entraña de la tierra, latiendo en potencial de universos, de descubrimientos, soñando con la paz en medio de sus propias guerras. Alzando los brazos en nebulosas y pensamientos, girando atormentada en la tormenta, en vórtices, desesperados, espontáneos, que no cesan.

Una noche profunda como abismo, buscando horizontes dentro de mí mismo, me interné adentro con la imaginación. Y sentí sabores escondidos, en cada esquina del espacio que se expandía en la intimidad de mis intersticios, en aquel ningún sitio. Los momentos degustados; eran amargos, dulces, agrios y salados. Con aromas de fresa y tamarindo, y de frutas imposibles de detectar con el paladar de lo tangible.

Traté de ser en esa cascada interior oscura, en ese amanecer sin sol, que había, antes de que empezara el movimiento y la mente a caminar.

Y me di cuenta, cuántos sabores tiene el amor antes de la luz, allá en su marco de tinieblas serenas, antes de la fiesta inevitable, de los sentidos y el sentir. Esa noche allá adentro se dibujaron las siluetas de un pasado antiguo. Y las células silentes de la mente se conectaron en besos sinápticos imposibles.

Nacieron entonces las estrellas de esas que se piensan, en un universo intenso e introspectivo, esas que se sueñan soñadas, y se imaginan imaginadas. Y en aquel rincón de entraña y ficción, descansando de la luz, tomaron forma en acuarelas tenues de luna y músculo liso, paisajes nunca vistos. Y percibí ese amor inexpugnable e indomable, que va siempre azotando cada latido, que se vierte en manantiales incesantes, y va pariendo ríos, en los valles de uno mismo.

Y me di cuenta, desde aquel adentro de adentros, que todo el tiempo caminamos en multitudes de escándalo, hábito y creencia, y navegamos por rápidos y turbulencias zigzagueantes, abrumados bruma y cegados por la espuma. Que nuestros vaivenes diarios, de los estertores y ruidos innecesarios, se han vuelto tejido de la vida misma. Y olvidamos el entorno mágico y trascendente, y evitamos los horizontes profundos de la gente. Y competimos con nuestras imágenes de vanidad y autoimportancia, para escapar del enfrentamiento con ese misterio inherente que vive adentro de nosotros mismos. Evitando la pregunta de siempre, sobre la existencia la vida y la muerte, o contestándola con fórmulas prescritas. Corriendo para no estar, comprando para no ser. Huyendo de nuestra propia sombra.

Sin embargo, poco a poco, la luz se cuela hacia adentro, por las heridas en las cáscaras que amurallan nuestra piel, y algunos haces caprichosos rebotan sobre moléculas dormidas, y bailando de energía sintetizan cosas nuevas. ¡Maravillas!

Y crecen entonces como el musgo en la roca, e imperceptiblemente, van erosionando murallas, creando más heridas, para dar paso a más luz. Hasta que el sol mismo hace residencia adentro y alumbra todo en derredor, como nova en explosión.

Sí, caminamos en multitudes de escándalo, hábito, creencia y ambición. Pero sin saberlo todos estamos incubando un amanecer de sol y corazón.