De alguna manera se han grabado en mí durante este breve pasar, me he prendado de ustedes y los recuerdo secretamente desde cada recóndito lugar. Entre nosotros han surgido colores y sabores comunes, aun cuando de niños, nuestros mundos y palabras, nuestras señales y nuestros tiempos eran diferentes. Pero nos conocimos porque hemos bailado de alma y compartido sábanas y lágrimas al reconocernos desde lejos aun cuando estamos muy cerca.

Esta cascada de sabernos vivos, a veces nos quita el habla, a pesar de aromas de pueblos y costumbres distintos, extraños a nuestras particulares percepciones. Nos juntamos y reímos mientras tratamos de sobrepasar estas dobleces acumuladas de cerebro y tradición, a que tanto nos apegamos por definición.

Y a veces nos desvanecemos en tardes de nadie, cuando como amantes nos fundimos en uno, y en noches largas de filosofías cuando nos ahogamos en palabras, pensando lo impensable. Desde esos balcones de leyenda que miran hacia lagos encantados, hacia bahías donde los barcos esperan, para zarpar desiertos y montañas, para trazar nuevas historias en las arenas de la nada, que todos compartimos.

Esta casa nunca está vacía mis queridos, siempre estamos nosotros con estos miedos de cruzar, fronteras de cultura y forma. Y nos invaden los augurios y las memorias en canciones, viejas y nuevas, canciones olvidadas y recordadas, en canciones aún no cantadas. Y esperamos siempre ser libres de nuevo y llamarnos desde el alma.

Y volver de nuevo, desde las voces de las olas que nos arrullan en la orilla a degustar la sal de nuestros cuerpos, y formar algún binomio espontáneo, algún concierto, alguna reyerta, en lo que esperamos que el mar nos respire de nuevo, hacia adentro. Mientras tanto volamos en mente y nos olvidamos de los abismos profundos, en donde nace esta bola del mundo, que nos contiene y de la esencia de nuestro ser.

Y continuamos practicando cada quien su artesanía, esculpiendo los rostros de los demás a nuestra semejanza, para llorar al saber en melancolía, que desconocemos, la verdadera belleza de nuestras caras.

Todo comenzó así, con pueblos distintos naciendo en las células del corazón de nuestro ser. Y nos fuimos encontrando, los demás, en amalgamas de ritos desconocidos y diversos; judíos, cristianos, budistas, hindúes, musulmanes amalgamados en distintos sabores latinos, asiáticos, africanos, europeos. Unidos en danza desde el Congo hasta Beirut, desde Oceanía a Tombuctú. Con temores de nosotros mismos, siendo todos siempre, para cada uno, los demás, desde espacios definidos, donde sazonamos cada uno, sus particulares sabores, sus diferentes ritmos.

Pero resbalamos y confluimos como gotas, como vidriera lluviosa de un café en Viena, no obstante, las diferentes vestimentas, poses y sonrisas y ceños fruncidos, sin saber por qué. Y continuamos el baile de alguna manera, como las estrellas que brillan e iluminan la noche, sin saber por qué.

Por eso mis recuerdos alternan entre los polos. Norte y Sur se unen en el ecuador de mi alma, integrando momentos de fuego y deseo, de inspiración y desesperación, de planificación y escape a una isla perdida, en el océano de la vida, donde como en los cuentos viviríamos felices para siempre. Yo y los demás.

Y de alguna manera sueño y rememoro una secreta continuidad, a través de todos a quienes conozco de paso o profundamente. Y entonces toda mi niñez y mi senescencia, la mujer en mi hombría, la virilidad en mi feminidad, se revelan como un sólo día.

Y elevo mis brazos al aire con gestos de locura lunática e irracional, y les juro que de alguna manera siento, el advenimiento de una catarata de nueva humanidad, el despertar de nuestra conciencia de unidad humana, surgiendo a través de esta aparente oscuridad, que en realidad es la sombra de la luz que surge de nosotros mismos.