Cualquiera que practique la fe cristiana — y con eso no me refiero únicamente a los católicos, también a los protestantes, a los evangélicos, a los luteranos, a los bautistas, etcétera —, muy probablemente ha leído, en algún momento de su vida, algún libro o versículo de la Biblia. ¡Eso, sino la Biblia entera!

Pero extrañamente muy pocos saben acerca de quién o quiénes escribieron esos libros, para muchos sagrados. O acerca de cuándo se escribieron. Es decir, la época histórica en que se escribieron.

Por ejemplo, ¿sabía usted lo que propone la hipótesis documentaria? Los primeros cinco libros del Antiguo Testamento — el Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio — conforman el Pentateuco, tanto en la Biblia cristiana y en la Torá judía.

De hecho, se trata de una combinación de documentos antiguos: manuscritos, papiros, tablas y otros que provienen de cuatro fuentes de autores y orígenes diferentes y con narrativas diferentes e independientes, cuya única coincidencia es el entorno histórico del judeocristianismo.

Se trata, en orden cronológico, de la tradición yahvista desarrollada a partir del año 950 a.C. en el Reino de Judá; la tradición elohista desplegada desde el año 850 a. C. en el Reino de Israel; y la tradición deuteronómica desplegada a partir del año 621 a. C. en Jerusalén durante su periodo de reforma religiosa.

Pero eso no es todo, esas fuentes fueron «editadas previamente», es decir, constituidas en un texto, por quienes posteriormente las redactaron y escribieron en los ya conocidos libros bíblicos. Dando así origen al Pentateuco tal y como lo conocemos en la actualidad.

Pero vayamos más allá: ¿sabía que con respecto a la autoría de la Biblia pocos libros bíblicos son considerados por los eruditos como el producto de un solo individuo?. ¿Y que todos los libros del Antiguo Testamento se han editado y revisado para producir la obra conocida hoy día como Biblia? Cuestionando seriamente la supuesta «autoría divina» de estos libros. Eso con respecto a los denominados «antiguos profetas».

Pero no olvidemos que, en caso de la Biblia, ésta está conformada por el Antiguo Testamento (Antiguos Profetas) y por el Nuevo Testamento que se basa en los relatos de los «últimos profetas». Así como de los «nuevos profetas» o apóstoles que fueron quienes continuaron con el Ministerio de Jesús Cristo y profetizando sus enseñanzas a los «nuevos cristianos».

Pues sucede que aparte de los 27 libros canónicos que constituyen el Nuevo Testamento y los 46 que conforman el Antiguo Testamento. Existen gran cantidad de libros bíblicos no oficiales. Tanto de la época histórica antes de Cristo (a. C.) como después de Cristo (d. C.). Que no aparecen ni en el Antiguo Testamento (a. C), ni en el Nuevo Testamento (d. C). Simple y sencillamente porque los canónicos por conveniencia propia y política. Decidieron que no debían aparecer.

Fue así como durante el Concilio de Roma del año 382 d. C. la Iglesia católica junto al papa San Dámaso I instituyeron el Canon Bíblico con un Nuevo Testamento similar al de San Atanasio y los libros del Antiguo Testamento de la Versión de los LXX; versión que fue traducida del griego al latín por San Jerónimo por encargo de la Iglesia Católica.

Y de esa forma, la Biblia popularmente conocida como la Vulgata, se convirtió en la primera Biblia conocida y oficialmente reconocida por la Iglesia Católica.

Entre esos libros tenemos el Libro de Isaías; el Libro de Jeremías; el Libro de Ezequiel; el Libro de Ruth; el Cantar de los Cantares; el Libro de Eclesiastés; y el Libro de las Lamentaciones.

Pero hay más, muchos más. Si incluimos en la lista los denominados Evangelios apócrifos o extracanónicos y los Manuscritos de Nag Hammadi conocidos también como «Evangelios Gnósticos», la lista se extiende a más de cincuenta libros bíblicos que no aparecen oficialmente como reconocidos por la Iglesia católica.

Una lamentable pérdida de la historia escrita y religiosa que todos deberíamos conocer. ¿No creen?