Como en otras ocasiones, aquí no vamos a tratar de ofidios, más bien de literatura, y naturalmente, de Satanás, como figura literaria, bien se entiende. En la literatura ha sido tratado desde innumerables perspectivas y matices, tanto que, por ejemplo, en la obra de Gioconda Belli El infinito en la palma de la mano, en donde nos cuenta la misma historia bíblica dándole un enfoque antropológico, la serpiente resulta ser el personaje que más simpatía nos despierta. Otra cosa es El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, en donde la fantasía nos traslada al Moscú de los años treinta entre disertaciones del nihilismo y la inexistencia de Cristo, un marco perfecto para ese personaje tan variopinto, que no siempre aparece como serpiente.

En el contexto latinoamericano la literatura se crea con el sincretismo religioso del cristianismo, los credos precolombinos y los africanos llegados durante el vergonzoso periodo de la esclavitud. La famosa serpiente se conoce más por nombres (o avatares) tales como Satanás, el Diablo, el Maligno, o denominaciones endémicas, como la del Pisuicas, en Costa Rica, o el Chamuco, en México. Así, enfoques como el de Nicolás Guillén, nos brindan una literatura de fresca cadencia en su Sensemayá o Canto para matar a una culebra, íntimamente relacionada con una de las religiones africanas practicadas en Cuba, muy influenciada por el cristianismo. Recordemos como va:

Mayombé bombé, mayombé
Mayombé bombé, mayombé,
Mayombé bombé, mayombé.

La culebra tiene los ojos de vidrio,
La culebra viene y se enreda en un palo
Con sus ojos de vidrio en un palo
Con sus ojos de vidrio.

La culebra camina sin patas,
La culebra se esconde en la yerba
Caminando se esconde en la yerba
Caminando sin patas.

Mayombé bombé, mayombé
Mayombé bombé, mayombé,
Mayombé bombé, mayombé.

Tú le das con el hacha y se muere
¡Dale ya!
No le des con el pie que te muerde
No le des con el pie que se va.

Sensemayá la culebra, sensemayá,
Sensemayá con sus ojos, sensemayá,
Sensemayá con su lengua, sensemayá,
Sensemayá con su boca, sensemayá.

La culebra muerta no puede comer,
La culebra muerta no puede silbar,
No puede caminar, no puede correr.
La culebra muerta no puede mirar,
La culebra muerta no puede beber.
No puede respirar, no puede morder.

Mayombé bombé, mayombé
Sensemayá la culebra.
Mayombé bombé,mayombé,
Sensemayá no se mueve. Mayombé bombé, mayombé,
Sensemayá la culebra.
Mayombé bombé, mayombé
Sensemayá, se murió.

Silvestre Revueltas elabora una de sus más celebradas composiciones a partir del poema de Guillén. Por si desean escuchar una versión, he aquí un enlace.

Pues bien, la relación de la serpiente con Satanás es bien conocida, sin embargo, aclaremos términos. Satanás, Lucifer, Belcebú, el diablo, y otros epítetos que la humanidad le ha dado al mal (tratando de encarnarlo y desentenderse de él, es decir, asumiendo que es un ente independiente que no reside en la naturaleza humana) no son la misma cosa. La tradición judía, que es la madre de la cristiana, entre otras, marca claramente la diferencia: Satanás viene del hebreo שָּׂטָן (satán), que no es otra cosa que «adversario». Dios crea el mal para darle al hombre el libre albedrío, así puede elegir, pero para que no sea tan fácil, está Satán, pues entre más oposición hay, el premio por elegir el bien es mayor. Así las cosas, en el judaísmo el diablo en sí no existe, sino como el mal que reside en nosotros mismos. En cambio en religiones como el cristianismo es una criatura, un ángel caído, etc. Pero no vamos a centrarnos en los aspectos de la religión, sino en la extraordinaria fuente inspirativa que ha significado Lucifer y su cohorte.

Pues bien, para ir ordenándonos la cabeza, comencemos por el título de este artículo. Sabemos que las serpientes no hablan, las de nuestros días, por lo menos. Pues bien, el término hebreo para serpiente es נחש (najash), y nos brinda una idea de por qué se dice que habla. La historia bíblica donde aparece debemos entenderla como una metáfora. Las parábolas y metáforas de nuestros días son muy distintas, pero en otras épocas había una relación más directa con la naturaleza. Una serpiente se arrastra por el suelo (o caminaba, han encontrado fósiles de serpientes con patas, anteriores a la de Nicolás Guillén). Se establece una relación entre el polvo, lo bajo, visceral, y lo más elevado o altruista, por llamarlo de alguna manera. Así la serpiente simboliza lo que nos hace caer a nuestros apetitos egoístas. De ahí que se diga que es astuta, para distraernos o convencernos para que actuemos según nuestro ego. No es entonces una historia infantil o absurda, como algunos creen, por el contrario, está maravillosamente escrita, tanto que la entiende un niño o un adulto, cada quien desde su nivel. Luego, su riqueza simbólica ha dado pie a que sea protagonista en muchas obras literarias y musicales y siga siendo actual, tanto, que amalgama culturas y tradiciones que luego se difuminan con un nuevo rostro por el mundo. Veamos un ejemplo:

Lucifer, antes de la caída (Luzbel) tenía en su frente una piedra de esmeralda. Cuando Lucifer peca, es decir, cuando se pierde la conciencia de unidad y se crea la ilusión de algo que existe fuera de Dios, esa piedra le es arrancada simbólicamente de su frente y arrojada al abismo, y a partir de ese momento la creación deviene, para ese ser caído, un sueño, una ilusión, una sombra ficticia, el pálido reflejo de la realidad trascendente.

Sin embargo, los ángeles tallan en esa piedra de esmeralda una copa, un espacio vacío semejante al corazón del hombre, capaz de recibir al espíritu único e inmortal, para que pueda éste así recuperar su naturaleza increada. Esa copa o vaso le fue confiada a Adán (el hombre) en el paraíso terrenal; y la relación con ella (y con el Arbol de Vida) le permitirá mantener esa conciencia de unidad trascendente, que a su vez el hombre pierde en razón de su propia caída (semejante a la de Lucifer) y recupera en virtud de la redención que le hace retornar a la eterna morada celeste; a la conciencia de unidad que promueve el proceso iniciático y que sólo se alcanza mediante una total regeneración y transmutación interior.

Nuestro interés no es señalar la asociación de Lucifer con la piedra esmeralda (y de paso, recuerden la «Tabla de la esmeralda» de Hermes Trimegisto y los herméticos —curioso, ¿no es verdad?—) sino hacerles ver que nuestra madre de todas las serpientes se mete en cada hendija. Si pensaron que esa copa tallada en una esmeralda les recuerda al cáliz en el que bebe Cristo en la última cena, pues están en lo correcto, de acuerdo a otra de las tradiciones que siguen esa línea. De hecho, en algunas variantes de los hermandades masónicas o afines es un tema crucial. Sería necedad mencionar la cantidad de libros y cine que se sustenta en este tema en particular, y si lo hicimos con Sensemayá fue para mostrar que además de las tradiciones judo-cristianas hay otras en donde la serpiente representa un ser maligno o generador, como es el caso de Kundalini, por citar un ejemplo archiconocido.

No por nada hay adoradores de la serpiente por doquier y religiones y organizaciones que ven a Lucifer no como una fuerza maligna sino como el portador de luz, el que le otorga el conocimiento a la humanidad, sincretizándose con el mito de Prometeo. Al respecto hay muchísimo de qué hablar: ¿es tan malo Lucifer? ¿Por qué Dios consiente su existencia? ¿Qué es realmente Lucifer? Hay respuestas por doquier (aunque la verdad es otra cosa).

Pero íbamos a hablar de literatura, o mejor dicho, a ver qué tiene la literatura que ver con Lucifer. El buen lector sabe que Lucifer, o los otros apelativos del mal, están presentes en prácticamente toda la literatura, por dejar un margen de error; es un tema que nos mantiene ocupados. Pero hay que tener siempre cuidad cada vez que escuchemos una vocecita sibilante que se nos mete en el oído, muy seductivamente e intenta convencernos de que sigamos un camino lleno de maravillas aparentes, o en el mejor de los casos, muy pasajeras, como la espuma de las olas del mar.