Quizás creciste con la película y sus canciones, probablemente aprendiste sobre la revolución bolchevique o, tal vez, sólo escuchaste del mito detrás de la leyenda; en cualquier caso, no podemos negar que el mito de la princesa rusa Anastasia es uno que genera éxtasis y mucha curiosidad.
Podrá ser por temas políticos, la historia del comunismo, la sublevación rusa, la Dinastía Romanov (cuya familia se llenaba de controversias sociales), incluso puede ser por el tan nefasto (cantado y bailado) personaje Rasputín; cualquier razón empalidece con el verdadero núcleo de esta leyenda: Anastasia y su identidad perdida.
Lo sé, hay pruebas que datan de los años 90 que coinciden con el ADN de Anastasia Romanov, sin embargo, la idea de que existiera una princesa rusa, o varias mujeres que se hicieran pasar por ella, sigue llamando la atención incluso del más escéptico de los historiadores.
Es satírica la idea de que muchas personas hayan querido pasarse por la princesa, todas querían ganar la lotería genética rusa para obtener atención, riquezas o relevancia social y jerárquica. Esa es la idea humana de éxito inmediato y movimiento de influencias a su favor, esa es la manera impúdica de encontrar que la falta de identidad, detona nuestra duda existencial.
¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Por qué o para qué existo?
Tras la desaparición de la familia zarina, Anna Anderson, una mujer polaca y con problemas de memoria, proclamaba ser la Gran Duquesa de Rusia e hija del Zar Nicolás II; llamó la atención de la aristocracia rusa que buscaba redimir a la Dinastía. Una mujer que, por años, probablemente décadas, renunció a su identidad original para amoldarse a un mito. Gente que conocía de cerca a la realeza rusa, empezaba a convencerse y a defender que en efecto: ‘esta mujer es la heredera de la dinastía rusa’.
Convengamos que era una época donde era fácil creer en mitos y leyendas. Donde los alcances políticos tergiversaban con la ficción y los movimientos sociales eran cada vez más intensos. La familia Romanov probó una cucharada de esta persecución y también de sus controvertidas decisiones dentro de su reinado, confrontándose al marxismo, Lenin y al pueblo agotado de Rusia.
Dentro de la revolución bolchevique, la familia huyó y se escondió por meses de la política y el caos que los culpaban. Encerrados en cuartos, huyendo de un pueblo a otro, de ciudad en ciudad. Hasta que su último respiro fue atrás de la mentira de que les tomarían una fotografía familiar, para luego ser asesinados.
¿Quién, en su sano juicio, quiere ser parte de algo tan cruel y brutal? ¿A quién le gustaría perder su propia identidad por una que conviene dar atención?
Pues personas como Anna Anderson quisieron seguir ese juego. Olvidar quién era, olvidar su pasado, borrar todo aquello que hizo, dijo o fue. Comenzar de nuevo, quizás dejar una huella nueva en la cultura del mundo para cambiar el curso de la historia.
Alimentar el mito, convertirse en leyenda.
Siento que soy parte de este relato, de este ‘cuento de niños’, que a veces no es de niños meramente. Si eres como yo, también aprendiste sobre la zarina rusa en la película animada de 1997 (Anastasia, 20th Century Fox). Aquella huérfana renegada que buscaba no un lugar, no un destino, sino a sí misma. Llenar sus lagunas mentales y descubrir los recuerdos que su corazón ocultó por dolor.
A pesar de que esta película es una fábula reinterpretada de la historia, hay un aspecto maravilloso y escondido en esta película. Anastasia redefine sus traumas con valor para encontrar su propia narrativa en el mundo; es una película cuyo peso se centra en la psicología de Anastasia y la búsqueda del valor de su voz, mucho más que en las fuerzas oscuras de Rasputín.
Podría entrar en muchos detalles neurológicos sobre la película, pero existe un tema en particular dentro de los primeros 20 minutos: Anastasia pierde su memoria al caer en una estación de tren, olvidando así sus recuerdos felices, su vida imperial y a la única familia que le queda, su abuela. Mi impresión acerca de esto es que ya sea por una contusión o una represión psicológica, Anastasia se protege a sí misma de su pasado y de sus traumas, para poder digerir todo lo que vivió en minutos.
A veces, esa es nuestra manera más rápida (aunque no sencilla) de enfrentarnos al mundo y a la dificultad de la misma. Buscamos una pronta salida para entender el espectro entero que mueve al mundo. Queremos rediseñar nuestra identidad como Anna Anderson o quizás nos escondemos en nuestras emociones como Anastasia de la película animada; nos escondemos detrás de un velo que creamos para no ser expuestos una vez más.
Y es de aquello de lo que corremos lo que más nos persigue por el resto de nuestras vidas. Las mentiras más grandes son las que nos contamos a nosotros mismos y decidimos creerlas. Quizás enfrentar al ‘Rasputín de nuestras vidas’, nuestras pérdidas y nuestros miedos, sea el primer paso para encontrar quien en realidad somos.
Sea cual sea tu filosofía de vida, algo nace en nosotros cuando anhelamos levantarnos de nuevo: es la esperanza de encontrar valor, un lugar o un propósito. Enfrentarnos es entender cada aspecto de nosotros, lo bueno y lo no tan bueno. Aceptar cada aspecto de nuestra existencia, confiando y dejando que la entropía de las cosas se dé por sí solas.
Anastasia tomó con dignidad y mucha integridad los huecos de su pasado, dejando atrás cada huella de dolor, para redefinir su vida más allá del trauma. No cambiando para ser validada, sino valorando su cambio para descubrirse a sí misma.
La historia nos cuenta una versión de Anastasia arraigada a su destino inminente, a una Anna Anderson que anhelaba ser alguien más que ella y a otra Anastasia (animada) que aceptó la vida para redefinirla.
La mera existencia trae consecuencias y aceptar cada aspecto de nuestro ser, es complicado, pero hay algo bueno más allá del dolor. Es el descubrimiento de nuestro verdadero valor y el coraje que tenemos para superar la historia y la ficción.
La vida es un viaje de aceptación y descubrimiento.