En el año 2018 la economía venezolana cumple su sexto año de caída consecutiva de su PIB per cápita, pero no es cualquier caída porque la de éste año - según la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) en su último reporte del mes de diciembre - será del 15%, sufriendo una contracción acumulada desde el 2013 del 44,3%. De modo que para el año que viene, si nada cambia y nada parece que cambiará lamentablemente, el chavismo en el poder habrá logrado la destrucción de la mitad de la economía nacional.

Si a ello le agregamos que cada año que pasa seguimos teniendo la mayor inflación del mundo, superando éste el millón por ciento, y que la escasez de alimentos, medicinas y diversos bienes necesarios para la vida sigue incrementándose, podemos deducir de todo ello que la pobreza y las desigualdades en Venezuela no han dejado de crecer (y así lo afirma la encuesta ENCOVI, los datos de la FAO, y muy especialmente la vida diaria de las mayorías). Si debemos hacer un balance del presente año la mejor palabra para sintetizarlo es: catástrofe. Y lo más triste y criminal es que se podría detener este horror con medidas sensatas, debido a que Venezuela posee un gran potencial de recuperación.

Pero más que un análisis que exprese un balance del año que termina considero que lo más importante es dar mi testimonio de lo que se ha vivido. Para los balances se pueden consultar a los especialistas en las diversas áreas de la realidad. En ese sentido me ha impactado el hecho de cómo buena parte de los venezolanos han buscado las mil formas para lograr sobrevivir. No se puede negar que muchas de ellas están relacionadas con las prácticas populistas que lleva a cabo el régimen (CLAP y carnet de la Patria, entre otros) que a su vez están vinculadas en muchas ocasiones con la corrupción y con el incremento de la liquidez monetaria, pero me atrevería a afirmar que las mayorías se han dedicado a inventarse nuevos trabajos o microemprendimientos. Como no puedes vivir solo con el sueldo, entonces vendes cosas o prestas algún servicio, o montas un pequeño negocio en cualquier espacio que te lo permita. Muchas veces me pregunto, ante el grado de destrucción que hemos sufrido en estas dos décadas (Chávez ganó sus primeras elecciones en diciembre de 1998): ¿cómo este país un día cualquiera no se detiene? La respuesta está en las instituciones y empresas privadas que todavía existen, en cada trabajador que sigue esforzándose y especialmente en estos ejemplos de iniciativa empresarial del ciudadano común.

A pesar de ello, este año se come menos porque la hiperinflación se ha incrementado, ¡que ya es decir demasiado! Y lo que más sube de precio es la comida. Por eso se puede ver la gente haciendo cola para comprar los pocos productos regulados que venden, y especialmente el pan. La gente está comiendo fundamentalmente carbohidratos, las proteínas son un lujo en la dieta del venezolano de los tiempos del chavismo-madurismo. No es raro por ello que veamos la gente adelgazar (más de diez kilos según las encuestas) y vestir ropa muy vieja, por no hablar del crecimiento de las cifras de desnutrición en niños. Cualquiera que camina por nuestras calles y especialmente al montarse en el Metro puede ver esta realidad. Es por ello que la emigración se ha incrementado, de modo que más de cuatro millones de venezolanos viven fuera de las fronteras. Esto ha sido reconocido por los países que los reciben.

En lo que respecta a la política: la oposición se ha mantenido desunida mientras ha seguido sufriendo una fuerte represión con el saldo de líderes exiliados y encarcelados (Juan Requesens entre otros), por no hablar del asesinato en enero de Óscar Pérez y en noviembre del concejal Fernando Albán. Y las mayorías que según todas las encuestas identifican al verdadero culpable de la crisis: el Gobierno, no han encontrado un liderazgo que canalice su descontento. Se hicieron elecciones presidenciales adelantadas pero no fueron reconocidas por el grueso de la oposición por lo que no participó ni por buena parte de la comunidad internacional. Se puede hablar de una clara crisis de legitimidad, pero simultáneamente con la crisis de los dirigentes demócratas. Esto ha llevado a una profunda frustración y desesperanza en los que anhelan el retorno del sistema de libertades al país. La apatía es lo que ha dominado, y salvo algunas iniciativas ligadas indirectamente a la Mesa de la Unidad Democrática (grupo de coordinación antigobierno) como el Frente Amplio y el llamado Plan País (este último integrado con la Asamblea Nacional), se puede decir que es un año de estancamiento. El Gobierno no se reconsolida, pero tampoco parece debilitarse debido a que la gente en más de un 60% lo rechaza. Las protestas crecen pero son fragmentadas.

En conclusión, se puede decir que es un año de supervivencia sin avances ni en la recuperación económica (debido a que el Gobierno sigue con sus políticas contrarias al libre mercado) ni mucho menos en lo que respecta a la democracia. La transición no está nada clara. Seguiremos hundiéndonos mientras no se cambie el esquema rentista-populista, y la democracia dependerá de la elección de los líderes de un gran movimiento de Unidad que presione al oficialismo a realizar comicios que cumplan con las condiciones democráticas. Lo cierto es que no podemos seguir esperando con los brazos cruzados, se debe presionar a los movimientos y partidos para que dicha votación se haga realidad. Si no hay democracia en el Estado, debemos preservarla y desarrollarla en la sociedad por medio de la participación en los partidos políticos.