Despertarse cada día y pensar qué escribir. Vestir de palabras los sentimientos, describir situaciones, seguir paso a paso el drama de la vida y sentirlo. Este es, en pocas palabras, el destino del narrador. Escribir rima con morir. Se escribe en soledad, acompañado de tantas sombras, fantasmas y demonios.

Los griegos siempre preguntan: «¿Cuál es tu demonio, dáimōn?» Tu ser divino: si uno lo conoce, entonces es feliz. La palabra felicidad se decía en griego eu-daimonia, es decir, aquel que está poseído por el buen demonio o el buen espíritu y mi demonio, en el sentido que me ocupa y absorbe, es escribir. Crear una historia de lo vivido, narrar lo que siento, percibo, pienso y seguir en primera persona la tragedia de la vida, tratando de aprender de cada situación, buscando detalles, paradojas y anécdotas. Escribir y leer, escuchar y observar, haciendo tantas preguntas. A menudo me siento como un ser de otro planeta, que tiene que describir lo que observa para que otros seres de mi misma especie, que no han presenciado los acontecimientos, puedan impregnarse de cuentos y reflexionar sobre ellos.

Otra pregunta que me hago es: ¿cuál es el valor de una historia, para qué sirve o puede servir? La vida rebosa de historias y muchas de ellas, nos ayudan a vivir. A través de ellas, nos reconocemos, definimos personalmente y vivimos más profundamente, poniéndole palabras a nuestros sentimientos y ampliando nuestros horizontes. Y aquí entramos en otro tema, nuestra existencia en sí es una historia. Querámoslo o no, somos parte de una narración entre muchas narraciones y no nos podemos separar de ellas. Sólo cambiar ligeramente su sentido e interpretación, como se hace en terapia y la narración y los cuentos tienen ese efectos, ofrecernos nuevas perspectivas y contextos para ensanchar el mundo en que vivimos.

En mis paseos diarios, me encuentro con frecuencia con un señor anciano que lee en un banco del parque. Nos conocemos, ya que nos hemos visto tantas veces y sé, por haberlo observado, que él vive de sus historias, es parte de ellas y, en su soledad, está siempre acompañado. En el mismo parque, me cruzo con tantos adultos que pasean sus perros y cada vez que se juntan entre ellos, hablan de sus queridas mascotas, porque en ese momento, viven esa historia, que después puede pasar a otras para volver siempre al perro. Nuestra identidad personal es, en cierta medida, la suma de las historias que tejemos, las cosas que nos interesan y de las cuales hablamos. La necesidad de reelaborar nuestras historias, hablando, nos llevan a crear situaciones y amigos imaginarios.

Los humanos tenemos que llenar un espacio y este es metafóricamente un texto, tejido con palabras y cuentos. En realidad, no podemos vivir sin ellos. Al describirnos contamos un cuento, una historia. Nuestro pasado es un texto y nuestro futuro son las páginas que aún no hemos leído y sobre las cuales nos proyectamos. Por esto, mi pregunta inicial siempre tiene una respuesta: escribir sobre lo vivido, lo amado y sufrido. Sobre la vida de todos los días, que nunca es banal y siempre nos divierte, emociona y enseña. Nuestros antepasados pintaban las paredes de sus cavernas para contarse historias y conservar la memoria colectiva de lo que significaba ser humano y esos diseños fueron el inicio de la narración.

Cada vez que conversamos con otras personas hablamos de historias y hablar en cierta medida es escribir, es narrar la vida y también reflexionar. A veces, lo hacemos directamente, como en una crónica. Otras, creando un mundo, un espacio y un tiempo, como en una novela y siguiendo el tema, mis historias narran la vida cotidiana con todas las vicisitudes, tristezas y alegrías de un poeta, que a menudo las modela en verso, les pone un poco de rima y las cuenta para que vivan su propia vida al ser leídas y sentidas, porque el lenguaje que todos usamos es el idioma de las emociones. Si un texto o una historia no conmueven, entonces no es una historia y en este sentido, reflexionar es intentar conocer mejor nuestros sentimientos y emociones.

Poesía significa crear y, en este caso particular, crear historias. Espejos para poder reflejarnos y entendernos mejor en diálogo con nuestros demonios, problemas y ambiente circundante.