La primera referencia bíblica a seres celestiales guardianes se encuentra en Génesis 3:24, donde se menciona a los querubines custodiando el acceso al Jardín del Edén. Si bien estos seres no son descritos explícitamente como alados, su etimología sugiere una conexión con los karub o karubi, criaturas aladas y antropomorfas que protegían los templos asirios. Esta asociación nos permite vislumbrar la evolución del concepto de ángel a lo largo de la historia, desde sus orígenes en las antiguas mitologías mesopotámicas hasta su representación en las tradiciones judeocristianas.
Vamos a avanzar mucho más en el tiempo para mencionar que el culto a los ángeles, dentro de la Iglesia católica, se desarrolló en el siglo XVI, como consecuencia de las guerras religiosas y la Reforma Católica, retomando antiguas teorías y devociones, y favoreciendo el culto a los siete arcángeles, a pesar de que cuatro de ellos proceden de textos apócrifos y de que, siglos antes, dicho culto había sido prohibido por los Concilios de Roma y Aquisgrán.
Pero la devoción a los ángeles y a los siete arcángeles se mantuvo al margen de las disposiciones oficiales de la Iglesia, como lo indica la multiplicación de las imágenes pintadas en España y América, sobre todo en México y Perú.
Escuela Cuzqueña de Arte
Estas célebres pinturas de ángeles guerreros, ataviados con trajes de la época y empuñando arcabuces en lugar de las tradicionales espadas, son un testimonio único de la Escuela Cuzqueña. Esta corriente artística, surgida en el corazón del Perú colonial, logra una fascinante fusión entre las tradiciones europeas y las expresiones autóctonas, dando como resultado una obra rica en simbolismo y singularidad.
Pero para contextualizar, vamos a decir que la Escuela Cuzqueña encuentra sus orígenes en la llegada de Bernardo Bitti al Cusco en 1583. Este jesuita, portador del manierismo europeo, fue el catalizador de un proceso de mestizaje artístico que daría lugar a una de las expresiones culturales más originales de América. Al introducir técnicas y estilos europeos, Bitti sentó las bases para que artistas locales pudieran reinterpretar la realidad andina a través de un nuevo lenguaje visual.
Otros referentes del arte cusqueño dejaron un legado artístico que se extiende más allá de la ciudad imperial. Artistas como Luis de Riaño y Diego Cusi Huamán son prueba de ello. Riaño, con su dominio de la técnica y su sensibilidad para la composición, creó en el templo de San Pedro de Andahuaylillas un verdadero tesoro artístico, donde la iconografía religiosa se fusiona con elementos de la cosmovisión andina. Por su parte, Cusi Huamán, con su pincelada segura y su profundo conocimiento de las tradiciones locales, embelleció las iglesias de Chinchero y Urcos, convirtiéndolas en auténticas catedrales del arte colonial. Estas obras, que combinan la tradición europea con la sensibilidad andina, son un testimonio del sincretismo cultural que caracterizó al Virreinato peruano.
Es en este punto donde podemos establecer una conexión fascinante con las pinturas de Uquía, enclavado en el corazón de la Quebrada de Humahuaca. Esta región, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, constituía un corredor vital que unía las prósperas minas de Potosí con los puertos de Buenos Aires y el Callao. Aunque las fuentes no ofrecen una respuesta definitiva sobre cómo llegaron estas obras a Jujuy, podemos afirmar que datan de finales del siglo XVII y principios del XVIII, siendo posteriores a la serie de ocho ángeles de Casabindo y vinculadas a la serie de Calamarca, en Bolivia.
Los ángeles
El catálogo de los ángeles en la capilla de Uquía consta de nueve ángeles, datados del último tercio del siglo XVII, con un tamaño promedio de 160 cm x 102 cm, pintados con una técnica denominada como mixta sobre tela. Ellos son: Ángel Eliel, Ángel Gabriel, Ángel Hosiel, Ángel Oziel oblacio Dey, Ángel Oziel fortuito Dey, Ángel Rafael, Ángel Salamiel, Ángel Uriel y Ángel Yeriel.
Los ropajes de estos ángeles militares constituyen una versión particular del traje masculino de los últimos años del siglo XVI. El color preponderante de esta época era el negro, junto con colores opacos y terrosos, lo cual respondía más bien a la inclinación de muchos españoles por la sencillez. El variado colorido de la ropa que visten los ángeles se explica por su condición de soldados, los cuales tenían un particular privilegio: aquellos veteranos que lucharon en Italia y Flandes no se sometían a las pragmáticas reales. Felipe IV prohibió el uso de la plata y el oro en las vestimentas, eximiendo a los soldados, quienes, además, gustaban de vestir con encajes, lazos, plumas multicolores y escarapelas.
Vestir a los ángeles de esta manera, como soldados, intentaba a su vez amalgamar la realidad, vinculada con ciertas celebraciones, como la de San Miguel que se realizaba en la ciudad de Lima, en la que los indígenas salían disfrazados de ángeles, portando armas cedidas por el arsenal. Sumamos un dato importante: en el año 1750, los aborígenes aprovecharon la ocasión para levantarse contra la autoridad del virrey, suprimiéndose posteriormente la celebración.
También señalan las fuentes la relación entre estas vestimentas de los ángeles y la de los indígenas de la región de La Paz, que bailaban vestidos de alados la danza llamada de los Chatripulis o Q’arapulis1, y la diablada de Oruro. Los ángeles de esta colección presentan unas vestimentas con chaquetas de brocado, sus encajes finamente ataviados, calzones cortos, sombreros de plumas, coronas de rosas, sus alas multicolores y sus posiciones corporales que revelan autoridad y defensa, fijados con expresiones frías y distantes, de miradas parcas. Todos ellos cargan un arcabuz en diferente manipulación. Una característica muy singular de estos cuadros, que los hace diferentes, bellos y descollantes, son sus coronas de flores alrededor de cada una de las pinturas, envolviendo a estos personajes. Ese detalle le agrega la belleza única a estas obras, que forman parte del patrimonio histórico y tangible de la región de los Andes, de sus habitantes y de su simbiosis de tradiciones.
Notas
1 Danza autóctona propia de la región de La Paz, Bolivia. Es una de cinco distintas danzas. Esta representa la celebración del cultivo de la quinoa.