Si algo ha demostrado la historia, tanto la pasada como la reciente, es que, mezclar política con religión es una combinación mortífera que sólo dolor y sufrimiento trae a la nación y a la población que la aplica en su forma de gobierno o de gobernar.

Desde los papados en donde el papa era rey y soberano, tanto del Reino de Dios como del de la Tierra, hasta los reinados en donde el Soberano era consideraba un Dios humano. Y, por ende, podía ejercer su voluntad sobre los hombres y sobre su reino, ¡sin discusión alguna!

El mezclar política con religión no ha servido más que para entronar el poder político y el económico bajo una suerte de matrimonio religioso. Con el único y mezquino propósito de someter a la familia, es decir, al pueblo, al férreo y antojadizo control y dominio absoluto del patriarca religioso y líder espiritual.

Tan es así que, en pleno siglo XXI, el terrorismo islámico se rige por los preceptos religiosos que dicta su Imán o líder espiritual, que, «casualmente» es también el líder del Gobierno y quien rige, manda y decide los destinos de la nación, y por supuesto, de su pueblo. Al punto de que los manda a inmolarse, matar, asesinar y morir, «en nombre de Dios».

Y en un sentido menos radical, pero igualmente perjudicial, para el pueblo y la sociedad, mezclar política con religión ha sido un mecanismo utilizado recientemente en varios países latinoamericanos para imponer, o más bien, para disfrazar, la plutocracia, de democracia. Y de esa forma, bajo una pseudo suerte de, Estado confesional, colocar a la élite social y económica del país, a gobernar detrás del trono presidencial, del presidente que, se confiesa de ‘X’ religión.

En otras palabras, reconfigurando el poder y el gobierno, para establecer la nefasta trinidad de: poder, riqueza y religión. Para disfrazar la república de gobierno. Para disfrazar la plutocracia de democracia. Para hacer creer al pueblo que es el soberano. Y hacerlo creer que, fueron ellos, los que eligieron, los que decidieron.

¡Nada más falso!

  • Primero porque, en un Estado confesional, el soberano, el que manda, el que gobierna, es el líder religioso, el que consolida el poder y la fe, bajo el mando de gobierno. ¡Justo como lo hace el líder dictatorial, bajo su gobierno dictatorial!

  • Segundo porque no es el pueblo el que elije en estas situaciones, es el fanatismo político y religioso. Ya que, tristemente, en estas situaciones, la mente del fanático está cegada por su fanatismo, valga la redundancia. Y no responde a la lógica o a razones, por más claras y abundantes que estas sean, sino a su fanatismo, de nuevo, valga la redundancia.

  • Y tercero porque quienes en realidad deciden son precisamente quienes conforman la plutocracia y el poder económico detrás del trono del gobernante. Que son justa y precisamente quienes «susurran al oído» y dan consejos de primera mano al gobernante. Y lo inducen a decidir de una u otra manera.

Bueno, pero volviendo al tema, Costa Rica estuvo, como nunca antes, desde la fundación de la 2° República en 1949, sumida en una profunda división social que, sacó odios y divisiones, incluso entre miembros de una misma familia. Tanto así que, de cara a la 2° ronda electoral, la sociedad costarricense se polarizó en dos bandos.

Uno, el del respeto y la tolerancia, tanto a la mayoría como a las diversas minorías que conforman la sociedad: LGTBI, discapacitados, religiosas, étnicas, etcétera. Así como del respeto y la tolerancia a los derechos humanos, tanto a los individuales como a los colectivos. Al que se sumaron luego los sectores progresistas del país. Así como, los pensadores, los culturales, y quienes los representaban dentro los movimientos políticos del país, que quedaron fuera de la 2° ronda electoral. Entre ellos, el bipartidismo tradicional: el PLN y el PUSC. En Costa Rica llamados el PLUSC. Cosa que no había visto antes en la historia reciente de país.

Ese movimiento era encabezado por el candidato a la presidencia Carlos Alvarado.

El otro, basado en dogmas religiosos que, supuestamente «idealizaban» la familia «tradicional» costarricense. Es decir, la de papá, mamá e hijos, en santísima comunión con Dios y con la iglesia, no necesariamente la católica (como quedó en evidencia después). Que sigue siendo la mayoritaria en el país. Movimiento político-religioso al que se sumo luego el poder económico del neoliberalismo de la política tradicional costarricense, del bipartidismo del PLUSC. Razón por la cual hice tan amplio preámbulo.

Ese movimiento era encabezado por el candidato a la presidencia Fabricio Alvarado.

Afortunadamente y para la tranquilidad de todos y de todas los que pensamos racionalmente y no nos dejamos llevar por las pasiones, el pueblo reaccionó y le dio una segunda oportunidad al candidato del oficialismo, convirtiéndolo en el futuro presidente, a partir del 8 de mayo. Segunda oportunidad que, si la desperdicia, haciendo «más de lo mismo» como lo ha hecho el actual presidente y Gobierno, ciertamente, no le ofrecerá una tercera, y por el contrario, sería la muerte política del Partido Acción Ciudadana (PAC).