La última Asamblea General de las Naciones Unidas celebró los 80 años de la Carta de San Francisco, en un clima de confrontación y amenazas, no experimentado desde su creación en 1945. Los discursos de Trump, Netanyahu y Milei, podrían considerarse desalentadores para los partidarios de la Paz Mundial. Las tres disertaciones coincidieron en que la paz se logra, más rápida y eficientemente, con el uso del poder y la fuerza, más que como resultado de la negociación diplomática y el arreglo pacífico de las controversias. El resto de los países miembros presenciaron con estupor el desprecio de esos mandatarios a las normas de la Carta de San Francisco, como a las del Derecho Internacional.

El objetivo proclamado por la ONU de construir un sistema democrático internacional sustentado en normas parece en vías de extinción y requiere de la comunidad internacional un esfuerzo excepcional, de los estados miembros y de la sociedad civil, para evitar que los ideales que se consagraron en 1945 naufraguen 80 años después. Las siete tesis sobre los factores que amenazan la Paz Mundial tratan de ser un llamado de atención y una consigna para salvar del naufragio al foro más alto con que cuenta la humanidad, para preservar la paz y la seguridad internacional, la resolución pacífica de los conflictos y el desarrollo equitativo y sostenible de sus pueblos.

I

El Orden Internacional Liberal, nacido tras la Segunda Guerra Mundial, ha venido sufriendo un desgaste que se evidencia en la crisis del multilateralismo y la inacción de la Organización de las Naciones Unidas. No hay misterios detrás de esta crisis. El propio secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advirtió que hay un patrón dominante al respecto: “se sigue la Carta de la ONU cuando conviene y se ignora cuando no. La Carta de San Francisco no es opcional. No es un menú a la carta, es la piedra angular de las relaciones internacionales”, dijo en junio pasado al celebrar el aniversario número 80 de la firma del documento fundacional de la organización.

Hace poco menos de un mes, se reunió la Asamblea General de la ONU, bajo tan malos augurios, como nunca antes. Su inacción ante las tragedias de Ucrania, el genocidio de Gaza y la negativa del Estados Unidos a permitir la presencia de la Autoridad Palestina –cuando en la agenda se fijaba el tema relativo a la existencia del estado palestino– vinieron a probar el pesimismo advertido por el secretario general, en medio de un ambiente cargado de cuestionamientos y con dudas sobre si podrá sostenerse como el principal foro de cooperación internacional y resolución de conflictos.

II

El presidente Trump le dio un nuevo golpe a la Asamblea General al anunciar que no permitiría el ingreso a su país al presidente Mahmud Abbas y su delegación. La decisión de la Casa Blanca revela lo que Guterres dijo sobre algunas potencias que violan, a su conveniencia, los compromisos más básicos de la organización. Cuando en 1947 se acordó que Nueva York sería la sede principal, EE.UU. asumió responsabilidades como anfitrión frente a la Asamblea General, como la obligación de otorgar visados a las delegaciones de los estados miembros y de los observadores (como Palestina).

En otra ocasión, cuando en 1988 el gobierno de Ronald Reagan (con quien comenzó la declinación de la ONU), hizo lo mismo con el entonces líder de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat, la Asamblea mudó sus sesiones a Ginebra, Suiza, para permitir la asistencia de la delegación palestina. Como argentino, recuerdo con orgullo que esa Asamblea General fue presidida por el entonces Canciller argentino Dante Caputo, con quien tuve el privilegio de colaborar. Pero después las cosas cambiaron y el pisoteo del derecho internacional se volvió, como dice el Secretario Guterres, el patrón de conducta de los poderosos. (Casos de las dos invasiones a Irak y el bombardeo a Teherán).

III

La ONU y su Consejo de Seguridad están paralizados y son impotentes para asegurar el objeto de su creación: prevenir y asegurar la paz y seguridad internacionales. La OMC está debilitada, al igual que la UNESCO, la OIT y la OMS. Los organismos creados en Bretton Woods: el Banco Mundial y el FMI deslegitimados y sustituidos por grupos que niegan el multilateralismo como el G-7, el G-8, el G-20 y otros, que representan solo el poder de los países más ricos. Este abandono del multilateralismo tiene como principal actor a los EE.UU. promotor del orden consagrado en la Carta de San Francisco, quien se ha convertido en su principal crítico.

Desde 1981 cuando Ronald Reagan se pronunció contra el principio de un país = un voto, afirmando que el voto de EE.UU. no puede valer lo mismo que el de un país africano, asiático o latinoamericano. Por tanto, no se someterá en el futuro a ningún tratado internacional que no convenga al interés de EE.UU. Así lo hizo con el Protocolo de Tokio, el Tratado de París sobre Medio Ambiente o el Acuerdo 5+1 sobre el desarrollo nuclear de Irán.

El repliegue estratégico estadounidense retoma antiguas tendencias al unilateralismo, aislacionismo y proteccionismo económico, rasgos que ya habían marcado su historia antes de la Segunda Guerra Mundial. En el nuevo mandato del presidente Trump, la guerra comercial y tarifaria lanzada por su administración, no solo ha intensificado el conflicto con China, Rusia, Brasil, y un sinnúmero de países, sino que también ha involucrado a sus aliados como Canadá, México, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y Australia. El aislacionismo ya no discrimina entre socios y adversarios.

IV

La Otanización del mundo, es decir, el intento de convertir la OTAN surgida de un acuerdo de EE.UU., Canadá y algunos países de Europa Occidental en un organismo militar de seguridad colectiva a nivel mundial, expandiéndolo a Europa del este y al Asia. De los 6 miembros iniciales ya tienen 32 y van por Australia, Japón, Corea del Sur y otros países que permitan crear un cordón de seguridad en torno a Rusia, China y los tigres asiáticos.

Ello ha generado la respuesta de un Foro de Seguridad Alternativo Euroasiático a través de la Organización de Cooperación de Shanghái, que se erige como una plataforma alternativa diplomática y económica de contrapeso al tormentoso liderazgo de Trump y alumbra un nuevo eje China, India, Rusia, que reivindican el multilateralismo. Estos países se reunieron recientemente en Tianjing. Xi Jinping recibió allí a una veintena de líderes euroasiáticos, rivales a la política exterior de Trump y su guerra tarifaria que representan el 42% de la población mundial y el 25% del PBI mundial.

V

Todo lo reseñado hasta aquí, muestra que el sistema internacional actual es más inestable, caracterizado por “hegemonías fragmentadas” sin un líder global. Potencias emergentes y actores regionales como los BRICS ampliados, (incluyendo Egipto, Indonesia, Arabia Saudita, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía) ganan relevancia. La geopolítica y la geoeconomía favorecen el multipolarismo sobre el unipolarismo.

VI

Recientemente, el New York Times publicó una nota titulada “Marco Rubio lidera la Guerra de Trump en América Latina”. Los autores sostienen que la desmesurada ofensiva militar estadounidense en el mar Caribe para asediar a Venezuela, es parte del nuevo intervencionismo de EE.UU. en América Latina.

Terminada la Guerra Fría, con la desaparición de la amenaza comunista, el enemigo identificado fue el “terrorismo islámico”. Este último ya ha sido reemplazado en el último Informe de Seguridad Nacional por un nuevo actor, en la “teoría de la guerra al enemigo interno”: el narcotráfico, cuyos carteles son considerados organizaciones terroristas que demandan y justifican la intervención armada de EE.UU. en buena parte de Latinoamérica.

Marco Rubio ha reactivado, desde el Departamento de Estado, el discurso de “la guerra contra las drogas” que enmascara objetivos geopolíticos e ideológicos emparentados con la Doctrina Monroe.

Y agregan los autores de la nota: “En consonancia con el enfoque imperial de Trump hacia el hemisferio occidental, la verdadera intención de Rubio es hacer retroceder los crecientes lazos económicos de América Latina con China y, en menor medida, con Rusia”.

Su primer viaje oficial fue una visita a Panamá para examinar la operación de dos puertos del Canal por una empresa de Hong Kong. Tras amenazar a las autoridades panameñas con retomar el control del Canal por la fuerza se acordó, en marzo, vender los dos puertos a un grupo inversor “Black Rock” sugerido por el gobierno de los EE.UU.

Dentro de la misma visión, Rubio ha negociado con el presidente de El Salvador, el envío de deportados a cárceles de ese país, calificadas por entidades de derechos humanos como “inhumanas”. Esa guerra continúa con las amenazas proferidas por Trump y Rubio contra los miembros del Supremo Tribunal de Justicia de Brasil que condenó a Jair Bolsonaro a 27 años de prisión.

Latinoamérica debe ser consciente de que estas intervenciones, que representan una guerra de baja intensidad, ya se han desatado.

VII

En suma, las tesis enunciadas son síntomas de una creciente fragmentación del sistema internacional respecto del orden anterior consagrado en la Carta de San Francisco en 1945. Ello genera ingobernabilidad, amenazas y tensiones, a las que pueden sumarse en el futuro la situación de Haití, Polonia, el mar Rojo, el mar de la China, Taiwán o entre las dos Coreas.

Como vimos, es la lucha por la hegemonía entre China y EE.UU., la que definirá el destino de este siglo. La potencia ascendente necesita tiempo, mientras la potencia dominante requiere aprovechar su ventaja militar para detener el avance del gigante asiático y sus aliados. La guerra se ha diversificado puede ser cognitiva, híbrida, segmentada, de ciberseguridad, comercial, tecnológica o armada.

Lo cierto es que la paz mundial está amenazada como nunca. Porque si esta vez hubiera una guerra total entre las potencias hegemónicas, podría acabar con el género humano y buena parte de la naturaleza. Como latinoamericanos y como miembros del Sur global no podemos alinearnos con ninguna de las potencias en disputa, ni aceptar mansamente ningún liderazgo unipolar.

Debemos abogar por la multipolaridad y jugar nuestro destino integrados con América del Sur. Como argentinos reivindicamos la mejor tradición de nuestra diplomacia basada en la resolución pacífica de los conflictos, la no intervención y la autonomía de los pueblos.

La neutralidad activa debiera ser la base de la política exterior de Argentina y América Latina, manteniendo la equidistancia entre las potencias que disputan la hegemonía del mundo. La Argentina y América Latina han declarado reiteradamente ser un territorio de paz y debemos ser consecuentes con esa vocación y ese destino.

Hoy más que nunca debemos hacer oír nuestra voz frente a un gobierno sin rumbo, que ha traicionado lo mejor de la tradición diplomática argentina, votando en la Asamblea General de la ONU –junto a una ínfima minoría de países– negar la existencia de un estado palestino.

El gobierno de Milei apuesta permanentemente a la guerra, impidió nuestro ingreso a los BRICS, invita a visitar el país a un criminal de guerra –así juzgado por la Corte Penal Internacional– como Benjamín Netanyahu y aplaudió la doble agresión de EE.UU. e Israel a Irán, exhibiendo un alineamiento automático e incondicional vergonzante, que el pueblo argentino no se merece, que compromete la paz anhelada por Latinoamérica y Argentina que se declaran indeclinablemente: territorios de paz.