La movilización militarista y guerrerista del Presidente Donald Trump en el Caribe, intentando provocar un “cerco” en aguas internacionales frente a Colombia y Venezuela, con el pretexto de su lucha contra el narcotráfico, pero dirigido a eliminar del ejercicio de la Presidencia del gobierno de Venezuela a Nicolas Maduro, le ha resultado hasta ahora un fiasco, un fracaso político y, en cierta forma militar, humillante para su soberbia, su arrogancia, su orgullo y su excesivo sentimiento de gendarme internacional. Como “cerco” no lo ha logrado. Esta situación no es como la crisis del Caribe, rodeando a Cuba en 1961.
No es secreto que el presidente Trump trata de redefinir la geopolítica mundial y restablecer en América Latina una versión modernizada y actualizada a las condiciones del siglo XXI de las doctrinas de política exterior de los Estados Unidos que conocemos como las Doctrina Monroe, la del Destino Manifiesto, de las políticas anexionistas e invasivas con filibusteros, como lo fue en México, Centroamérica y en la guerra hispano-norteamericana de finales del siglo XIX con la intención de apropiarse de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la Doctrina del Gran Garrote en la primera mitad del siglo XX, totalmente intervencionista en todo el Caribe, imponiendo dictaduras, tiranías, gobiernos autoritarios de facto y de control de aduanas, apropiándose de pequeños territorios ocupados militarmente, como Guantánamo en Cuba.
Estas doctrinas justificaron, para los gobiernos de Estados Unidos, especialmente en el siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX, el control que trataron de establecer para asegurar su presencia en el continente frente a otras naciones europeas en sus expansiones especialmente económicas y de proyección e influencia geopolítica, como lo fue Inglaterra a principios del siglo XIX, que se había hecho presente en el Cono Sur, las avanzadas francesas en la región y la necesidad de controlar y dominar las construcciones de las rutas canaleras interoceánicas en las regiones del Caribe, especialmente en Panamá y Nicaragua, la intervención de Estados Unidos en la región de Maracaibo, en Venezuela, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y en Cuba con la llamada República Plattista que, de hecho, le fue impuesta en los años 1899-1902, fortalecida con la imposición de la Enmienda Platt como un apéndice a la Constitución Política de Cuba de 1901.
Con el desarrollo de la revolución industrial de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, cuando surge la etapa imperialista del capitalismo, con sus carteles, trusts, monopolios y oligopolios como nuevas formas empresariales, que se volcaban al control de territorios en todos los continentes por sus materias primas estratégicas, su mano de obra barata y por los mercados de venta de productos en esos territorios, los Estados Unidos, pasan a jugar un papel importante y dominante en el conjunto de las relaciones internacionales del continente. Al finalizar la I Guerra Mundial, resultado de esas contradicciones y reparticiones del mundo, Estados Unidos salió fortalecido en su inicial hegemonía.
Entre los productos estratégicos para las nuevas áreas de producción de aquellos años, aún vigentes, estaban el cobre para el desarrollo de la electricidad, el oro, la plata, el hierro, el zinc, el litio, la bauxita (especialmente significativo para la producción de aluminio, el plomo), el estaño, el carbón y el petróleo, que empieza a conocerse tempranamente en Venezuela, desde 1875, y en México, desde 1901.
Hoy se tiene, en esta visión de control de minerales por parte de las grandes potencias imperialistas, el molibdeno, el niobio, el grafito, la fluorita, los fosfatos y vetas de uranio, lo que se llama “tierras raras”, que incluye arsénico, asbesto, cesio, fluorita, galio, grafito natural, indio, manganeso, mica natural en láminas, sienita nefelínica, niobio, rubidio, escandio, estroncio, tantalio, torio y vanadio. Además, el continente americano es una gran reserva de productos agrícolas, como café, caña de azúcar, maíz, cebada, arroz, soja, algodón, tabaco, banano y cacao.
En la América Central hay madera, oro, plata, cobre, plomo, zinc, hierro, antimonio, carbón y, en toda la región, la pesca y la ganadería.
El trasfondo de la riqueza minera y natural de Venezuela, tras la amenaza de Trump con sus tropas de asalto y guerra frente a sus costas, es lo que realmente persigue el presidente estadounidense, y es lo que busca controlar.
Más que Nicolás Maduro, el objetivo principal de Trump en Venezuela es el control del cobre, del hierro y del oro de Venezuela, que tiene la cuarta mina más grande del mundo, considerada el 20% de la reserva mundial. También el petróleo venezolano, del cual se considera que tiene la mayor reserva del mundo, y sus minerales de las “tierras raras” como níquel, rodio y titanio. A ello se agregan bauxita, carbón y coltan. El gas de Venezuela hoy ocupa el octavo lugar con mayor reservas en el mundo.
El compromiso de Venezuela con el narcotráfico, la narco-producción, el blanqueo de capitales y la existencia de organizaciones narco-terroristas, como las define actualmente la administración estadounidense, son solo el pretexto para la intervención en la institucionalidad política y el control económico y de las riquezas naturales de ese país.
Nicolás Maduro inició su ejercicio presidencial el 19 de abril de 2013, siguiendo su segunda toma de gobierno el 10 de enero de 2019 y la tercera en enero de 2025.
Con Maduro, se dio inicio a una segunda época de la llamada V República, que se inició con el Presidente Hugo Chávez Frías en 1999, falleciendo en el 2013, cerrando de esa manera su ciclo presidencial. Para mí hoy no existe la República Chavista de la V República. Es la República “Cabello-Madurista”, si así se le puede denominar, por el poder e influencia que ejercen en el desenvolvimiento de Venezuela Diosdado Cabello Rondón y Nicolás Maduro Moros.
Diosdado reúne sobre Maduro su condición de militar, originario del golpe de Chávez del 4 de febrero de 1992, y su condición de político en distintas ramas de la institucionalidad venezolana, lo que lo hace, en cierta forma, más poderoso que Maduro.
Las tres presidencias de Maduro han sido cuestionadas en su origen, aun cuando en ellas haya habido procesos electorales. Las últimas dos, particularmente, han sido cuestionadas por fraudes electorales. La elección del 2019 originó que más de 50 países negaran su reconocimiento como presidente válidamente electo, aun cuando no rompieran relaciones diplomáticas con Venezuela.
Las elecciones del 2024 fueron más evidentes en el fraude que se le atribuye, por cuanto hasta hoy no ha podido demostrar Maduro su legítimo triunfo con la presentación de las actas electorales, lo que mantiene ese desconocimiento internacional por parte de esos países.
Tampoco, con Maduro, Venezuela presenta un modelo político institucional revolucionario que pueda contagiar a la región para seguirlo, aunque mantiene un discurso antiimperialista y antiestadounidense fuerte, con énfasis en un nacionalismo latinoamericanista.
Con Hugo Chávez, hasta el 2013 se mantuvo la idea de un Socialismo del Siglo XXI, concepto que en el discurso mantuvieron Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia como eslogan y, en cierta forma, como propuesta en el continente por algunos movimientos políticos. Durante la era Chávez, este concepto no se logró establecer como política continental de los gobiernos reformistas de la primera década (en Argentina, Brasil, Chile, Uruguay, Paraguay), ni como alternativa en la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC). Menos lo fue en la segunda década y todavía menor en esta tercera década.
Como concepto se dejó, en su contenido, desde el 2008, cuando Hans Dieterich Steffan, su creador, se desencantó de lo que sucedía en Venezuela y con su propuesta política, retirándose a sus domicilios en México y La Habana con su compañera Marta Harnecker.
La única República Socialista del continente, Cuba, no acogió el concepto de Socialismo Siglo XXI como una bandera de su Revolución. No lo necesitaba.
A la muerte de Hugo Chávez, el presidente Maduro intentó mantener el concepto sin éxito. Ya no se habla de ello ni se agita como proyecto político en Venezuela. En Ecuador, como en Bolivia, el concepto de Socialismo del siglo XXI se mantuvo mientras Rafael Correa y Evo Morales estuvieron vigentes y activos en política. Al morir Hugo Chávez, tanto Rafael Correa como Evo Morales volvieron a recuperar los conceptos que dieron origen a sus procesos políticos en la política de sus países: la “Revolución Ciudadana” con Rafael Correa, o el de la “Revolución Plurinacional, Democrática y Nacional” con Evo Morales, conceptos que hoy están desaparecidos del escenario progresista continental y de esos países.
Venezuela no es un país socialista, políticamente ni económicamente. Sigue siendo un país capitalista, gobernado por un grupo político que traza sus derroteros en el reformismo político avanzado, pero actualmente muy débil, tratando de continuar las reformas que impulsó con bastante éxito Hugo Chávez Frías.
Venezuela, en lo que se conoce, no es un país narco-productor. Allí no se produce cocaína, que sí se produce en Bolivia, en Colombia y en una parte de Perú. Colombia concentra el 60% de la producción mundial, Perú el 30% y Bolivia el 10%. El restante 10% se produce en otros países fuera del continente.
Los Estados Unidos tienen 76 bases militares en Sudamérica y el Caribe, coordinadas todas por el Comando Sur (SOUTHCOM) del Ejército de los Estados Unidos y la estructura del actual Ministerio de Guerra, como lo ha redefinido Donald Trump. De ellas, tiene ocho en Colombia, aún con el gobierno de Petro. En el mundo, Estados Unidos tiene más de 800 bases militares en 100 países, de distinto tamaño y magnitud.
La existencia de las bases militares de Estados Unidos obedece a la lógica intervencionista de su política, en los asuntos regionales y particulares donde operan, más que a objetivos de colaboración o seguridad regional. A ello suma su presencia en varios bloques y alianzas militares, como la OTAN en Europa.
No hay, de hecho, una amenaza continental ni regional en América Latina que pueda justificar la existencia de esas 76 bases, ni se justifica ya la Fuerza Interamericana de Paz, establecida en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, de 1948.
Ninguna actividad relacionada con la producción de droga puede poner en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos. En los propios Estados Unidos, en los estados de Alaska, Arizona, California, Colorado, Connecticut, Illinois, Maine, Maryland, Massachusetts, Michigan, Missouri, Montana, Nevada, New Jersey, Nuevo México, Nueva York, Oregón, Rhode Island, Vermont, Virginia y Washington se permite cultivar, producir y comercializar legalmente marihuana. Los últimos en sumarse a la legalización fueron Delaware, Minnesota y Ohio en 2023. La marihuana se vende libremente en los llamados Dispensary. La han legalizado bajo el concepto de “marihuana recreativa y marihuana medicinal”. El 20 de abril se ha establecido como el “Día de celebración de la marihuana o el cannabis”.
No se llega en lanchas ni en botes a las costas de los Estados Unidos desde Sudamérica, llevando unos cuantos cientos de kilos de cocaína para poner en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos. Entra por tierra, principalmente, desde México.
En la vida del ejército estadounidense se permite y tolera el uso de drogas, y de drogas fuertes, como la cocaína, las anfetaminas, el alcohol, ciertos opiáceos y la morfina, para que sus soldados y militares puedan actuar en las operaciones de guerra, combatiendo su fatiga y reforzando su coraje de combate.
En Estados Unidos tienen un grave problema con las drogas ilegalizadas, como el hachís, el crack, la heroína, los alucinógenos, el LSD, el hongo de psilocibina y los inhalantes.
El Ejército estadounidense ha desarrollado hospitales especiales para desintoxicar a sus soldados luego de prestar servicio militar en guerras o en ciertas actividades militares. Estos hospitales forman parte del Sistema de Salud Militar (MHS), como son el Centro Médico del Ejército Brooke (BAMC), en Texas, y el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed. En total, el MHS tiene 51 hospitales y 424 clínicas.
El negocio de las drogas le ha permitido a Estados Unidos mantener y alimentar guerras y luchas de organizaciones que ellos emplean, para liquidar gobiernos o tratar de derrocarlos. En Centroamérica se dio el caso, en la década de los 80, del llamado caso Irán-Contras, o Irangate, en 1985-1986, usando grupos de narcotraficantes para financiar grupos armados, creados y organizados por el Ejército de los Estados Unidos y sus agencias político-militares, especialmente para liquidar al gobierno sandinista en Nicaragua.
El peso de las bases militares estadounidenses en Sudamérica lo tienen Colombia, Ecuador y Perú. En Venezuela y en Bolivia no hay. En esos países las justificaron con la lucha contra las guerrillas y los movimientos armados de izquierda que persistieron en Perú, Ecuador, Bolivia y Colombia durante la segunda mitad del siglo XX y aún en este siglo, en algunos de esos países, sin que constituyan en este momento fuerzas capaces de derribar gobiernos. La presencia militar estadounidense en Colombia no acabó con la narco-producción ni con las organizaciones narco-productoras, hoy llamadas narcoterroristas. Eso lo está haciendo el gobierno de Petro.
La democracia representativa política en el continente se ha fortalecido desde 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética y el Bloque de países socialistas europeos.
En la redefinición de la geopolítica y geoestrategia de Trump se ha establecido que el ejército y las fuerzas armadas de los Estados Unidos deben atender la lucha contra el narcotráfico como tarea militar, calificando a las organizaciones que se dedican a la producción, el comercio y el tráfico de drogas como organizaciones terroristas, que son de atención del Ministerio de la Guerra y del Ejército. Es una simple justificación para actuar militarmente contra gobiernos, especialmente latinoamericanos, que no son de la simpatía política del actual gobierno de Estados Unidos, especialmente Venezuela, ampliada ahora a Colombia.
En esta dirección, Trump amenazó a México con intervenir con su Ejército en la frontera y el territorio mexicano fronterizo, para actuar allí, supuestamente, contra los carteles del Tren de Aragua (TdA), la Mara Salvatrucha (MS-13), el Cartel de Sinaloa, el Cartel de Jalisco “nueva generación” (CJNG), el Cartel del Noreste (CDN), el de La Nueva Familia Michoacana (LNFM), el Cartel de Golfo (CDG) y los “Carteles Unidos” (CU) como organizaciones terroristas extranjeras (FTO).
De estas son organizaciones transnacionales la TdA (que es una organización originaria de Venezuela con células en Colombia, Perú y Chile, y con informes de presencia esporádica en Ecuador, Bolivia y Brasil); la MS-13, como organización transnacional se originó en Los Ángeles, pero se trasladó a América Central a medida que se deportaba desde Estados Unidos a personas de esa organización. El Cartel de Sinaloa es una organización transnacional con sede en Sinaloa (México). Es uno de los carteles de la droga más poderosos del mundo y uno de los mayores productores y traficantes de fentanilo y otras drogas ilícitas hacia Estados Unidos.
Otros carteles de droga en México son el de Los Viagras, de Santa Rosa de Lima, el Independiente de Acapulco, el de Guerreros Unidos, el Nueva Plaza, el de Tláhuac y el de la Unión Tepito.
En Colombia operan los carteles del Clan del Golfo, conocido antes como Los Urabeños, compuesto por disidentes de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, y el cartel de "Los Pelusos", con disidencias del EPL. Los carteles de Medellín y de Cali han sido desarticulados. También operan el Tren de Aragua, los Satanás, los Paisas, los Pereiranos, los Lucky, los Maras, los Camilos, los Bury, los Zetas, los Boyacos y los Maracuchos.
En Venezuela opera el Cartel de los Soles, que, presuntamente, como organización ilícita, está fuertemente vinculado a altos mandos militares y políticos, dedicado principalmente al narcotráfico y la minería ilegal. Recientemente se informa que también opera el Cartel del Tren de Aragua. En esta rápida visión de distribución de organizaciones narcotraficantes, Venezuela es la que menos tiene en su territorio.
Lo que diferencia a Venezuela de México, Colombia, Perú o Bolivia, es que al Cartel de los Soles se le vincula directamente con personajes de la política de gobierno como el mismo Nicolás Maduro, Diosdado Cabello Rondón, militar y político, y a Vladimir Padrino, jefe del Ejército. En la justificación que hace el Presidente Trump, lo lleva a sostener que Venezuela es un narco-Estado, por el papel que tienen estos tres personajes en la estructura política, en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial y en el Ejército.
Esto, por cuanto han detenido internacionalmente altos personajes de Venezuela vinculados al narcotráfìco y el lavado de dólares, como han sido los hijos-sobrinos del Presidente Maduro y su esposa, Antonio Campo Flores y Franqui Francisco Flores de Freitas, y Alex Saab, uno de los más cercanos colaboradores del presidente Maduro, que fue detenido en Cabo Verde, como el lavador de dólares de ese gobierno.
Los hijos-sobrinos de Maduro fueron indultados por el presidente Biden. Ya estaban condenados a 18 años de cárcel por narcotráfico, por Cortes Judiciales de Estados Unidos, para intercambiarlos por siete estadounidenses presos en Venezuela y para asegurar la presencia de la Chevron en el negocio petrolero de Venezuela.
Otros venezolanos buscados por narcotráfico y lavado de dólares por los Estados Unidos son: Tareck Zaidan El Aisami, que ha sido vicepresidente de Venezuela, Maikel José Moreno Pérez, que ha sido presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Joselit Ramírez Camacho, Samark López Bello, los narcotraficantes venezolanos Walid Makled García, Hermagoras González Polanco, Arick Komarczyk y su socio, Irazmar Carbajal, Clíver Antonio Alcalá Cordones, mayor general retirado de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, Hugo Armando “El Pollo” Carvajal Barrios, exdirector de Inteligencia Militar y diputado oficialista en la Asamblea Nacional.
Algunos de estos capturados y presos en Estados Unidos han informado con detalle, y algunos de ellos han hecho publicaciones detalladas de los alcances de los compromisos de estos dirigentes políticos con el negocio y las organizaciones de la droga que usan el territorio venezolano para sus negocios y tráfico internacional.
El operativo militar montado desde hace varias semanas en el Caribe frente a Venezuela, amenazando con intervenir para llevarse al presidente Maduro y unos cuantos personajes más de su gobierno, a los que les han puesto recompensas millonarias, no ha dado los resultados que Trump había deseado. Internamente, en Venezuela ha fortalecido al gobierno, a sus dirigentes y al mismo Maduro, permitiendo poner en acción y movilizar alrededor de un millón de personas en la preparación militar para defender a Venezuela de una posible invasión y enfrentamiento militar con Estados Unidos.
Tampoco ha logrado el presidente Trump conseguir el consenso político de los gobiernos suramericanos y latinoamericanos en general, que le permitan justificar su acción militar para detener y llevarse a Maduro como el cabecilla del Cartel de los Soles y del narcoestado venezolano, como vende su proyecto.
En el continente, los gobiernos no están de acuerdo en llevarse a ningún presidente con esos pretextos. Tampoco en tumbarlos con intervención extranjera militar. Los problemas de legitimidad y legalidad de la presidencia de Venezuela son un problema de los venezolanos, que lo tienen que resolver ellos. No son fuerzas extranjeras las que tienen que resolverlos. Ni los organismos internacionales tienen hoy la fuerza para imponer o derrocar un gobernante.
La lucha contra la droga no tiene a Estados Unidos en otros países o regiones del mundo, productoras de droga, de modo amenazante como está en Venezuela, o frente a China, a quien acusa de introducir el fentanilo en Estados Unidos. Es claro, entonces, el pretexto político contra Venezuela, que sirve de amenaza contra cualquier proyecto reformista en el continente que no sea del agrado de Estados Unidos.
El distanciamiento de Trump con el presidente Petro, de Colombia, obedeció a esa solicitud de apoyo intervencionista, de usar su territorio, con sus bases militares, como base de apoyo en su posible guerra contra Venezuela, que Colombia rechazó.
La diplomacia estadounidense se ha movido para justificar la captura no de un Presidente, aunque haya sido mal electo, sino la de un delincuente narcotraficante que ha hecho de su gobierno un narco-Estado, que pone en peligro la seguridad nacional de los Estados Unidos, sin tener fronteras terrestres, ni marítimas ni aéreas comunes, como Estados Unidos las tiene con México o Canadá. Lo único que ha logrado Trump es el apoyo de una isla insignificante políticamente a pocos kilómetros de distancia de Venezuela, Trinidad y Tobago. Tampoco ha podido desarrollar sus nuevas bases militares en Panamá, como está negociando.
La excusa de la guerra contra las drogas no le ha valido. Despedazar desde el aire unas cuantas lanchas, asesinando de esa manera a sus 70 tripulantes, que han muerto, no le ha permitido demostrar que esas lanchas llevaran toneladas o bastantes kilos de cocaína. Para todos los efectos, esos ataques a esas lanchas han sido valorados internacionalmente como ejecuciones sin juicio alguno, sin pruebas materiales de transportación de drogas.
Esos ataques son acciones sicariatas del Ejército de Estados Unidos contra pescadores, navegantes, personas que viajaban en lanchas sin que se haya podido demostrar que en esas naves llevaban drogas o cocaína; han sido condenadas incluso por las Naciones Unidas.
Con todo el despliegue militar que allí tiene, pudieron haberlas detenido con sus ocupantes y demostrar que iban cargadas de droga. Por las torturas que tiene autorizadas el Ejército de Estados Unidos a realizar legalmente, según su “Manual de Torturas”, pudieron haber interrogado y sacado información de esas personas pescadoras, presuntos narcotraficantes, de los vínculos de sus posibles organizaciones narcotraficantes y de los posibles compromisos de gobiernos con ellos. No han podido demostrar un solo caso de este tipo.
En otro orden de cosas, pareciera ser prácticas de tiro que realizan desde aviones o desde el portaviones Ford, el más grande de la marina de los Estados Unidos, contra lanchas que no llevan artillada ninguna arma. Simplemente ejecuciones, asesinatos a mansalva.
Cada día que pasa en que Trump se juega su pellejo, su figura, su presidencia, sin proceder a la captura de Maduro, le cuesta carísimo al pueblo de los Estados Unidos, con el mantenimiento de esa movilización militar por agua, aire y tierra, que tiene preparada para una guerra frente a Venezuela. Más de 10000 soldados listos para realizar la gran hazaña de Trump, en la que se van a llevar una gran sorpresa del pueblo venezolano.
Venezuela, en este asunto de la intervención militar extranjera, no está sola. Ya tiene aliados muy poderosos (Rusia y China) que le han facilitado recursos militares de defensa y de ataque, con posibilidad de hundir al portaviones Ford y de mantener una resistencia defensiva por mucho tiempo. Venezuela se puede convertir en el Vietnam latinoamericano para los Estados Unidos, pero también puede convertirse en la antesala de una III Guerra Mundial, donde en medio de este conflicto, se resolverá casi simultáneamente el conflicto de Ucrania, el del Medio Oriente, el del Mar de China y el de Taiwan. La OEA por ahora, ni CELAC, le darán apoyo a la aventura militar de Trump en Venezuela, por más aranceles que aplique y eleve.
Si la OTAN, por otro lado, se atreve a participar en una ofensiva contra Rusia, caerán bombas en toda la costa atlántica de los Estados Unidos, que es parte de la OTAN, país donde nunca ha caído ni un cachiflín ni una bomba resultado de una guerra. Y el pueblo estadounidense va a reaccionar más fuertemente de lo que hasta ahora se cree y estima políticamente.
Estados Unidos, en su guerra y ofensiva contra Venezuela y contra Colombia, si así se lo propusiera, llevaría las de perder más que las de ganar.
Veo más a Trump retirándose humillado del Caribe frente a Venezuela, que entrando heroico a Caracas. En una intervención o en una guerra que se le puede extender en el tiempo, se va a encontrar con el canto venezolano de 1816: “¡Gloria al Bravo Pueblo que el yugo lanzó!”
¿Será lo que suceda en Venezuela la hoguera de la inmolación de Trump, o la antesala de la III Guerra Mundial?















