Chile: 8 de diciembre de 2025, día de la Inmaculada Concepción. La televisión y otros medios de prensa informan profusamente sobre la peregrinación anual al Santuario de Lo Vásquez. Un millón 300 mil penitentes han llegado hasta el templo católico situado a 87,6 kilómetros al oeste de Santiago, en una romería multitudinaria que combina fervor con fanatismo religioso y devoción con comercio. Como cada año, multas a vendedores ilegales de comida, detenciones de infiltrados con antecedentes delictuales, algunas decenas de heridos y una mujer muerta por un ataque al corazón cuando pedaleaba en bicicleta hacia el santuario.
Mientras tanto, en el centro de Santiago, alrededor de un millar de personas concurren al final de la tarde a los jardines de la antigua sede del Congreso Legislativo, donde antes estuvo emplazada la Iglesia de la Compañía, templo de la Orden de los jesuitas. Esta no es una acción religiosa, sino un homenaje de la sociedad civil a las víctimas de la que fue una de las mayores tragedias del siglo XIX en Chile y en toda América Latina.
La principal impulsora de este homenaje: Francisca Solar. Una joven escritora con una prolífica carrera que registra varias novelas super ventas, entre ellas El buzón de las impuras, que reconstruye en clave de ficción y con abundante investigación histórica los luctuosos acontecimientos de hace 162 años.
Patriarcado y poder religioso
El 8 de diciembre de 1863, durante la misa vespertina por el día de la Inmaculada Concepción, se desató un incendio en el templo de la Compañía de Jesús, que causó la muerte de más de dos mil personas, en su gran mayoría mujeres. El horror de esa impresionante cantidad de víctimas permanece en Chile como una herida abierta que interpela al patriarcado, pilar de un poder religioso abusivo.
La cifra de muertes equivale a 2% de la población santiaguina de ese entonces. Era un Chile que llevaba solo 45 años como república independiente. Las confrontaciones por el poder político tenían como protagonistas a pipiolos (liberales) y pelucones (conservadores), con una influencia casi sin contrapeso de la Iglesia católica, que administraba los bautizos y los matrimonios. El laicismo era un movimiento en pañales. El voto era censitario, restringido a los hombres dueños de alguna propiedad o industria. El sufragio femenino ni siquiera era un sueño: solo se instauraría en 1949.
La catástrofe del templo de La Compañía tuvo así un trasfondo que desnudó una sociedad patriarcal y a la vez clerical, en un país que nacía, carente de una buena organización urbana y altamente segregado en términos clasistas, con una aristocracia arribista y una servidumbre sometida y analfabeta.
En el contexto histórico y novelado de la tragedia aparece la guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865) con intrigas que alcanzaban a la misión diplomática del presidente Abraham Lincoln destacada en Chile. También los jesuitas, como la orden sacerdotal más controvertida en Europa. Fueron expulsados de España y sus colonias americanas en 1767. Antes, los expulsaron de Francia y Portugal y en 1773 el papa Clemente XIV dispuso la disolución de la Compañía de Jesús. Obligada al exilio en Rusia y Prusia, o al confinamiento en Italia, la orden fue reivindicada en 1814 por el papa Pío VII y pudo restablecerse en tierras hispánicas en 1815.
La reinstalación de la orden en las antiguas colonias españolas de América fue paulatina y solo en 1848 pudo actuar de nuevo oficialmente en Chile, aunque su antiguo templo fue habilitado antes para el culto. Destruido por un incendio en 1841, fue reconstruido en el mismo lugar, la esquina de las calles Bandera y Compañía, llamada así en honor a la Compañía de Jesús.
La extorsión por la “impureza”
Fue allí donde se produciría el 8 de diciembre de 1863 un nuevo incendio, más devastador, cuando el templo estaba desbordado con más de dos mil fieles en la misa de cierre del Mes de María. Las llamas se iniciaron en el altar mayor, cuando unas lámparas de parafina hicieron contacto con una rica ornamentación de flores naturales y artificiales, gasas, telones y pinturas alegóricas, además de velas y candelabros, para alcanzar las vigas y otras estructuras de madera.
Las protagonistas colectivas de la novela de Francisca Solar son las Hijas de María, una suerte de coro de tragedia griega, todas ellas fieles pertenecientes a la alta sociedad santiaguina que rendían un culto permanente a la Virgen María con obras sociales y ritos de fidelidad y penitencias orquestados por el sacerdote Juan Bautista Ugarte, regente del templo.
Ugarte les inculcaba una férrea obediencia a las mujeres, basada en la extorsión permanente. Mujeres que cargaban el pecado original, expuestas permanentemente a las tentaciones como antesala del infierno. Así, el cura les impuso a las fieles una práctica adicional de confesión: un buzón ubicado en el mismo templo donde debían depositar cartas anónimas dirigidas a la Virgen con la confesión de sus pecados. Él controlaba este “buzón de impurezas” y se permitía seleccionar textos que leía ante todas las Hijas de María, como una cruel expiación para las autoras.
Las Hijas de María eran el aforo natural de la misa de cierre del mes dedicado a la Virgen, en el Día de la Inmaculada Concepción, la mayor festividad del catolicismo dedicada a la mujer que según el mito religioso fue madre de Jesucristo sin haber caído en el “pecado de la carne”.
El público que repletó la Iglesia de la Compañía el día de la catástrofe estaba constituido en su mayoría por mujeres entre 20 y 60 años, tanto de la alta sociedad como sus sirvientas que las acompañaban a la misa, de acuerdo con notas periodísticas y crónicas. Las primeras ocupaban las bancas cercanas al altar y la servidumbre estaba relegada al fondo del templo.
Varios factores contribuyeron a multiplicar la tragedia, además de las lámparas y la ornamentación. La iglesia, como se estilaba, tenía un único acceso para el público al otro extremo del altar y sus pesadas puertas se abrían hacia dentro. No se usaban bisagras reversibles. Así, hubo un bloqueo entre quienes desde fuera empujaban para abrirlas y quienes, desde el interior, presas del pánico, presionaban hacia afuera.
En la moda femenina de aquellos años se usaban las crinolinas, una prenda interior que en sucesivos aros se ceñía desde la cintura y hacía más atractivos los talles atrapados en corsés. Se fabricaban de metal y también de crines y de ahí su nombre. Los suntuosos vestidos fueron presa fácil de las llamas y su pesadez limitó los movimientos de las mujeres, contribuyendo por aglomeración a crear fatales diques de cuerpos.
Virgen Dolorosa y Piadosa
Los informes forenses coincidieron en que la masiva mortandad se debió a asfixias, más que directamente a quemaduras, aunque cuando se logró entrar al templo, la gran mayoría de los cadáveres estaban calcinados, irreconocibles. Los cuerpos fueron trasladados en masa a una fosa común en el Cementerio General y la tarea de nombrar a parte de las víctimas recayó en familiares de mujeres que fueron esa tarde al templo.
En la jurisdicción chilena existía entonces el fuero eclesiástico, que excluía a los sacerdotes de los tribunales civiles. En los Estados Unidos la tragedia fue portada del The New York Times, pero en Chile fue caratulado como un “accidente”, sus posibles responsables quedaron impunes y no hubo ninguna reparación para los deudos. Incluso, un primer monumento de la “Virgen Dolorosa” erigido en el lugar en 1873 fue considerado demasiado dramático y se le trasladó al Cementerio General. Fue sustituido más tarde por una escultura de la “Virgen Piadosa”.
Para Francisca Solar la tragedia del incendio de La Compañía ha sido virtualmente ignorada en Chile como consecuencia del patriarcado y de la influencia eclesial que minimizó su dimensión en el siglo XIX. “Distinto habría sido si hubieran muerto dos mil hombres”, sostiene. A estos resabios machistas se suma la censura religiosa. Si bien hay abundantes relatos periodísticos, crónicas históricas y narrativas literarias sobre la catástrofe, los textos oficiales sobre la Compañía de Jesús en Chile la ignoran.
No obstante, entre sus repercusiones hay que consignar la creación de las primeras compañías de bomberos en Santiago, ya que en 1863 no existían. Nacieron como cuerpos voluntarios y 162 años después mantienen ese carácter en todo Chile. También fue el aliciente para que el Estado chileno comenzara a adquirir un perfil laico y estableciera su definitiva separación de la Iglesia en la Constitución de 1925. Antes, en 1884, se creó el Registro Civil que puso término al monopolio eclesiástico del registro de nacimientos y matrimonios.
El buzón de las impuras fue publicado en junio de 2024 y a noviembre del mismo año acumulaba cinco ediciones. Así, el 8 de diciembre Francisca Solar pudo organizar la primera jornada de homenaje a las víctimas en los jardines del antiguo Congreso, donde se levantaba la Iglesia de la Compañía. En 2025 fue la segunda convocatoria. Gran asistencia de público, con algunas personas ataviadas con trajes de la época, y la presencia de delegaciones del Cuerpo de Bomberos.
De la mano del éxito de su novela, Francisca Solar inició un trabajo sistemático de investigación histórica y periodística para lograr, hasta ahora, poner nombres y apellidos a 1.353 víctimas del incendio: 1.272 mujeres, entre adultas, adolescentes y niñas, y 81 hombres. Un trabajo que continúa.
Al mismo tiempo, la periodista y escritora lanzó una campaña para que por ley se instituya el 8 de diciembre como “Día Nacional para la Conmemoración de las Víctimas del Incendio de La Compañía”. Apenas el Senado puso la idea de la ley en escrutinio público, “empezó muy rápido el bulo de que esta iniciativa buscaba eliminar el feriado religioso de la Inmaculada Concepción. Por muy absurdo que parezca, no faltó quien lo creyó y lo vociferó”, me comentó Francisca.
El 15 de diciembre fue citada a la comisión de Patrimonio del Senado, donde tras una exposición de diez minutos recibió el respaldo unánime para el proyecto de ley, que ahora debe ser sometido al plenario de la Cámara Alta.
¿Cuándo podría aprobarse definitivamente la ley? Responde Francisca: “Mis expectativas son moderadas en cuanto a los tiempos, sé que será una burocracia eterna, pero reconozco optimismo sobre el posible resultado. Que sea lo que la Virgen quiera”.















