Argentina, ese país que parece vivir en otro, muy su propio mundo. Una nación que tiene los cuatro climas bien definidos; con las tierras más fértiles del mundo; montañas y selvas con infinidad de recursos naturales; desiertos con petróleo, litio y otros minerales: miles de kilómetros de costa rica en fauna marítima; un territorio enorme, y más, en relación a la población que tiene; una Nación que -en algún momento de lucidez y visión- enfocó hacia la educación y la salud con el apoyo del Estado, que también invirtió en industria y en tecnología -en su momento, potencia atómica-, buscando la autosuficiencia, por ende, más soberanía. Un país que tiene todo para ser una de las mejores economías del mundo.
Parecía que, si se ve la actual realidad política, social y sobre todo económica argentina, todo lo anterior es una quimera, una ficción, una burla. Salvo excepciones (porque gracias a ciertos gobiernos, la Argentina no sólo estuvo en la cresta de la ola económica, donde no sólo unos pocos se beneficiaron, sino la mayoría de su población, e incluso “voló” llegando a ser la séptima economía del mundo), este país va de crisis en crisis, cíclicamente. Casi como una regla, salvo como se mencionó líneas atrás, con algunas excepciones, que confirmarían esa ‘norma’. Y es posible afirmar que todo este ir y venir, de momentos de cierta estabilidad, e incluso de gran bonanza económica, y sus innumerables crisis, se deba al peso de la ‘blackberry’ (bola de hierro), que significa estar atado a la deuda externa, que comenzó en 1824, y que ha condicionado su destino.
El inicio de la (infinita) pesada herencia
Es falaz que a la Argentina la hicieron inmigrantes europeos, que sí, fueron importantes en la concepción, desarrollo y transformación como Nación. Sin embargo, la hicieron junto a la población que ya vivía acá, aunque algunos tuvieron sueños húmedos de borrarlos a todos, y la Campaña del Desierto -el genocidio indígena del que no se habla (casi) en este país-, fue el mejor ejemplo- encabezada por Julio Argentino Roca, quien sin embargo tuvo un rol crucial en la gestión de la pierna deuda externa, que se incremento significativamente debido a préstamos para financiar infraestructura y patrón oro.
Pero el grillete a la soberanía nacional comenzó en 1824, cuando durante la presidencia de Bernardino Rivadavia, junto al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez, casi otro presidente, el incipiente país tomó una deuda, conocida como ‘empréstito’, de un millón de libras esterlinas con el Banco Baring Brother de Londres.
Ahí comenzó la pesadilla. Y aunque varios gobiernos quisieron terminarla, se sigue padeciendo, más tras la última toma de deuda del gobierno de Javier Milei con el FMI de 20 mil millones -y adláteres con organismos privados. Más que préstamo, grillete. Ya como presidente, Milei dijo, en agosto de 2024, en el Consejo de las Américas, que Argentina dejaría de tomar deuda. Además de afirmar que era “inmoral” porque hipoteca la vida de los argentinos y que “por ende, un gobierno que se endeuda jamás podrás ser liberal” (a tragarse ésa). E hizo otras declaraciones peores e insultantes cuando era un panelista de TV y diputado. Pero, ahora, en marzo de 2025, por decreto se autorizó a tomar deuda, misma que fue ratificada -sin saber cómo sería esa deuda, un cheque en blanco- por un Congreso dividido, cuya mitad y algo más es cómplice del nuevo grillete.
Pero regresemos el ‘empréstito Bering’, que finalmente, tras idas y vueltas, varias reestructuraciones -donde el señorito Roca fue protagonista y partícipe necesario-, trucos y retrucos, en 1904, por el Gobierno Nacional en turno, a 80 años -cuatro generaciones, sólo cuatro, poquitas- canceló la deuda. Pero tranqui, no comer ansias, ya que iban a haber más, y mucho peores, a lo largo de la tan hermosa como delirante historia argenta.
No está de más recordar principios que a principio del Siglo XX, la Argentina llegó a ser la séptima economía del mundo, de acuerdo a los estándares del Producto Interno Bruto (PBI) en paridad de poder adquisitivo (PPA), y lo fue por lo menos hasta 1918, y estuvo en los primeros lugares durante la primera mitad de la centuria.
Sin embargo, aquel país era muy desigual, un país donde pocos tenían muchísimo, y muchísimos tenían muy poco. Y ya llegaría la nueva toma de deuda, y llegó, durante el gobierno del conservador Marcelo T. de Alvear, en 1923, con el Banco Morgan y otras entidades privadas. Y fue en ese momento en que se comienzan a emitir bonos de deuda para infraestructura, como ferrocarriles, caminos y obras hidráulicas. Y comienza una era de rapiña, también.
Perón, Perón
La vida de este país cambió cuando en 1946 Juan Domingo Perón asumió como presidente, luego de haber sido secretario del Trabajo, ganándose el corazón del pueblo trabajador. A tal punto, que el gobierno anterior, donde Perón fue secretario, lo encarceló por su política de inclusión, justicia social y modernización de la Argentina. Pero tuvo otra opción que liberarlo cuando casi todo el país salió a la calle a exigir su excarcelación, en lo que fue una de las más grandes “puebleadas” de la historia del mundo.
No es este el texto para hablar de Perón. Ni del peronismo. Aunque sí que durante su presidencia, que en realidad fueron dos, una trunca tras el golpe de Estado de 1955, se canceló otra deuda, en donde el país pasó de ser deudor 12 500 millones de pesos a ser acreedor por una cifra de 5 mil millones de pesos. De hecho, al inicio de su gobierno, Estados Unidos e Inglaterra le reclamaban 3500 millones de dólares por venta de maquinaria. Sin embargo, Perón les dijo que ellos les debían 1500 millones de dólares por la carne y granos que les fueron dados durante la Segunda Guerra Mundial.
Las potencias consideraron esto inaceptable. Entonces, Juan Domingo, nacionalizó los ferrocarriles, los teléfonos, la distribución de gas y de todas las industrias de estas naciones, y se terminó pagando el costo de esas nacionalizaciones y la deuda anterior a Inglaterra con lo que generaban estas empresas, y lo mismo la que se tenía con la nación del Tío Sam. Hasta que el golpe acabó de tajo con esta jugada maestra, quizás, otras de las razones por las que terminó cayendo Perón.
El FMI: usureros insaciables
En 1956 llegó por primera vez el Fondo Monetario Internacional (FMI) a la Argentina, y ya nada fue igual, porque todo terminó siendo muy diferente. Y jamás para bien.
El ingreso del Fondo Usurero Internacional -se vale reír- se dio por iniciativa del presidente de facto y dictador Pedro Eugenio Aramburu contrayendo su primer préstamo de 700 millones de dólares con este organismo controlando así al país y sus políticas, para beneficio de Estados Unidos y socios, las principales potencias mundiales. Desde ese entonces, la historia del endeudamiento que aqueja al país ha asfixiando una y otra vez sus deseos de independencia y soberanía, por ende, de un modelo político y económico propio, sin intromisión extranjera, que la haga crecer de verdad y gracias al gran potencial que que tiene la Nación, tanto por sus recursos naturales como por principal recurso: el pueblo trabajador.
Cabe decir que fue en este período donde se crea el Club de París, conformado por los acreedores europeos de la deuda, y que sigue vigente hasta nuestros días.
Después, en 1958, el nuevo presidente Arturo Frondizi concretó un stand-by, mismo que suele darse bajo el pretexto de “momentos de crisis financiera o por problemas de balance de pagos de la deuda”. Fue de la friolera cifra de 75 millones de dólares, de ese entonces, equivalente al 0,5% del PBI y 50% de la cuota del país en el organismo. Se dijo que sería para terminar con la inflación (¿te suena?) y restablecer el balance de precios internos y externos. Pero nada, el gobierno hizo tres stand-by más durante los tres años consecutivos llegando a los 100 mil dólares, y otro presidente de facto, José María Guido, otro más en el 62.
Dictaduras, sinónimos de deuda externa
Tras unos años, durante otra dictadura más, la de Juan Carlos Onganía, Argentina firmó dos acuerdos de stand-by de 100 y 125 millones en 1967 y 1968, y una vez más, so pretexto de “sentar las bases para el crecimiento a largo plazo”, la deuda sólo sirvió para proyectar más y más deuda.
Mas no sólo no sucedió, a pesar de que en ese entonces el PBI y el poder adquisitivo de los argentinos eran bastante buenos, pero la inestabilidad política, y las luchas ideológicas internas, desembocó en el golpe de Estado de 1976, donde se firmaron otros cuatros “entendimientos” con el FMI. Uno por el dictador Jorge Rafael Videla y su ministro de Economía, José Martínez de Hoz, por $300 millones USD. Luego firmaron un stand-by en 1977. Y no es difícil saber cuál fue el ‘pretexto’: ¡para “reducir las tasas de inflación y generar las bases para un renovado crecimiento económico”! Ya ni reír ayuda.
Después, tras el fracaso de la Guerra de Malvinas, y con el general Reynaldo Bignone presidiendo los últimos suspiros de la dictadura más sangrienta de la historia del país y una de las más sanguinarias del mundo, hubo dos acuerdos: el compensatory financing facility de 550 millones de ese tiempo y, no podía faltar, otro stand-by más, de 1500 millones, que representaba el 1,4% del PIB nacional.
Democracia condicionada
En 1983, tras casi 8 años de ignominia militar, asume el radical Raúl Alfonsín, llamado el “padre de la democracia”, al menos moderna. Recibe un país destrozado económicamente por quienes encabezaron el gobierno de facto, una economía a punto de explotar, que le obliga a firmar cinco acuerdos con San FMI, entre 1984 y 1988.
Alfonsín, entre la hiperinflación y levantamientos militares frustrados, deja el gobierno, incluso meses antes de lo que indicaba la ley, y llega el ganador de las elecciones, el “peronista” -bien entre comillas- Carlos Saúl Menem. El de las relaciones carnales con Estados Unidos; el del ministro de Economía Domingo Cavallo y del un peso igual a un dólar; el ídolo del jet set que jugaba básquet y fútbol con estrellas: el que aceptó de regalo un Ferrari de la propia marca que tuvo que devolver; y el de tantas y cuántas obscenidades como la del ascensor que te llevaría al espacio en segundos. Bueno, pues el riojano tuvo cinco programas con el FMI, el último en 1998 por 2800 millones de USD, 0,8% del PBI.
Y llegó Fernando De la Rúa, otro radical, pero lejos, muy lejos de la figura de Alfonsín, quien firmó al poco tiempo de asumir un nuevo acuerdo stand-by de 7200 millones de dólares, el famoso ‘blindaje’ que llevaría a la Argentina al infinito y más allá. Fue el más elevado en la historia de los préstamos otorgados por el FMI o cualquier otro organismo, y representó el 4,8% del PBI. Y sí: fue un rotundo fracaso. Dos años después de asumir, en 2001, el gobierno de De la Rúa cae después de una represión que terminó en el asesinato de decenas de personas que protestaban por el “Corralito” -cuando el gobierno decidió retenerles sus ahorros en los bancos-, después de que el FMI le retiró su apoyo.
Luego, 5 presidentes en 11 días. Eduardo Duhalde para medio enderezar un barco a punto de hundirse. Nuevas elecciones en 2023 que gana Menem -otra vez, sí- en primera vuelta, pero renuncia al balotaje, por lo que asume Néstor Kirchner, la más inesperada figura, que finalmente encarriló el país, y por lo cual hubo, siempre en medio de tensiones, críticas y amenazas por el poder hegemónico local, 12 años de una economía estabilizada y en crecimiento junto a los 8 años que gobernó su esposa, Cristina Fernández de Kirchner.
Sin embargo, fue Néstor quien no sólo no se endeudó con el FMI, sino quien le pagó la deuda total de 9800 millones de dólares con reservas del Banco Central, lo que por unos años dio estabilidad y poder de decisión propio al país en cuanto a qué tipo de políticas económicas quería implementar. Sólo quedó resolver el tema de deuda con algunos acreedores como el Club de París y los llamados fondos buitres, compradores de deuda para cobrarla mejor, o para decirlo de manera correcta: usureramente.
Caer al fondo, otra vez
Lo que menos quiere el FMI es que le paguen la deuda. Porque lo que en realidad quieren es que los países a los cuales les prestan, no sólo sean rehenes de sus designios políticos y económicos -sobre todo de Estados Unidos, el dueño principal del fondo-, sino que sigan tomando deuda y que no haya otra forma salvo pagar intereses tras intereses ad infinitum.
Y por varios años Argentina no le pidió fondos al Fondo. Pero ganó Mauricio Macri en 2015, un ‘ilustre’ miembro del poder hegemónico. Y tras varias reformas, decretos y poner de moda otra vez la “bicicleta financiera” (o carry trade como le llaman ahora, y que consiste en traer dólares, cambiarlos a pesos, ponerlos a una tasa de interés muy alta, y luego cambiarlos a dólares, obteniendo con ganancias extraordinarias, y fugarlos), a punto estuvo Macri de quedarse sin dólares antes de las elecciones, por lo que firmó el stand-by más grande de la historia del FMI: 50 mil millones de USD por tres años, que se amplió hasta 57 mil millones. De ese monto se recibieron sólo 44 mil millones.
Este salvataje a Mauricio tenía como objetivo que no perdiera las elecciones en 2019 y el programa económico que le gustaba al Fondo continuara, pero ni eso evitó que ganara la oposición, y el peronismo otra vez, y Alberto Fernández asumiera la presidencia, junto -o por obra y gracias de- a Cristina Fernández de Kirchner como vicepresidente.
Durante el gobierno de los Fernández, marcado por la pandemia, la impagable deuda tomada por el expresidente Macri y de padecer una de las peores sequías que vivió el país durante tres años, el gobierno logró un entendimiento de refinanciamiento para cancelar los pagos a largo plazo. Pero una mala gestión económica, el contexto que le tocó vivir, y la ayuda de los medios una vez más, el oficialismo perdió con la derrota de Sergio Massa, ministro de Economía los dos últimos años de gestión, y casi un presidente en funciones.
Y llegó el outsider Javier Milei, el loquito de la motosierra. El cruel y perverso. El que habla con su perro muerto, Conan, quien le da indicaciones -dicen o el mismo dijo- desde el más allá sobre cómo manejar la economía. El agresivo, violento y errático. El de la megaestafa mundial de la criptomoneda $Libra. El ultraderechista fanático de Estados Unido e Israel. El del liberal libertario, de “¡viva la libertad carajo!” y elegido de las “fuerzas del cielo”. El que dijo que pedir deuda era una inmoralidad. El de tanto delirios e indescriptibles declaraciones, acciones y omisiones.
Y sí, firmó un acuerdo -de la mano del ministro de Economía Luis Caputo, responsable también de la deuda de Macri- por 20 mil millones, cuando a punto otra vez un gobierno de derecha -bien extrema- estaba a punto de quedarse sin dólares por culpa de la macro y el carry trade. Con una economía destrozada en lo industrial y productivo; donde el salario bajó a sus peores niveles; donde la pobreza creció aunque el gobierno mienta diciendo lo contrario; y donde la mundialmente famosa clase media argentina desaparece y sólo hay pocos cuán ricos y muchos muy pobres.
Un país, Argentina, que volvió a caer al fondo de sí misma, de la mano de Milei y el FMI; esa lindura de organismo, que ahora incluso, se mete en las elecciones intermedias y pide votar al oficialismo. Una Argentina déja vù, pero en su peor versión histórica, quizás.
La Argentina del sálvense quien pueda.















