¿Qué diríamos si fuéramos Benvenuto Cellini, ese de carne y hueso que algunos admiran como genio y otros acusan de canalla y asesino? Vayamos más allá de simplemente imaginarlo y escribamos una carta secreta dirigida al papa Clemente VII, una carta jamás enviada:

«Si te tuviera frente a mí en este momento incierto en el que todos los demonios me atormentan, papa Clemente, te diría qué significa vivir con la sangre hirviendo, con el pulso acelerado y la mirada atenta, deseando tener mil ojos que todo lo miren, mil orejas que todo lo escuchen, pues el peso de mis actos nunca deja de seguirme. Yo, que fui premiado con tantos talentos, que he divagado entre la música, el dibujo, la orfebrería y la escultura, y sé que al empuñar la pluma a nadie debo envidiar; yo, que apasionadamente me he entregado a estas artes que me fueron concedidas, no he podido detener esa ira que me agobia y mueve mi mano a desenvainar la espada y corregir la torpe y lenta justicia. Te lo digo en serio, papa Clemente, por la gratitud que te debo, que a veces entre esta podredumbre de ineptos entre la que debo vivir, cuando te recuerdo no pienso en otra cosa que cortarte el gaznate… ¡Matadme y arrojad mi cuerpo a las harpías! Lo pensé tantas veces, allí, en la celda de Castel Gandolfo, pero mi mano no pudo acabar con mi vida. Algo la detuvo, ese espíritu superior que todo lo rige. Por eso no puedo quedarme quieto cuando mis artesanos vienen a mí hambrientos y no tengo otra cosa que mis manos vacías. ¡Sin pan no hay arte! Todos me gritan: queremos pan para nuestros hijos, y vino para olvidar las penas de este delirio en que vivimos».

Una vez más, se nos escabulle entre los renglones la masonería en la ópera. La mayoría acaso piensa en esta relación solamente en el caso de La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart, digamos que para la el conocimiento popular, la ópera masónica por antonomasia. Pero como hemos visto en casos anteriores, este binomio es muy común cuando se trata de evocar los vicios de la sociedad y el ansia por corregirlos . Por eso es de lamentar que tantos ignoran qué es una ópera y que hay una llamada La flauta mágica. También muchos ignoran quién es Mozart y más aún que era masón. Pues con Berlioz, no teniendo la fama de Mozart, este desconocimiento se acentúa aún más. ¿Y Benvenuto Cellini? Ya hablaremos de él, empecemos por la ópera Benvenuto Cellini.

¿Qué tiene de interesante ocuparnos en nuestros días de una ópera no muy frecuente en el repertorio mundial? En primera instancia es así por su dificultad de ejecución. No abundan los intérpretes que puedan afrontarla. Luego, la fama o aceptación, por lo que fuere, del compositor, y el tema: Cellini. ¿Quién es Cellini y por qué Berlioz le dedica una ópera? No nos ocuparemos aquí de aclarar una vez más quiénes son Cellini y Berlioz, para ello hay abundante material bibliográfico. Nos centraremos en la relevancia que pudiera tener en nuestros días la susodicha ópera. Pues bien, para responder, aunque brevemente, a la presencia de Cellini en una ópera de Berlioz, hacemos ver que no hay muchas referencias de su pertenencia a la masonería.

Se sabe que tuvo relación con masones de su época, como Leonardo da Vinci, que también no todo el mundo sabe que fue masón, en una época en que, contrario a la nuestra, la masonería era aún más «discreta». Cellini dominaba ademas de la escultura y la orfebrería, la música, de hecho era muy buen flautista, y la pluma: sus memorias son una extraordinaria descripción de la sociedad de su época. Coetáneos a él fueron Carlos V (al que que Verdi, otro masón, le dedicara una maravillosa ópera basada en textos del masón Schiller), Enrique VIII y el Papa Clemente. Una época muy convulsionada, como se ve.

Pero no son los personajes de la época o de la ópera lo que la hacen relevante en nuestros días, sino los valores masónicos que señala, que son (o reflejan) aspiraciones hacia órdenes sociales superiores, en donde el ser humano desarrolle mejor su potencial, lo que le está encomendado hacer en esto que llamamos mundo.

Berlioz se preocupó notablemente por la íntima relación del libreto con la música. En el texto de Benvenuto Cellini hay constantes alusiones a la masonería y sus valores, muchas veces a través de sus símbolos. Para ejemplificar, nos referiremos a la producción de la Ópera de Colonia, Alemania, cuya dirección musical y escénica estuvo a cargo de François-Xavier Roth y Carlus Padrissa, respectivamente.

Musicalmente, en palabras del director, la ambición que tuvo entonces Berlioz aún se percibe, aún permanece ese germen que se adelanta a su época, como deseo de superación. Por su parte, la puesta en escena nos bombardea con muchos de los símbolos masónicos, como la calavera, la regla de veinticuatro pulgadas, la luz, el cubo, etc, citando elementos de la cultura popular, por ejemplo, la calavera gigante en el escenario es una cita de la obra For the Love of God del artista británico Damien Hirst. Al parecer, Dalí quiso realizar un montaje de esta ópera, pero nunca se llevó a cabo, sin embargo, en el montaje de Colonia se retoman algunas ideas de Dalí.

El resultado es abrumador: muchos se quedan sin entender de qué se trata, no pudiendo ver más allá de la multitud orgiástica de referencias y símbolos. Pero esto no es un defecto del montaje, por el contrario, es muestra de la vacuidad en la que levita la sociedad de consumo, que espera todo empacado e infinitamente diluido, y que no desea (o no puede ya) enfrentarse a planteamientos que le obliguen a cambiar, a cincelar su piedra bruta. Este elemento es asimismo fundamental en la ópera Benvenuto Cellini: los individuos corregidos con los que se forma lo que denominamos «el templo de Salomón», es decir, la conexión de la sociedad sobre nuestros deseos egoístas.

¿Pero era al fin y al cabo Cellini masón? Igual que con Schiller, no hay nada que lo diga directamente, salvo las alusiones en Don Carlo y los textos de la novena sinfonía de Beethoven (otro discreto masón). Pero hay una logia que lleva su nombre, la Freimaurerloge Schiller Nr. 649 I. O. Essen. En el caso de Cellini también, la Benvenuto Cellini Lodge No. 6917. Por algo será, ¿no les parece?

Más allá de todo lo dicho, nos queda el resabio de la aspiración a lo inalcanzable como motor hacia lo posible dentro del parámetro humano, que tanto Cellini y Berlioz poseían. ¿No sería esto digno de emular?