Sin tratarse, en esta ocasión, de aniversario o cualquiera de estas cuestiones que con frecuencia traen de vuelta a un afamado personaje, La estancia, una obrita representada en el Teatro de Rojas de Toledo, puso sobre la mesa a dos importantes escritores y una hipótesis que, con toda seguridad, gran parte de los allí presentes ignorábamos.

En el marco de la Inglaterra isabelina, dos jóvenes autores se ven unidos por las circunstancias durante un período de cinco meses. Estos son Christopher Marlowe y William Shakespeare.

Un Shakespeare aún desconocido buscará en Marlowe el apoyo, los conocimientos y la influencia de los que este ya gozaba. Ambos iniciarán una trayectoria en paralelo, aunque con lugares comunes, mostrando pequeñas facetas que tal vez un día pudieron poseer, para después desembocar en dos finales inesperados que desde entonces sembrarán una duda eterna: quién es el que ha muerto, quién es el que escribe.

Parece que ya desde el siglo XVIII se relaciona a ambos autores. Gran parte de la producción literaria de Shakespeare se le atribuye a Marlowe, quizás por el apoyo de elementos oscuros en la biografía de este último, como su muerte, pero también por las numerosas dudas acerca de la autoría de las obras de Shakespeare, que buscan dueño.

Christopher Marlowe falleció con tan solo 29 años, pero dejando en su haber gran cantidad de obras. Lo que se especula sobre él habla de intrigas de espionaje en las que se vio envuelto a lo largo de toda su vida, por las que informaría a la corona de las fabulaciones católicas. Se sabe que estaría bien relacionado con altos cargos del poder político.

Semanas antes de morir, detienen a uno de sus amigos, con quien compartía residencia, acusado de la difusión de panfletos difamatorios y de traición. Al ser torturado, delataría a Marlowe, atribuyéndole la autoría de los escritos, además de acusarle de ateo y homosexual. Tras lo cual, se presenta ante el consejo privado de la reina un informe contra Marlowe con estas y otras acusaciones.

En los tiempos que corrían, escapar de la traición era difícil, y mediante la técnica (muy extendida) de la tortura, más difícil no sacar a la luz la información de la que Marlowe disponía, que probablemente pusiera en situaciones muy comprometidas a miembros de las altas esferas. De ahí que lo más sencillo resultase la «desaparición».

Pocos días después de las acusaciones, en una supuesta reunión con unos amigos en un bar, tras un enfrentamiento, tendría lugar la muerte por apuñalamiento de Marlowe (el otro alegaría defensa propia). Y a partir de aquí comienzan las suspicacias.

Una las teorías más extendidas expone que el escenario de la muerte habría sido un montaje y Marlowe habría salido de Inglaterra en uno de los barcos (de ahí el elegir Deptford, una localidad de puerto) rumbo a Francia o Italia. Una vez fuera del país, uno de sus contactos habría buscado a alguien que por una suma de dinero autorizase a dar su nombre a las obras que nuestro huido autor seguiría enviando desde donde estuviera. Ese otro sería Shakespeare.

Desde el siglo XVIII se baraja la idea de que Shakespeare solo pusiera el nombre a la obra de uno o varios autores. Se basan en la complejidad y calidad de las obras, en contraste con la escasa formación que este tenía. Las obras muestran de su autor una sólida formación clásica, amplia cultura, conocimiento de otras lenguas, dominio del inglés (se registran 29.000 vocablos en ellas). Alguien sin formación, ni contacto con la cultura clásica, ni viajes en los que verse influido por otras culturas no podría ser autor de una obra similar.

La producción de ambos autores, Marlowe y Shakespeare, es dramática y con poemas de inspiración clásica. En el momento de la muerte de Marlowe, ambos contaban con 29 años, y mientras este disponía de una amplia producción literaria, Shakespeare (que llegaría a escribir 2-3 dramas al año) aún no había comenzado su carrera como escritor. Se ignora que Shakespeare tuviera ninguna obra antes de la muerte de Marlowe, la primera que se conoce corresponde a 1593 (mismo año de la muerte de este). Marlowe, además, había traducido a Ovidio y tenía formación académica en arte clásico.

Pero para otros estudiosos, solo se trata de especulaciones. En cualquier caso, estas son muchas y muy variadas: que Marlowe era el pseudónimo empleado por Shakespeare a su llegada a Londres, que se trata de las obras de varios autores, de un mismo autor en etapas distintas de su vida, incluso que Shakespeare daba nombre a las obras escritas por un miembro de la aristocracia inglesa (la película Anonymous, de Roland Emmerich, cuenta este interesante punto de vista).

Calvin Hoffman, es considerado el mayor defensor de la teoría Marlowe. Ha llegado a encontrar cientos de paralelismos entre las obras de sendos autores, que expone en su libro The murder of the man who was Shakespeare.

Y desde la Universidad de Oxford, llegando mucho más allá, afirman que 17 de las 44 obras de Shakespeare contienen la participación de otra mano, hasta el punto de que la editorial de la universidad, en cada una de las tres partes de Enrique VI, que ellos editan, aparecen los dos escritores como autores de la obra. A esta conclusión han llegado tras el análisis de escritura de los manuscritos, que les ha conducido a verificar la presencia clara de Marlowe. De este modo, lo que se deduce es que no se influían mutuamente, sino que trabajaban juntos.

Desde otras universidades, muy en contra de estos testimonios, defienden a Shakespeare aludiendo que eran habituales las colaboraciones de este con otros, pero no con Marlowe, sino con los propios actores que representarían sus obras en teatro, con ellos colaboraba en la escritura de los textos.

Así, esta se convierte en otra de las grandes incógnitas en las que solo cabe imaginar, como cuando pensamos Homero. Inevitablemente, volvemos al eterno debate sobre el autor y su obra, cuando lo que de verdad importa son los textos, que han perdurado a través de los tiempos hasta llegar a nosotros, sin duda creados por la pluma de alguien de gran talento, y que se han convertido en obras maestras por lo grandioso de su contenido.

Hoy, un autor contemporáneo, Chema Cardeña, fascinado por estos dos grandes personajes e inspirado por ellos, ha querido llevar a escena una historia basada en las conjeturas de las que hablábamos, uniéndoles a ambos en un destino que, por qué no, podría haber sido real, porque «al final, la autoría no es lo más importante, sino la vida que queda plasmada en un papel para que una y mil veces los personajes vuelvan a esa misma vida: pasión, muerte, juegos, mentiras, trampas, engaños, teatro... No hay teatro sin vida».