El concepto de necropolítica, del filósofo camerunés Achille Mbembe, hace alusión a un concepto «darwiniano político» de supervivencia de las sociedades más fuertes, y un exterminio sistemático de aquellos grupos considerados débiles a sobrevivir a esta nueva versión de jungla social militarizada. Es la némesis del concepto foucaultniano de biopolítica, donde se enfatiza el rol del Estado (sociedad – Gobierno) y el entorno vivo y cultural de las sociedades como elementos complementarios.

En cambio, el aspecto oscuro de la teoría de Mbembe, alude a una relación entre Estado y supervivencia social selectiva. Es pues el Estado quien decide qué seres humanos merecen o no seguir siendo parte de la sociedad o comenzar a experimentar exterminio selectivo, en ocasiones sin darse cuenta, pero también a veces en complicidad con miembros de la colectividad; como ocurre con el terrorismo. En algunas oportunidades, si bien no se llegue al asesinato selectivo, sí hay un proceso de marginalización que debilitará al extremo a esos grupos discriminados.

Semejante al concepto de genocidio, tiene un fuerte alcance y aceptación social. Aunque hay que ser específicos en que no son lo mismo, ya que mientras el primer término se refiere a una práctica estatal para acabar con un grupo por motivos raciales, políticos o religiosos, en el segundo no necesariamente se refiere a acabar con un grupo, aunque se hace normal ver que estos desaparezcan o mueran por alguna razón.

Un aspecto que se hace muy común cuando se refiere a la necropolítica, va conforme a lo mencionado, se transforma en una práctica regular, se invisibiliza el impacto a nivel mediático que ciertas personas mueran o sean asesinadas. Por ejemplo, los jóvenes que en las favelas brasileñas se encargan de dar aviso a los narcotraficantes de la presencia de la policía en la zona, si se equivocan serán ultimados, su muerte, producto del crimen organizado, pasará desapercibido y si la sociedad se enterara por alguna razón, pasaría como un elemento normal entre quienes se han acostumbrado a este tipo de circunstancias. En el interior de las favelas, si se abre una investigación, nadie sabe, ni habla, porque saben que su silencio vale vidas, la propia y la de sus familiares.

La sociedad mexicana, también se ha tenido que acostumbrar a la política de muerte institucionalizada. En este caso por el crimen organizado (narcotráfico), pero también con la complicidad de los Gobiernos locales, donde la corrupción facilita el camino para los carteles de la droga, quienes además comparten complicidad con organizaciones internacionales en Estados Unidos, Europa, China y otros lugares donde el trasiego de drogas está a la orden del día, así como otros tipos de delitos ligados; venta de armas, trata de blancas, etc.

La competencia ha llevado a la desaparición de personas, decapitaciones, reclutamiento de poblaciones vulnerables como niños, ancianos, mujeres pobres, etc. a convertirse en miembros de las redes de traficantes y asesinos, a través de prácticas de sicariato, secuestros, «burros» de mercadería (que pone sus vidas en peligro). Esto ha provocado que México sea puesto en puestos altos de violencia y peligrosidad a nivel global, con números similares a los que tienen países del Medio Oriente en conflicto latente desde la época de la Guerra Fría.

Hay un nivel de práctica Necropolítica a la cual la sociedad se ha acostumbrado y al verlo en los diarios, ya no solo parece normal, sino que además se hace mofa al respecto. Lo referente a las muertes masivas que ocurren en países musulmanes o los actos de violencia con asesinatos por parte de miembros de dicha población.

El concepto político de muerte entre estos grupos posee uno de los niveles más aceptados entre las colectividades del mundo, porque este se ha asociado con elementos religiosos; el martirio por ejemplo, que si bien se puede tomar como una herramienta de resistencia, su contexto es metafísico per se.

En el caso del martirio religioso, este no es decidido directamente por el perpetrador, sino que hay un proceso de convencimiento a través de cleros y líderes políticos – religiosos que a través de textos e idealización, inculcan una cultura de muerte de manera doctrinal, dando a entender que la muerte es un paso válido para una vida eterna perfecta.

Esta familiarización social entre islam y muerte, ha creado un estigma muy dañino para este colectivo. Cuando se dan verdaderas tragedias humanitarias, hay una desatención que impide que se actúe de buena lid y en un corto tiempo. Un caso de esto mencionado es el Yemen, país que ha sido atacado por una coalición árabe encabezada por Arabia Saudita, y que hasta agosto del año 2016 sumaba cerca de 10.000 muertos, mientras que hasta finales de junio ha contabilizado más de un millar de muertos solamente por una epidemia de cólera. En este país, que es de los más pobres de la región, sumamente dependiente de importar todo lo que consumen y además con esta crisis de características apocalípticas encima, los resultados sociales son desastrosos, pero el interés mundial es ínfimo o nulo.

Otros ejemplos de este tipo de tragedias en el mundo musulmán se pueden mencionar con vergonzosos números de muertos. En términos generales, el Ramadán de este año ha sumado 174 ataques con cifras de 1.595 muertos, perpetrados por islamistas radicales que tienen un concepto necropolítico de lucha armada y por eso atacan a quienes se les oponen, siendo por supuesto las mayores víctimas, poblaciones de musulmanes que no tienen una posición directa sobre los conceptos y oposiciones de estos grupos extremos.

Otro ejemplo de estas muertes en el mundo musulmán con poco interés internacional, hasta que se involucraron las potencias del mundo, fue el caso de la guerra civil siria, con cifras que oscilan entre 320.000 y 450.000 muertes (dependiendo de la fuente que recopila los datos), cifras escalofriantes, y una desatención absurda, desde el 2011 se da y fue varios años después, miles de muertos y refugiados que se hizo un amago de hacer algo, lo cual no expresa un aspecto muy positivo de nuestra sociedad.

Hay una versión de necropolítica más acogida como una especie de poder blando necropolítico, donde se hace común la venta de ideas políticamente correctas como el aborto bajo el lema de «ese cuerpo es mío» o la institucionalización de técnicas de esterilización hacia poblaciones consideradas «amenazas sociales».

Estas logran su cometido a través de uno de los pilares del poder blando, los medios de comunicación. Dicho sea de paso, hablar de aborto o de esterilización podría ser polémico entre algunos grupos y probablemente no sea aceptado por algunos de los lectores, sin embargo, es a ciencia cierta un mecanismo de “darwinismo social”, donde se decide sobre un nuevo ser que apareció sin consideración de la «dueña del cuerpo», pero que tampoco le pidieron parecer para estar allí, y tampoco le piden opinión para no estarlo más.

De seguir haciendo una lista de situaciones donde la selección política – social cobra miles de vidas daría para varios tomos de análisis sociológico y de otras ramas del pensamiento para llegar a conclusiones. Más que pretender caer en la muchas veces estéril consideración de buenos y malos, pero sí procurando que se tome en consideración que en las circunstancias actuales se hace “normal” en algunos contextos sociales son válidos y hasta parte de su idiosincrasia, salvo que haya un lavado de cerebro previo, no existe sociedad que se acostumbre a la autodestrucción, pero todas se acostumbran en condiciones extremas a intentar al menos sobrevivir cuando su entorno es muy oscuro.