Actualmente coordino un pequeño proyecto de alfabetización. Logramos llegar a 3600 estudiantes de distintos municipios de Antioquia (Colombia) y somos afortunados de poder capacitar docentes y entregar material para ellos y sus estudiantes. Además, realizamos prueba diagnóstica para medir el nivel de desarrollo de las habilidades predictoras de la lectura1 y se aplica nuevamente esta prueba a final de año para medir el impacto del programa y los avances de cada estudiante. Finalmente, para cada niño que presenta niveles altos de rezago escolar, posibilitamos espacios de acompañamiento casi personalizados con una profesional en alfabetización con un componente alimenticio (refrigerio o almuerzo, dependiendo del momento del día y la población en cuestión).
Cuando hemos logrado exponer los resultados en las instituciones educativas, y ante entidades estatales encargadas de asignar presupuesto para resolver problemáticas de este tipo, las preguntas siempre son similares a: “¿Por qué tan costoso? ¿No hay forma de hacerlo más barato?”.
En el siguiente artículo propongo exponer cómo la atención —ese recurso tan valioso para el aprendizaje— se convierte en un privilegio con el que, cada vez más, cuentan menos estudiantes que crecen en entornos vulnerables. Privilegio que, en resumen, tendremos que empezar a cubrir como sociedad y desde las entidades territoriales correspondientes para permitir que la balanza social y la red educativa que procura equidad no se rompan por falta de inversión en lo más básico: el tiempo y la mirada atenta sobre cada niño.
¿Qué significa realmente “llamar la atención”?
En muchos entornos escolares, “llamar la atención” se ha convertido en una práctica cotidiana: se regaña al niño que no sigue instrucciones, que parece distraído, que no responde como se espera. Pero ¿qué pasa si ese niño no está distraído por elección, sino porque su cuerpo y su mente están lidiando con condiciones que dificultan la concentración?
La atención sostenida requiere energía, estabilidad emocional y bienestar físico. Un niño que llega al aula sin haber desayunado, que duerme mal por condiciones habitacionales precarias, o que vive en contextos de violencia o inseguridad, no tiene las mismas condiciones para retener información, seguir el ritmo de la clase o responder con rapidez. Sin embargo, en lugar de recibir comprensión o apoyo, muchas veces recibe un regaño.
Diversos estudios han demostrado que la desnutrición crónica afecta directamente el desarrollo cognitivo, incluyendo la memoria de trabajo y la capacidad de concentración. Lo mismo ocurre con el estrés tóxico, que altera los circuitos neuronales relacionados con el aprendizaje. En otras palabras, no es que el niño no quiera prestar atención: es que no puede hacerlo de forma sostenida si sus necesidades básicas no están cubiertas.
Por eso, cuando desde nuestro proyecto ofrecemos acompañamiento con componente alimenticio, no lo hacemos como un “extra”, sino como una condición mínima para que el proceso de alfabetización tenga sentido. La atención no se activa por voluntad; se cultiva en condiciones adecuadas.
Regañar no educa si no hay comprensión
Llamar la atención a un niño por no estar atento, sin considerar su contexto, es como pedirle que corra con los zapatos amarrados. No solo es injusto, sino que perpetúa la idea de que el problema está en el niño, y no en las condiciones que lo rodean. Como sociedad, debemos dejar de ver la atención en el aula como una obligación individual y empezar a verla como una responsabilidad colectiva.
En la siguiente sección, abordaré cómo los modelos de intervención pueden adaptarse para ser sostenibles sin perder calidad, y por qué es urgente que las políticas públicas reconozcan la atención como un derecho, no como un lujo.
Modelos de intervención: sostenibilidad sin sacrificar calidad
El 74% de las fundaciones tiene dificultades para sostener sus actividades debido a un elemento clave: la medición de impacto. Sin ellas, demostrar que su práctica está teniendo frutos se convierte en una verdadera odisea. Por lo que muchas entidades prefieren inyectar capital en otro tipo de proyectos (donde el capital mínimamente pueda verse evidenciado en resultados). ¿Cómo asegurarse de que un programa sea sostenible en el tiempo? A través de la evidencia y la medición.
Uno de los grandes retos en proyectos educativos con enfoque social es lograr que las intervenciones sean sostenibles en el tiempo. La presión por reducir costos lleva, muchas veces, a simplificar procesos que requieren profundidad. Pero cuando se trata de atención educativa en contextos vulnerables, simplificar puede significar abandonar.
En nuestro caso, cada componente del programa —la prueba diagnóstica, el acompañamiento personalizado, el refrigerio, la formación docente— responde a una necesidad concreta. No son “extras”, sino condiciones mínimas para que el aprendizaje ocurra. Intentar hacerlo más barato sin perder impacto implica repensar el modelo, no recortarlo. Por ejemplo:
Formar docentes como multiplicadores: Si cada docente capacitado puede replicar estrategias de atención en su aula, el impacto se multiplica sin necesidad de más personal.
Usar datos para priorizar: Las pruebas diagnósticas permiten identificar qué estudiantes requieren mayor atención, optimizando recursos sin dejar de atender a quienes más lo necesitan.
Integrar servicios existentes: Coordinar con programas de alimentación escolar o salud puede reducir costos sin duplicar esfuerzos.
Medición de impacto y seguimiento continuo: Evaluar sistemáticamente el progreso de estudiantes y docentes permite demostrar la efectividad del programa, ajustar estrategias pedagógicas y abrir puertas a nuevas alianzas con entidades que puedan inyectar capital y escalar la intervención.
La atención como derecho educativo
Si entendemos la atención como un derecho, no como un privilegio, entonces el debate cambia. Ya no se trata de si “vale la pena” invertir en un niño que no está atento, sino de cómo garantizar que todos tengan las condiciones para estarlo. Las entidades territoriales, los gobiernos locales y nacionales, deben asumir que atender es educar. Y que educar sin atender es simplemente llenar vacíos sin transformar vidas.
La atención no es solo mirar al niño cuando se porta mal. Es diseñar entornos donde pueda aprender sin tener que llamar la atención. Es reconocer que, en muchos casos, el problema no está en el niño, sino en la falta de condiciones para que pueda concentrarse, comprender y avanzar.
Notas
1 Véase el trabajo de Stanislas Dehaene.
















