El uso del lenguaje es una repetición constate de palabras y frases, en muchos casos ya gastadas, que volvemos a usar y reusar como una costra que cubre otras costras, que nos cubre, capa a capa, la piel y el alma. Escribir es un modo de huir de esta trampa de continuas repeticiones para reencontrar un sentido, como en los sueños, donde todo se adensa, se hace imagen y nos esforzarnos para esculpirlo en palabras. En este intento, la poesía es única y privilegiada, ya que nos lleva a romper la palabra y su significado en su sentido habitual. Sus ecos desvanecen y su voz toma fuerza, creando una percepción más nítida de la realidad. Por eso, el riesgo o la negación de la poesía es repetirse, usurándose en el uso, hasta dejarla vacía, como otras frases ya escuchadas, que volvemos a repetir y a escuchar en una monotonía sin par.

Poesía significa crear con la palabra, componer música con letras, erigir nuevos significados, expresar en modo inédito lo que difícilmente podríamos expresar de otra manera. La poesía tiene la fuerza de evocar, de poner alas en el viento y desprendernos del tiempo, mirar hacia adelante y, a la vez, hacia atrás. Muchos afirman, y con razón, que la poesía está tallada de recuerdos, sensaciones ya vividas, que exigen resonancia, esfuerzo y arrebato. El lenguaje poético es una vertiente opuesta a la expresión convencional, lo que predomina en él y dirige el verbo es el sentimiento, el redescubrimiento y la evocación, que pone en nueva luz algo tan simple como una cuchara o tan enrevesado como el amor. En vez de vestirse con meras constataciones, que describen, otra vez, la cotidianidad en modo usual y sin incitarnos a sentir y pensar.

Federico García Lorca nos advertía de que poesía era unir palabras que nunca antes habíamos escuchado juntas y lo que nos insinuaba era un mensaje subversivo de vencer y superar la realidad sobreponiendo una nueva perspectiva: es en esto donde se manifiesta la fuerza creadora de la humanidad. En esta capacidad de ir más allá y repensar en modo diferente, contradictorio y paradojal, lo que otros consideran como una obviedad y desvistiéndose de esquemas gastados, la poesía rompe la costra y nos despierta, haciéndonos conscientes del mundo circundante e íntimo. Pero no nos engañemos, la empresa no es fácil y requiere reflexión, perspicacia, práctica, sensibilidad, juego y fuerza de voluntad.

Repensando nuestra perspectiva, redefiniéndola, une también la poesía a la filosófica, en el sentido que ambas reinterpretan y transcienden el lenguaje y la cotidianidad, indagando en las eternas preguntas sobre ser, vivir, sentir y pensar. Por otro lado, la poesía es un acto de ruptura inconformista y, por ende, un acto de libertad, donde lo más convencional de lo convencional, el lenguaje, vuelve a nacer y expresarse, reafirmando su espíritu inicial y toda nuestra creatividad. Una imagen que ilustra el uso de las palabras, por parte del poeta, es la de un niño que está aprendiendo a hablar y que juega con ellas. Una palabra es una categoría abstracta, vacía, a la cual le damos contenido y significado a partir de nuestra historia personal y el juego poético es alterar o redescubrir el contenido de las palabras para que se pueblen de sentimientos y dejen de ser etiquetas sin rostro, o forma, desnudas de emociones.

El triste destino del poeta es crecer junto a otros, hasta encontrar su propia senda y vivir su obra en profunda soledad, innovando su estilo y su lenguaje, alejándose de lo consueto y tradicional. Y esta fuerza, que lleva inexorablemente al cambio y a la diversidad, se hace escuela y referencia hasta ser nuevamente superada por otros poetas. Por eso, cuando leemos poesía de decenios o de siglos atrás, lo primero que nos sorprende, además del placer estético, es redescubrir, que lo que una vez fue nuevo, ahora es un otoño ya vencido de belleza sin igual.

La poesía es libertad, donde el lenguaje muerde el sentimiento y las emociones escupen palabras que nadie ha dicho y que otros dirán. Palabras que saben a leche y a besos, a aves desplumadas, a efímeras ausencias, que vuelven para acariciar o golpear.