Las calles de Venecia bullen de masivas o atestadas comitivas de extranjeros que, a pesar de la tasa municipal, no dejan de llegar, apiñados a la espera del próximo vaporetto.
Llegan también grupos de africanos con grandes bolsos que enseguida abren, mostrando su mercancía falsificada. Identifico carteristas ocultos entre la gente. Las miradas se posan en esos bolsos que nada tienen que envidiar a los de marca. Decido que este domingo, ya de tarde, me sustraeré a todo eso para dirigir mis pasos hacia donde termina la isla.
Me encamino hacia los jardines. Cruzo Santa Elena y no puedo dejar de elevar un pensamiento hacia Massimo De Grandi, el amigo de la ARCI (la Asociación Recreativa y Cultural Italiana), punto de referencia de algunos de los más importantes festivales cinematográficos internacionales, que nos dejó, aún joven. Hago un saludo al cielo.
Atravieso el puente caminando hasta la última puerta que ya no me deja avanzar más. El puente tiene lazos blancos, lo que me lleva a deducir una boda reciente o inminente. La ropa tendida ondea sin orden ni forma movida por un viento finalmente tibio. Creo que nunca había visto tantos perros de paseo. Mientras, en los rincones, abandonadas a su suerte, las bolsas con sus cacas. Veo que en muchos pabellones no hay nadie o directamente están cerrados.Resisten la Santa Sede, Azerbaiyán y Cataluña.
Camino de regreso hacia el próximo spritz, rigurosamente en Via Garibaldi, y dejo atrás hordas de jóvenes venecianos entonando los himnos de su equipo del alma. Via Garibaldi está repleta de venecianos, de jóvenes y de parejas de mediana edad, pero ¿dónde estaban ayer y anteayer? Finalmente los oigo despotricar directamente en su dialecto. Destacan las bufandas naranja, verde y negro, porque debes saber, me dice Silvano, que antes los equipos eran dos, el Venezia, que era negro y verde, y el Mestre, que era naranja. Luego se produjo la unión y he aquí el resultado. Doy de comer a las palomas, no se debería, pero hoy es domingo para todos.
Al final del día me tomo un spritz con un grupo de arquitectos chilenos que viven en la Ciudad Abierta de Ritoque, no muy lejos de Valparaíso:
Es una ciudad con casas y cementerios y templos, pero muy especial, realizada por la Universidad Católica de Valparaíso, donde se decidió construir una comunidad partiendo de actos poéticos. Desde hace más de medio siglo, este asentamiento experimental sobre dunas explora la combinación entre poesía, enseñanza y creación en arquitectura. La Ciudad Abierta tuvo su origen en la Travesía de Amereida emprendida en 1965 por un grupo de académicos, artistas e intelectuales. Los principios fundamentales sobre los que se fundó fueron: sin ánimo de lucro; diversidad e inclusión social, política y religiosa; rechazo del poder como predominio de unos sobre otros; hospitalidad; rechazo de la violencia agresiva; estudio, creación y paz. Esto es lo que haría si tuviera que ir a Chile ahora, porque me parece algo realmente importante, todavía está ahí en el imaginario, todavía está ahí y trabaja en nuestra memoria.
(Estas son las palabras del arquitecto chileno Smiljan Radic, en un diálogo sostenido hace algunos años con Hans Ulrich Obrist)
En estos mismos días venecianos me encuentro con dos noticias relacionadas con el mundo de la fotografía internacional: la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide gana el Premio Princesa de Asturias de las Artes y muere el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado.
Iturbide, nacida en México en 1942, es una figura destacada en el campo de la fotografía mexicana, famosa por sus fotografías cinematográficas en blanco y negro que retratan grupos indígenas y escenarios de su México natal. Sus encuadres se inspiran en las obras de Henri Cartier-Bresson, Tina Modotti y Manuel Álvarez Bravo, su maestro; sus elegantes composiciones documentan el vibrante mundo que la rodea. La conocí después de mi estancia en México, concretamente en Monterrey, donde fui curador de la exposición «Atlante Latinoamericano (entre identidad y máscara)» en el Centro de las Artes, Conarte, sede del Fórum Universal de las Culturas en 2008. En aquel periodo, 51 años después de la muerte de Frida Kahlo, acababa de ser reabierto el baño de la Casa Azul, la vivienda privada de la pintora. En esa ocasión Graciela Iturbide se embarcó en un viaje al interior de la esfera íntima de la artista mexicana. En una semana de estancia, recogió con su cámara pruebas, evidencias, «testigos» fundamentales de su recorrido humano y artístico, incluyendo las ya conocidísimas muletas.
Alejandro Gómez de Tuddo, amigo de Iturbide y también mío, me invitó y me llevó a su casa. Hablamos largo y tendido; me impresionó su curiosidad, quería saberlo todo. Terminamos almorzando en un típico patio mexicano, lleno de gente, pero ante la llegada de tal personalidad nos hicieron un hueco y no en un lugar apartado, sino en el centro mismo de aquel hermoso jardín, donde los propios mariachis entre canción y canción nos preparaban el guacamole. Fue increíble, me habló de Manuel Álvarez Bravo, cuyas enseñanzas conservaré en preciosos recuerdos para toda la vida. De allí a poco iría a Cerdeña en compañía de su cámara. Me dijo:
Empezaré con mi cámara, observaré, capturaré su parte más mítica, luego caminaré en la oscuridad, revelando, eligiendo el simbolismo….
Nunca conocí a Sebastião Salgado, el fotoperiodista brasileño que mostró al mundo con sus fotografías la belleza y el sufrimiento de muchas regiones del planeta y de las personas que las habitan. Salgado falleció en París el pasado 23 de mayo a la edad de 81 años. Sus imágenes en blanco y negro se han convertido, a lo largo de los años, en icónicas de un mundo cada vez más en riesgo. Permanecerán para siempre, estarán ahí para testimoniar.